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Es evidente observar que estamos en una sociedad de cambios acelerados, donde los acontecimientos, las noticias, e incluso el pensamiento, se van sucediendo con rapidez, sin apenas dejar espacio para la reflexión, la asimilación y como consecuencia, para la acción meditada.
En una sociedad con estas características, hablar de compromiso permanente parece que suene un poco lejano, algo que no va con estos tiempos. Pero cuando ese compromiso nace de un ansia de justicia, del deseo profundo de que la sociedad esté un poco más humanizada, es cuando la permanencia de dicho compromiso se convierte en necesaria.
Este es el legado que HUGO ZÁRATE nos ha dejado. Por eso en este año en que celebramos el X Aniversario de la Fundación que lleva su nombre, sentimos la necesidad de reavivar su memoria, conocerle más para comprender de dónde le brotaba ese «sueño» que dio sentido a su vida: que la gente se sintiera feliz, que otro mundo fuera posible.
Conferencia de Luis Barbero «Hugo Zárate, su vida y compromiso»
Tal como se indica en la invitación para la realización del acto conmemorativo y recuerdo expreso de HUGO ZÁRATE, celebrado en Valencia el 10 de Junio de 2005, mi presencia está justificada por cuanto soy una de las personas que traté y conviví con Hugo, en sus años de juventud en Argentina y posteriormente encontré en España, concretamente en Salamanca.
Es cierto que conocí a Hugo en los primeros pasos de su promoción como persona y como cristiano comprometido, pero antes he de recordar y decir para los que no lo sepan, el porqué de Hugo en Valencia.
Antonio Duato fue la clave de su presencia en esa ciudad.
Cuando Hugo llega España, se dirige, como era natural, donde él sabía que le iban a recibir. Efectivamente, yo le doy acogida en mi ciudad, en Salamanca, pero aunque me esforcé por encontrarle un trabajo allí, no lo conseguí. Yo sabía que, dada la situación política que estábamos viviendo y el concepto político que de mi se tenía me iba a ser imposible, como así resultó ser. Entonces, me acordé de mi buen amigo Antonio y, le comuniqué mi situación a la que respondió con total generosidad y, recibió a Hugo, le busca un trabajo y lo sitúa. Si los demás pusimos un granito en el perfil humano de Hugo, Antonio lo completó. Gracias, Antonio, por aquel favor que nos hiciste a Hugo y a mi. Después volveré sobre su llegada a Salamanca.
Hablar de Hugo, al que conocí en el año 1964, se me hace un poco difícil hacerlo en forma de charla o conferencia, pero no obstante intentaré dar unas pinceladas de lo que yo recuerdo del Hugo que yo encontré en Avellaneda I (Buenos Aires).
Como punto de partida me ha parecido interesante valerme de una imagen o símil que, en pocas palabras resumiera lo que yo recuerdo de Hugo y fuera como la obertura de esta charla.
En una ocasión, a un artista, una cofradía le encargó una imagen de un cristo yacente para procesionar. Él recibe el encargo, se hace con el mejor bloque de pino de Valsaín que encuentra y, empieza a trabajar. Según iba quitando astillas del bloque, él va descubriendo lo que en el bloque podía sacar y empieza a soñar. Sigue quitando astillas, primero grandes, después más chicas y, empieza a aparecer una obra de arte que perfectamente terminada, no es un Cristo yacente sino un Cristo despierto, incorporándose, en actitud de resucitar. Se exhibió en la Edades del Hombre en Salamanca.
Trasladen este símil al Hugo que ustedes conocieron y al que yo les voy a presentar y completamos la obra «perfil humano de Hugo Zárate». Para situarnos, no tengo mas remedio que hablar de cómo yo llegué a la Argentina.
Mi primer destino por la OSHA era Brasil así me lo dieron a conocer en el cursillo de preparación que hacíamos en Madrid Pero durante el cursillo se cambiaron los planes por una petición urgente de sacerdotes hecha por el entonces obispo de Avellaneda (el primer obispo de esta diócesis), pero sobre todo, le interesaba un sacerdote que se pudiera encargar del incipiente movimiento obrero de la Diócesis.
