En sociedades atravesadas por la movilidad humana en todas sus formas, la idea de frontera adquiere un protagonismo cada vez mayor. No se trata únicamente de muros que físicamente diferencian entre quienes están dentro o fuera, sino también de los que se construyen al amparo de la fragmentación de valores comunes compartidos que llevan a negar derechos y del reforzamiento de identidades que se presentan interesadamente como peligrosas. En este contexto, ¿es la frontera un instrumento necesario? ¿es compatible en su configuración actual con los derechos humanos?, o en realidad, ¿en la frontera el miedo no es más que la excusa para la pretendida legitimación de la violencia?