Hemos llegado ya al momento de ir finalizando esta XVIII edición del Foro Hugo Zárate.
Si en la edición anterior, con los planteamientos y las experiencias de Juan Soto, nos aproximamos a lo que podríamos llamar «filosofía oriental» y lo que ésta nos aporta para ayudarnos a «Vivir despiertos en tiempos de turbulencias» y para lo cual, se nos invitaba a un cambio individual, profundo, y a salir del falso yo egocéntrico e ilusorio que nos lo impide, este año, ha sido Maite Larrauri, desde la «filosofía occidental», la encargada de ayudarnos a llegar a «comprender»,- en el sentido arendtiano del concepto-, a quien ha sido catalogada como una de las mejores pensadoras del siglo XX: Hannah Arendt.
Citaba Juan Soto, en su conferencia del año pasado, una frase de Buda: «Estar vivo es estar atento». «Pensar y estar completamente vivo es lo mismo» nos dice Hannah Arendt; una coincidencia de dos filosofías diferentes, que no opuestas, sino complementarias en lo que aportan al análisis de la complejidad del ser humano, de la condición humana. En la aceptación de esa complejidad, y desde una concepción holística, integral, del «ser persona»,por la que apuesta el Foro, es donde se inscribe el tema de este año: «Hannah Arendt, la valentía de una pensadora política». Para ello, la selección de la persona encargada de desarrollarlo, como hemos podido comprobar, ha sido acertadísima.Nos ha acercado al pensamiento de Hannah Arendt, de la que es gran conocedora, pero además es una filósofa muy arendtiana, que nos ha ayudado a perder el miedo, a pensar, cuando nos dice que la Filosofía no está hecha para los entendidos, sino para los profanos,- entre los que nos contamos la mayoría de los aquí presentes-.Algunas lo hemosexperimentado mediante sus publicaciones en la colección «Filosofía para profanos». Y si Maite nos dice que la Filosofía no es para los entendidos, Hannah Arendt,-que no se considera filósofa-, afirma que «el hábito de pensar, de la reflexión de aquello que uno está haciendo, es independiente de la situación social, educativa o intelectual delindividuo». No hay excusas para no pensar.
Pero ¿qué significa pensar para Hannah Arendt?
Es ésta una de las preguntas que se hizo a lo largo de su vida.
Como decíamos, Arendt afirmaba que pensar no es una cosa de eruditos, ni de ignorantes, ni de elegidos, sino que todos podemos y debemos pensar. Y que el pensar ya constituye un acto político liberador. El pensamiento es lo que puede guiar mi acción, y mi acción siempre afecta a otros. Para pensar, es necesario retirarse y entrar en lo que ella llamó «diálogo del yo con el yo mismo»,desdoblarse en dos, entre uno mismo y su conciencia; y, para ello, es esencial retirarse del mundo.
Para Hannah Arendt, pensar tiene sentido si es un modo de retirarse del mundo para volver a él en la acción, en la toma de la palabra sobre las cosas que le acontecen.
Pensar para después hablar y actuar, superando así la separación entre el pensamiento y la política, entre «pensar filosóficamente» y «actuar políticamente». Asumir el esfuerzo necesario para seguir el pensamiento allá donde nos lleve y aceptar la exigencia de soledad que suele conllevar el acto de pensar.
El filósofo y psicoanalista griego Castonadis dice que «el ser humano quiere creer, no quiere saber (no quiere pensar)». Y es que pensar en el sentido arendtiano,-sin las muletas de las ideologías- causa miedo, porque cuestiona las creencias, crea dudas y nos detrae de la comodidad de nuestras certezas. Como dice Maite en su ensayo Dudar, pensar, tal vez vivir: «cuando nos ponemos a pensar es porque no aceptamos sin más los significados compartidos por un grupo social» Y sobre todo, perder el miedo a pensar, porque, – como también afirma en el mismo texto-, «pensar implica un cierto peligro, cuando quien lo hace se opone a todos o casi todos».
Pensar incomoda y pensar es peligroso: «Pienso, luego no me dejan existir», rezaba una pintada del 15-M en Madrid y, precisamente por eso, porque el pensamiento es peligroso, «pero no pensar es más peligroso aún», -como afirmaba Hannah Arendt en una entrevista-, supone un deber y una responsabilidad el pensar-nos para que no nos piensen, pensar por nosotros mismos para que no piensen por nosotros.
