El compromiso social en tanto que es una acto voluntario mediante el cual se pone a disposición de la transformación social el deseo de interactuar con los demás para alcanzar unos fines que subjetivamente se consideran benefactores, ha sufrido a lo largo del tiempo variaciones que afectan tacto al sujeto protagonista como a los mecanismos propios del comprometerse. Podemos entender que el compromiso durante el siglo XX estaba influenciado plenamente por pautas políticas. Se entendía que comprometerse conllevaba el ser partícipe de una ideología política con gran preocupación social y por lo tanto con voluntad de transformación finalista. Esta misma transformación finalista, que en los extremos ideológicos venía a ser totalizadora y revolucionaria respecto a lo establecido, exigía unas pautas de compromiso de alta permanencia temporal en la vida de las personas.
Al ser un compromiso vinculado a un objetivo este debía perdurar en tanto no se alcanzase el mismo, estábamos en la época de soluciones globales nacidas de grandes interpretaciones teóricas y por ello ideológicas, por lo general en el campo nacional o de clase.
Este compromiso que podemos definir como “militante” reunía una segunda característica específica y era el factor utilitarista o instrumental, se entendía que el alcance de los objetivos que pretendía el acto de comprometerse no sólo daría un gran beneficio social sino que al mismo tiempo ese beneficio social satisfaciera plenamente al la persona comprometida en tanto que individuo.
El compromiso “militante” era permanente e interesado, pensemos sólo en las ventajas que la acción colectiva puede aportar en términos de clase, si conseguimos que la clase social a la que pertenecemos mejore, yo en tanto que miembro de dicha clase seré partícipe de las mejoras, este mismo razonamiento se traslada plenamente a factores de nación, vecindad, colectividad o cualquier agrupación social donde la pertenencia aporta beneficios.
El compromiso “militante” demandaba personas tenaces y constantes y exigía el desarrollo de unos niveles bajos de crítica sobre la acción misma que demandaba el compromiso que nos hacia partícipes. El compromiso “militante” llevaba la semilla de la ortodoxia y la exigencia de disciplina. La mayor parte de las renuncias se daban en términos de disidencia y sentido crítico frente a los dogmas impuestos desde las ideologías y metodologías transformadoras de lo social. En la mayoría de los casos la renuncia se convertía en una retirada intimista de la acción colectiva, donde los valores anteriormente compartidos se recluían en la esfera privada de uno mismo. Se produce la retirada de la acción social y se mantienen los principios en lo privado.
El la actualidad y sobre todo después del hundimiento de los conceptos ideológicos de “solución final” el concepto del compromiso ha variado tanto en su asunción como en su interpretación.
El cambio mas significativo en la concepción del compromiso afecta a su temporalidad, esta hoy en día es se convierte en discontinua, y en que no hay una sentido de beneficio en la acción más allá del personal o psicológico. Se actúa de manera más espontánea, sin permanencia temporal y sin alcázar más beneficio que la simple gratitud. En contrapartida se ha perdido la gran carga del interés de transformación social aumentando significativamente el valor asistencial.
Este nuevo compromiso lo definimos como “voluntario”. En el se dan la denuncia y la acción, la espontaneidad y la actuación inmediata, sin considerar el beneficio personal.
Uno de los factores principales que alimenta hoy en día el debate sobre las nuevas formas de compromiso es el que la visión del mismo en función de los actores protagonistas. Desde la óptica “militante” se considera la visión voluntaria como laxa, inestable y superficial, cayendo de manera excesiva en la reiteración de que esta última no es compromiso. Todos hemos sido protagonistas del discurso de que la juventud actual no se compromete e incluso que en la sociedad actual no hay personas comprometidas.
Del mismo modo desde la óptica voluntaria se ve al compromiso “militante” como adusto, rígido, subordinador de lo privado y caduco, un acto más propio de mentes rígidas entregadas en exclusiva a una causa. Por ello incapaces de compaginar lo público y lo privado como esferas distintas.
Junto a estas acusaciones debemos reflexionar en el ámbito del compromiso de la mano de a las grandes transformaciones sociales que ha sufrido el mundo actual. Entre otros factores, la sociedad e la globalización se caracteriza por aportar grandes volúmenes de información colectiva y fomentar al mismo tiempo el individualismo y, es en estos ámbitos donde interactúan las nuevas formas de compromiso en tanto que la sociedad de la información nos hace ser más escépticos sobre los hechos presentados con factores ideológicos y por tanto más críticos o distantes y la reserva individual nos hace comprometernos de manera puntual sobre un hecho concreto.
Aquí encontrarían cabida las actuaciones de protesta más significativas de los últimos tiempos –Nunca Mais y No a la Guerra-. Una ingente cantidad de personas se compromete sobre algo puntual e inmediato, sin planteamientos de constancia, se trata en el fondo más de influir que de transformar. Comprometerse no para alcanzar o transformar los mecanismos de decisión sino para que estos actúen en función de nuestras demandas.
En otro aspecto no podemos de dejar de nombrar los cambios en las formas de compromiso que lleva la sociedad globalizada en cuanto a los ámbitos de actuación. El auge del ecologismo, feminismo, nuevas formas familiares y de relaciones personales o la solidaridad internacional han abierto nuevos campos a la actuación comprometida en detrimento de otros más “clásicos” como el sindicalismo, movimiento vecinal o participación política.
En resumen el compromiso actual con sus cambios generacionales y sociales conjuga nuevos espacios de actuación, compaginación de lo público y privado, espontaneidad e inmediatez, debilidad ideológica y ausencia de beneficio propio.