XVIII FORO HANNAH ARENDT, la valentía de una pensadora política

Miguel Álvarez

GRUPO DE TRABAJO Nº 2

La valentía como principal Virtud Política

MIGUEL ÁLVAREZ MODERADOR

El grupo de debate, una treintena de personas, compuesto por casi la mitad de hombres que de mujeres, un grupo heterogéneo y por tanto con distintos niveles culturales y dialécticos, demostró a lo largo de la sesión mucho interés en entenderse y muy buena predisposición para el debate.

Como es natural cada cual tenía su propia percepción acerca de los puntos de discusión que más le habían interesado de la charla de Maite Larrauri y al exponerlo y debido a la falta de un guión estructurado (mea culpa) se saltaba de unos temas a otros o se regresaba a temas anteriormente tratados. Por ello, para hacer lo más inteligible posible este resumen he tratado de ordenar notas y recuerdos para realizar un relato lo más coherente y lógico posible.

Contenido

Así, comenzaré con una de las últimas aportaciones de la sesión, una intervención en la que se abordó el tema del miedo, porque se entiende fundamental partir de que sin reflexionar ni conocer ese instinto natural, no se puede hablar con propiedad de en qué consiste el valor. Se recordó, entre otras consideraciones, la conocida definición del valor como la superación del miedo y alguien puso el ejemplo del personaje del cuento de Juan Sin Miedo como el de un no-valiente, puesto que si no conocía el miedo no podía tener ningún valor, o bien, su supuesto valor no tendría ningún mérito.

Se consideró si realizar actos criminales puede estar acompañado del correspondiente valor para realizarlo o si, simplemente, se confunden la falta de escrúpulos con valor. Ese «valor» negativo, el que se emplea para hacer conscientemente el mal, en muchos casos no es más que una forma más de cobardía, o sea, la falta del valor necesario para afrontar la dureza de los avatares de la vida, sobre todo los desagradables, con decencia y honradez. En otros casos se trata de malsano egoísmo que empuja a determinadas personas a hacer lo que sea para conseguir ilegítimos beneficios o prebendas a costa de lo que sea o de quién sea. Tampoco se acepta la famosa, conocida y recurrente escusa de que «si no lo hago yo, otro vendrá que lo hará». Esto se definió como una más entre las formas de cobardías más frecuentes, al igual que aquellas de que «todo el mundo hace lo mismo» o «todos haríamos lo mismo».

Se definió como valiente el vivir como se piensa, con coherencia, asumiendo las renuncias que ello pueda conllevar. La valentía en política se manifiesta de muchas formas, lo mismo cuando se acepta un cargo asumiendo todas las responsabilidades que puedan conllevar, como cuando se dimite por estar convencido de que, en determinados casos es lo mejor, lo más honrado o lo más digno que podemos hacer.

El tema en que más se centró el debate fue en el de pensar, el de tener el coraje de pensar, el valor de enfrentarse críticamente a la inercia producida por el pensamiento establecido, ya sea el que se supone mayoritariamente reconocido por la opinión pública o por la opinión publicada, por la costumbre, por la moral e incluso por las leyes.

Se matizó e hizo hincapié en que hemos de ser advertidos de la enorme cantidad de «información» con la que diariamente nos inundan. Que la mayoría de dichas informaciones nos llegan contaminadas y seleccionadas por unas cuantas agencias que deciden cómo, cuándo y de qué forma nos van a suministrar las noticias; que cuando se habla de «libertad de prensa», en la mayoría de los casos, se trata de la libertad de los dueños de la prensa. Que a diario una nube de tertulianos mercenarios, opinadores a sueldo, nos venden su versión torticera o descafeinada de la realidad. Que, continuamente, los poderes del Estado nos «venden» que actúan en comunión con la opinión pública, confundiendo a propósito la opinión pública con la opinión publicada. Que es absolutamente necesario comprender la necesidad de que, periódicamente, nos retiremos a pensar por nosotros mismos para construirnos nuestro propio sistema de pensamiento, fabricarnos nuestra propia idea de la realidad y así llegar a tener y ser de verdad poseedores de OPINIÓN PROPIA. Sin duda, seguro, nos vamos a equivocar alguna que otra vez, pero al menos siempre tendremos la ventaja de que se tratarán de nuestras propias equivocaciones, no las que interesen o sean inducidas por otros. Con la costumbre o hábito de pensar, de reflexionar y analizar la realidad, aquello que nos afecta y acontece, seremos capaces de detectar nuestros propios errores para matizarlos o corregirlos.