Y tener, de igual modo, la valentía de asumir la responsabilidad de «llegar a donde el pensamiento nos lleve». Valentía entendida, no tanto como capacidad de arriesgarse, como la de la postura de ser capaces de desafiar los lugares comunes santificados por la autoridad política, religiosa o del tipo que sea. Valentía para ser los primeros, -como lo fue Hannah Arendt-, en decir lo que nadie quiere escuchar. Y, también, perder el miedo a actuar.
Y cuando hablamos de responsabilidad, el concepto de «natalidad«en Hannah Arendt es una llamada a esa responsabilidad, pero también lo es a la esperanza cuando afirma que cada uno de nosotros somos seres únicos e insustituibles. Maite Larrauri, en su obra «La libertad según Hannah Arendt», nos lo explica muy bien a profanos y profanas: «cada ser humano que viene al mundo es un nuevo comienzo. La espontaneidad del neonato es el anuncio de algo imprevisible. Este nuevo comienzo abre la posibilidad de un segundo nacimiento: su inserción en el mundo a través de la palabra y la obra».
Una de las primeras frases que aparecieron escritas a mano, en el 15 M, fue «Hemos perdido el miedo«.
¿Perder el miedo a qué? Las plazas se llenaron de gentes de todas las edades y tipologías que habían perdido el miedo a pensar y a estar con los otros para hacer y reescribir juntos la realidad.
La mayoría de nosotros y nosotras ya contabilizamos varias décadas y, sólo el hecho de estar hoy aquí es ya un indicador de sensibilidad social, de conciencia política y compromiso con distintas causas. Entonces, ¿qué nos aporta el pensamiento de Hannah Arendt? Ser más conscientes de que nuestra responsabilidad sólo acabará el día que hayamos perdido la capacidad de pensar, y que nos cree cierta incomodidad el intuir que quizás nuestro mayor miedo sea a «soltar las muletas» que durante tantos años nos han soportado. Tal vez tengamos que retirarnos y repensar-nos, ver si necesitamos renunciar a ciertas «identidades» enquistadas que, por considerarlas incuestionables las hemos convertido en dogmas. Retirarnos a pensar en «nuestra habitación propia», o en nuestro paisaje, para después encontrarnos con otros y otras en el ágora y aportar nuestro pensamiento,- ese «único» que es sólo nuestro-; aportarlo mediante nuestra palabra y nuestra acción al de quienes, junto a la categoría emocional de la indignación, intentanredescubrir la categoría ética y política de la dignidad.
El sistema capitalista neoliberal nos está conduciendo a lo que algunos ya han calificado como apartheid social, donde unos pocos tienen derecho a un todo del que la mayoría se encuentran excluidos. En este contexto, se comprende que, en el «Plan Bolonia», hayan querido reducir el peso de los estudios de Humanidades en el territorio de la Unión Europea desde una visión reduccionista y funcionalista de la educación y que, en el nuevo Sistema Educativo Español, el «planWert», se haya suprimido la asignatura «Educación para la ciudadanía» y la » Educación Ético-Cívica» de la ESO, y que la Filosofía haya pasado a ser una asignatura que sólo se cursará en 1º de Bachillerato. Este sistema no quiere ciudadanos y ciudadanas que piensen, que sean críticos y analíticos, sino súbditos que sólo obedecen, retornándonos a esa caverna de Platón donde la única verdad son las sombras.
Y por si esto no es suficiente, ha surgido el proyecto de la mal llamada «Ley de seguridad ciudadana», a la que ya algunos han bautizado como «ley de la patada en la boca» o «Ley anti-15 M», a la que los distintos colectivos que conforman ese movimiento han respondido con una frase: Tienen miedo de que estemos donde debemos estar.
Para ayudarnos a pensar si estamos donde debemos estar, terminamos con Hanna Arendt:
«Sólo los niños y los esclavos obedecen. Los demás no obedecen, sino que consienten».
Retomo, para finalizar, la teoría filosófica del «nacimiento» de HA y lo que de ella se desprende: la responsabilidad y la esperanza de saber que cada uno de nosotros somos seres únicos e insustituibles; y desde la consciencia de saber que, cuanto más manifestemos nuestra originalidad más honestos seremos con nosotros mismos y con los demás, surge la invitación que se nos hace desde el Décimo Octavo Foro: pensar nuestra individualidad para actuar en la colectividad.
Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político»(Hanna Arendt).
Y con estos «deberes para casa» que nos hemos puesto, damos por finalizada la décimo octava edición del Foro de la Fundación Hugo Zárate y os emplazamos a que nos vayáis enviando propuestas para el Décimo Noveno, que seguro serán de gran interés como lo han sido hasta ahora, para seguir avanzando y profundizando en lo que tenemos como finalidad: la participación ciudadana consciente, pensante y crítica.