Yo había fundado la JOC en Salamanca y había trabajado en la Hermandad Obrera de A.C. y me pidieron si quería cambiar. Yo, no solamente acepté el cambio sino que lo agradecí. En la diócesis había tres sacerdotes obreros franceses y una comunidad de belgas con un misionero seglar que se había formado en la JOC belga. ¿Si ya estaban estos sacerdotes por qué esta petición urgente del obispo?. Por problemas de idioma. No dominaban a la perfección el español, además los franceses habían tenido la feliz idea de ir a aprender y practicar el español a México porque así se podían entender mejor con los argentinos, que si lo hubieran hecho España.
Cuando yo llego a Avellaneda y fui nombrado asesor diocesano de la JOC, lo primero que hice fue preguntar donde estaba la JOC, sus locales, dirigentes etc. Monseñor Podestá, el Sr. Obispo, me contestó. «Vos venís exigiendo mucho, gallego». Pedí que, al menos me pusieran en contacto con alguna parroquia u organización por donde empezar a conocer gente y trabajar. Me dieron el nombre de dos parroquias y de un misionero seglar belga. Una de las parroquias era la de San Antonio en Gerli, la parroquia de Hugo. Otra en Verazategui. En las dos se había empezado a organizar un grupito que nos sirvió de punto de partida. Al año teníamos, además, dos grupos de obreras en sendas fábricas.
El misionero belga, de nombre Juan, había empezado a trabajar en la parroquia de Hugo y sobretodo con él. Pero, ¿quién era Hugo?
Me supongo que todos ustedes tienen idea de lo que era y es una «villa miseria».
Alguna vez habrán visto por TV la célebres favelas de Río de Janeiro. Por el estilo son las villas miserias de Argentina. Eran los barrios de chabolas de España, pero mucho peor. En una de esas villas, en villa Agüero, vivía Hugo, asumiendo todos los problemas de marginación en todos los aspectos, cultural, moral, social, etc. No tenía respeto ni apego por nada; su preparación cultural era mínima.
¿Su familia? Yo nunca le oí hablar de su padre, creo que no lo conoció, había al menos un hermano y alguna hermana. Al hermano intentamos sacarlo de la vida de la villa, pero no lo conseguimos. Con Hugo se trabajó duro. Era muy jugador y, del juego sacaba plata para sus vicios. Cuando se consiguió enrolarlo en la JOC debido al trabajo personal que Juan (el belga) hizo con él, en principio, seguía siendo inconstante, en algunas ocasiones hubo que irlo a buscar a casa o al bar, arrancarlo de su antigua panda para que asistiera a las reuniones. Su vida era errante, se paraba donde le admitían, huía de su casa y del ambiente familiar constantemente; se daba cuenta de la situación y que aquel ambiente le ahogaba; pero lo que él había mamado en aquella villa le salía constantemente.
Poco a poco, por medio de las reuniones semanales con el método jocista de Revisión de Vida, fue adquiriendo una formación y sintiendo responsablemente la necesidad de un cambio rotundo en su vida. Vivía con agresividad el recuerdo de su vida, razón por la que, cuando al terminar la reunión de Revisión de Vida y formular los compromisos teníamos que reprimirle porque lo quería llevar todo a sangre y fuego. Fue poco a poco descubriendo la Doctrina Social y el compromiso cristiano.
Era poco reflexivo, esa agresividad a la que antes me refería, hacía que todas las cosas las quisiera realizar al momento. Cuando se hablaba por ejemplo, de solidaridad y de justicia social, enseguida salían las villas miserias, ¿por qué existían?, ¿quienes eran los culpables?. Había que colgarlos o hacerles pasar a ellos por la misma situación por la que él y los suyos estaban pasando. Cuando hablaba de los suyos, englobaba a todos los marginados. La vida en las villas se consideraba peligrosa, siempre había pendencias entre ellos y ajustes de cuentas. Yo nunca tuve ningún problema y las visitaba con frecuencia. En la población vecina había un ambiente de miedo a visitarlas sobre todo de noche, de tal forma que, una noche que me acercaba mi obispo en su coche a una de ellas, me hizo quitar el alzacuellos y me aconsejó, casi me mandó que, de noche, al menos, no visitara las villas con alzacuellos.