El instinto de supervivencia nos advierte de lo peligroso o arriesgado que puede ser pensar por uno mismo, de ahí la necesidad del coraje de pensar. Una vez superado este paso, si nos planteamos pensar, reflexionar sobre aquello que nos acontece y rodea, vamos adquiriendo mayor espíritu crítico y, casi sin apercibirnos, paulatinamente, iremos cambiando nuestra actitud personal y también social: por la necesidad de sentirnos coherentes con nosotros mismos. Pensar nos enriquece, nos convierte en personas avisadas, prudentes, cada vez más sutiles para distinguir matices que pueden ser muy importantes y a la vez nos hace escépticos. Esto último no tiene por qué ser inmovilizador sino una parte más del enriquecimiento espiritual que produce el hábito de reflexionar sobre las cosas que nos importan.

El coraje de pensar y, consecuentemente, la valentía política, producen la superación del conformismo y la comodidad, con las molestias y problemas que ello conlleva, pero también con la íntima satisfacción de sentirse crecer como personas y la que produce ser poseedores de una conciencia cívica que nos induce y orienta a trabajar por el bien común.

Las personas que poseen el hábito de pensar aprenden a separar el grano de la paja y poseer un punto de vista cada vez más elevado que le ayuda a discernir entre lo importante y lo superfluo. Poseyendo el espíritu crítico proporcionado por la sana costumbre de pensar y del necesario impulso ético, por coherencia, se encuentra el valor necesario para aceptar renuncias, enfrentar desafíos y también plantearlos. Resumiendo: el coraje de pensar nos lleva al compromiso y a la acción porque nos exige vivir con arreglo y de acuerdo con nuestras convicciones, haciéndonos ver lo ridículo y miserable de muchos de los condicionantes que anteriormente pudieron parecernos insalvables o que pareciesen duras renuncias. Debemos ser críticos en todo momento con aquellas situaciones que nos ocupan y preocupan, pero sobre todo hemos de ser especialmente críticos con nosotros mismos: jamás debiéramos olvidar que tenemos una innata tendencia a perdonarnos y justificarnos.

Una de las intervenciones sirvió para recordar que nuestra filósofa y poetisa María Zambrano defendía que podemos y debemos enfrentarnos al poder desde la fuerza de nuestra vulnerabilidad y desde la ternura, asumiendo los riesgos que sean necesarios. No existen los caminos de rosas.

Se debatió sobre la necesidad de tener referentes y la escasez de estos. Se mencionaron los siguientes nombres: Ada Colau, Teresa Forcades, Arcadi Oliveres y Vicente Andrés Estellés. La ventaja de tener referentes es que nos sirven de modelos para afianzar y modelar nuestras propias ideas y de guías para la acción. Por contra, el peligro de tener referentes es que estos en algún momento nos puedan decepcionar, por ello conviene ser prudentes y no ponerlos en ningún pedestal, no olvidar que no son ni deben ser nuestros «dioses», que son humanos y tienen debilidades y errores como todo el mundo, por tanto nos tienen que servir como referentes o guías en aquello en lo que se han dado a conocer política, pública o socialmente, aquello en lo que ejercen su liderazgo, pero sin olvidar que también con ellos también hemos de ser críticos, razonablemente críticos.

Ser hipercríticos, hiperescépticos, o derrotistas tiene un efecto inmovilizador. También, en muchos casos, se convierte en una excelente escusa para inhibirnos y no participar: nos llevan a la comodidad y a la cobardía. Deberíamos recordar y tener presentes aquellos versos que nos hablaban de la necesidad de «tomar partido hasta mancharse».