En ese proceso formativo llegó a ser uno de los miembros de la JOC de Avellaneda más formados y responsables. Él consiguió sacar algún muchacho de la villa. Él me los presentaba y me acompañaba para visitarles en sus propias casitas. Cuando iniciamos el trabajo en Villa Negrita, que era mucho más grande y más hostil que villa Agüero, él fue quien me abrió el camino, camino que quedó truncado cuando tuve que abandonar Argentina.
Otro de los problemas serios que nos encontramos en Hugo como secuela de su vida en la villa y la forma de vida de los jóvenes como él, fue el problema del trabajo. Trabajaba un día sí y dos no. Era muy difícil que se asentara en un trabajo, al final llegó a conseguirlo en la Ford; tuvo un puesto de bastante responsabilidad, siendo capataz de toda una planta.
Yo le conocí varios trabajos pero nunca llegaba al mes. Le recuerdo en una fábrica textil en la que teníamos un equipo de la JOC femenina y, nos venía muy bien para que les sirviera de apoyo y ver la forma de crear un equipo de hombres; estábamos todos tan contentos…, pero al mes lo echaron por protestar, ciertamente con razón, de las injusticias que veía. Es justo lo que antes decía de querer llevarlo todo a rajatabla.
Cuando había que hacer una campaña o intentar recaudar plata para alguna acción que se hubiera planeado, Hugo era el primero en dar la cara, era algo bueno heredado de su vida en la villa. Los muchachos de la villa nunca daban la espalada en las peleas con los vecinos del barrio.
Por esta y otras manifestaciones cuando se me pidió que escribiera algo para que fuera como la presentación de lo que después diría de Hugo yo decía: «Las personas nos vamos haciendo con las circunstancias que han rodeado nuestra existencia, las cuales van constituyendo nuestra personalidad. Cuando yo conocí a Hugo en el año 1964, era un joven marcado por la vivencia en un barrio marginado de Abellaneda, en el Gran Buenos Aires y, sin perder la huella de la marginación, pero superándola, llegó a ser el Hugo que hoy recordamos».
Una de esas campañas en la que pusimos mas interés y esfuerzo fue en el acto que organizamos para la conferencia que dio Monseñor Podestá, Obispo de la diócesis, teniendo como tema la encíclica de Pablo VI «El progreso de los pueblos» que había sido recientemente publicada, concretamente en mayo de 1967. Hugo se responsabilizó de la propaganda con un equipo que, como responsable se formó. No se conformó con llenar el teatro de Avellaneda sino que, consiguió del Sr. Obispo nos dejara publicar la conferencia, como se hizo.
A Hugo le gustaba asistir a las reuniones nacionales donde entablaba amistad, rápidamente con jóvenes de otras parroquias o ciudades. Era fácil para la amistad, a veces se pasaba un poquillo, como ocurrió con una semana nacional que tuvimos en Río Cuarto, en la provincia de Córdoba.
Presidía todos nuestros actos generales, juntamente con el asesor Nacional, P. Silva, el obispo auxiliar de Córdoba, Monseñor Agerelli, hombre amabilísimo, tratando a los jóvenes con toda familiaridad y confianza. Les daba bromas y le gustaba jugar con ellos. Una noche, concluido nuestro trabajo y retirados a nuestras habitaciones, uno de los responsables de la comisión nacional, que era de Avellaneda me llama un poco asustado porque un grupo capitaneado por Hugo habían acordado darle una broma al Sr. Obispo, que nos pareció un poco pesada y lo impedimos. Cuando a la mañana siguiente en el desayuno, se lo contamos al Sr. Obispo se reía y me dijo «haberlos dejado, nos habíamos reído todos un poco» Así era Monseñor Angerelli. Fue una gran pérdida para la iglesia Argentina. Murió, dijeron las crónicas, de forma sospechosa, pero su muerte fue un atentado en toda regla.
Hugo era inquieto y amigo de las grandes acciones. En una votación en la sede de Avellaneda defendió con ardor la participación en una huelga de los estibadores del puerto y, lo consiguió. En la plaza de Mayo, protestando frente a la casa Rosada, nos preparó la policía una encerrona que nos pudo costar caro; alguno de los nuestros recibió la caricia de los bastones de la policía. En algunas parroquias se organizaron cocinas de ayuda para los huelguistas y, en todas ellas estaban presentes los de la JOC.
La situación política se veía de cada vez más difícil. Los oligarcas y la cúpula militar no estaban de acuerdo de la presencia que habían tenido los movimientos obreros de todo signo y, mucho menos la fuerza que estaba tomando la CGT y algunas manifestaciones, casi insignificantes, del partido Comunista.
A EE UU, le daba miedo se repitiera otra Cuba, había que atajar la situación, como ocurrió el 28 de julio de 1966 al derrocar al gobierno radical de Arturo Ilía, abriendo un periodo de gobiernos militares poniéndose al frente el general Juan Carlos Onganía, que establece un gobierno que, en principio no quiere ser duro, pero que, poco a poco se fue endureciendo y poniendo dificultades a todos los movimientos obreros, por lo tanto, también a la JOC y sus dirigentes, empezando por los asesores extranjeros.
A los dirigentes de la JOC de Avellaneda, Hugo, compañeros y yo mismo, recibimos la noticia del golpe en la sede de la CGT de Avellaneda. En realidad lo esperábamos. La reacción fue la lógica en estos casos, no nos podíamos echar a la calle y hacer frente a los tanques. La consigna fue cada uno a su casa y esperar acontecimientos.
El trabajo se hacía de cada vez más difícil. Las reuniones empezaban a ser vigiladas. También a los sacerdotes que habíamos integrado el movimiento de sacerdotes del tercer mundo.
Nos reuníamos de manera clandestina con programas ficticios por si nos sorprendía la policía. Recuerdo una asamblea en la parroquia del Niño Jesús de Belén, en la que los chicos de la JOC señalaron públicamente a tres policías que se habían metido en la asamblea. Era una asamblea abierta de la parroquia. Allí, también, Nicolás de la comisión Nacional, pero de la parroquia de Hugo y el presidente de Avellaneda, tuvieron que sujetarle y a otros motivados por él, para que se callaran y no insultaran a la policía.
A estas dificultades se unió la secularización de Monseñor Podestá, que sin intentar juzgar en nada su actitud, nos perjudicó mucho, porque nos encontramos desamparados y mas cuando nos enteramos de quién había sido nombrado para sustituirle, Monseñor Guarrachino. Cuando reuní a los distintos grupos para comunicárselo, unos en silencio y otros gritando se sintieron hundidos y fracasados.
A los pocos días yo tuve que darles la noticia de mi despido, había sido cesado como asesor diocesano de la JOC y se me invitaba a dejar el país. Según el obispo había fuerzas mayores que lo imponían; tenía tres meses para preparar mi regreso. Desde ese momento todos me ayudaron, pero el que más tiempo pasó conmigo fue Hugo. Comimos muchas veces juntos en una de las familias donde yo me solía refugiar en Avellaneda. Con anterioridad Hugo pasaba largos ratos con la señora Natalia, dueña de la casa, tomando mate o invitado a comer. Era uno de los lugares donde él se refugiaba para huir del ambiente de la villa. Tenía otra familia en Gerli donde solía hacer eso con mucha frecuencia, donde se encontraba realmente acogido y querido.
Cuando yo viajo a España, la JOC está bien asentada y sigue trabajando, teniendo sus reuniones de Revisión de Vida, pero con muchas limitaciones. Les faltaba el apoyo de la jerarquía. Los sacerdotes franceses para poder continuar en el país se secularizan, el párroco de Hugo marcha a Méjico. Otro sacerdote, Santiago, se había ido ya EE UU. Se quedan sin apoyos. Mi posible vuelta se vio truncada al faltar Monseñor Angerelli, que era el que estaba dispuesto a recibirme si conseguía volver a entrar en el país.
¿Por qué se vino Hugo a España?. ¿Deja una dictadura para meterse en otra?. ¿Fue una espantada como tantas otras de su lugar de trabajo?. Parece que no fue muy bien vista ni comprendida por los que le seguían tratando. Se olvidaron de ver en Hugo al joven estigmatizado con todas las lacras de la vivencia en la Villa Miseria, y que de vez en cuando salían a relucir.
Cuando llegó a nuestra casa en Salamanca, mi hermano, sacerdote como yo, no hizo falta que yo le explicara quien era para darse cuenta que, todavía manifestaba en algunas cosas, como decimos en Castilla, «el pelo de la dehesa». Él se vino a España buscando libertad. No sólo porque la situación política le ahogara y fuera de alguna manera perseguido, sino también, y fundamentalmente por su situación personal. Quería romper con su pasado. Dado su temperamento impetuoso y aún poco reflexivo, en su pasado reciente, (principios de los años 70), había dado un paso en su vida personal que nunca debió dar, y había que poner tierra por medio. Por esa razón dejó de comunicarse con ellos. No lo comprendieron. Yo lo entendí cuando me lo dijo y me explicó en profundidad su situación personal; su vida en la comuna y la relación con el P. Raul Berardo, su antiguo párroco de San Antonio de Gerli. Por eso le acogí y le ayudé en lo que supe y pude.
Este fue el Hugo que llegó a España, que ustedes conocieron y, sin duda, al darle acogida y compañía fue desarrollando todos los valores que había en él, toda la madera que sobraba en el bloque, pero que no había habido tiempo suficiente para pulirlo, para que terminaran de aflorar y desarrollar.
Artículo publicado por Rafael Rivera en el Diario «Levante» con motivo del X Aniversario de la Fundación Hugo Zárate, el día 10 de Junio de 2005
Y mil más…
Rafa Rivera
De Hugo Zárate recuerdo la palabra. La palabra como arma preferida para todo. Y la palabra con su acento especial, para que nadie pudiera confundirla o falsificarla. No tardé en darme cuenta de que lo importante estaba detrás. Tan importante que perdura. Porque su contenido, lo que Hugo representaba en el movimiento ciudadano, no se acaba en una reivindicación, ni en un tiempo, ni siquiera en una idea. Por eso su fundación sigue aquel camino hasta cumplir ahora diez años de debates ciudadanos. Por eso es momento de agradecer su trabajo.
Son debates, lo que necesita esta ciudad, es vida colectiva que reconstruya la convivencia, el sentido de pertenecer a este barrio, a aquel, a una ciudad que los turistas encuentran bella pero nosotros sabemos que, con frecuencia, se olvida de sus habitantes, de su presencia, de su voz. Debates que nos permitan recuperar el sentido de pertenecer también a un planeta que es de todos, no sólo del norte, y que debemos salvaguardar para el futuro.
Por eso necesitamos mil fundaciones más como la de Hugo, mil foros que nos ayuden a comprender lo incomprensible y a transformar lo que no nos gusta. Más voces, más palabras, y evitar que se vacíen de contenido. Cuando nos enseñaban en la escuela que la ciudad era la cuna del diálogo, nos lo creímos. No se referían a esto ni aquello, sino a todo. Porque la palabra no tiene fronteras. ¿Por qué va a prohibirse decir algo? No existe lo que no se nombra, decía el poeta. Por eso lo nombramos todo, sin reservas, para que exista. Por eso reivindicamos el debate. Por eso queremos cambiar el futuro.
Y es que necesitamos el futuro, pero no para soñar, que también, sino para saber que es posible, que se cumplirán los deseos aunque los contemos antes, aunque estén escritos desde hace tiempo en una pancarta. Tantos deseos que no se pueden enumerar. Ni falta. Siempre conviene tener un deseo a mano sin cumplir, aunque sea uno. Nunca se sabe cuando puede hacernos falta, ¿verdad Hugo?
Mil no es tanto. Ahora que se celebran diez aniversarios de la fundación Hugo Zárate, mil no es tanto, cuando se mide en unidades de ilusión y de trabajo. Por eso ahora soplamos las velas. Que cumplas muchos más, se dice en estos casos, pero hoy es verdad. Que llegues hasta mil, se dice casi por decir, aunque hoy sea cierto. Y añado, gracias por existir.