Compasión: la vía para crecer más allá de la religión
Le ha pasado: está usted tranquilamente en el autobús, yendo a cualquier lado, o caminando y, ante sus ojos, alguien tropieza y cae redondo. Estrépito, susto, remolino de personas… Reflexione, reflexione ahora, ¿se acerca usted solícito -de forma instintiva, sin pensarlo- a ayudar a quien, desde el suelo, se está quejando? ¿O es usted el impertérrito que observa y, sencillamente, sigue caminando? El ejemplo es simple pero plástico: el acto compasivo es un resorte innato que mueve a la acción. Ante el sufrimiento del otro, hay quienes no sólo empatizan sino que también sienten la necesidad de aliviarlo.
La compasión es tan antigua como la necesidad de que exista pero su potencia, significado y resultados han cambiado en los últimos 30 años. Históricamente asociada a la práctica religiosa -la contemplan el cristianismo, el Islam y, profusamente, el budismo-, en la actualidad forma parte de iniciativas seculares alrededor del mundo que se asientan sobre la certeza científica de que ser compasivo, lejos de ser (sólo) una emoción, es una habilidad y, por tanto, se puede entrenar. Por si fuera poco, el canto es revolucionario: la compasión redunda en justicia o, dicho de otro modo, ser compasivo con uno mismo y con los demás es el único camino para conseguirla y crear, de paso, sociedades más pacíficas e individuos más felices y cómodos consigo mismos.
«Sería muy difícil sobrevivir como especie si no hubiera mecanismos en nuestra fisiología para que los padres cuiden de los hijos. Darwin decía que el instinto compasivo es el más importante en los individuos porque denota cooperación y colaboración. El animal humano no es más fiero ni más veloz que el resto pero sobrevive porque tiene capacidad para cooperar. Lo que sucede es que este instinto se suele limitar a quienes consideramos pares, nuestro grupo, los hijos, los amigos, los hermanos… y disminuye cuando se trata de los otros. Es lo que utiliza Trump: la veta, también instintiva, donde nos decimos que somos los buenos y el otro es el enemigo que viene a destruirnos».
Habla Gonzalo Brito, psicólogo chileno afincado en Madrid y uno de los profesores del curso de entrenamiento en compasión de Nirakara Institute, dedicado a la investigación y formación en ciencias cognitivas y especializado en programas de mindfulness. Nada es casual porque sería imposible ser compasivo sin vivir el momento presente, elemento fundamental de esta práctica. Brito enseña en España lo que ha aprendido, entre otros lugares, en la Universidad de Standford, donde un día de 2009 llegó el Dalai Lama para poner en marcha el Centro de Investigación y Formación en Altruismo y Compasión.
Designó para dirigirlo a su principal traductor al inglés, Geshe Thupten Jinpa, quien desarrolló, a partir de entonces, un programa secular de ocho semanas para entrenar en la compasión que ya se ha extendido a otros lugares del mundo. Cuando terminaba noviembre, Jinpa habló, a través de videoconferencia desde Canadá, con algunos de los españoles que, a través de Nirakara Institute, aprenden a ser compasivos. Primero, con ellos mismos, después con sus entornos más cercanos para finalmente, en un salto mortal, ser compasivos con la humanidad en general.
«En Occidente, la gente tiende a pensar que la compasión forma parte de la religión o bien que significa ser amable. Pero, en realidad, se trata de una cualidad fundamental del ser humano, una habilidad innata: la capacidad para conectar con alguien, identificarse con esa persona, sentir su necesidad y también la necesidad de aliviar su sufrimiento», afirmó ante más de 100 personas ávidas de conocimiento al respecto.
Una de ellas era la periodista Gracia Cardador, socia y fundadora de la consultora Camila Comunicación que, tras formarse en el entrenamiento en el cultivo de la compasión, el próximo año asistirá al primer curso en España para convertirse en instructora en compasión, creando una cadena que avanza a paso rápido. «El curso me cambió la vida. Lo conocí a través del mindfulness y me ha enseñado a ser compasiva conmigo misma y mi sufrimiento. A todos nos educan para aprender lengua y matemáticas pero no para algo que tenemos dentro, que es innato», explica.
Tiene grabada a fuego una frase de Gonzalo Brito, que fue su profesor: «Ser compasivo no es ser un teletubbie«. Es decir, el compasivo no es un autómata que da abrazos sin ton ni son. Además, la palabra genera confusión. Dice la RAE que compasión es un «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien». Advierte el psiquiatra experto en mindfulness Vicente Simón, autor del volumen La compasión, el corazón del mindfulness y miembro de la Asociación Española de Mindfulness y compasión (AEMIND), que es preferible escuchar a María Moliner, quien afirma en su diccionario que compasión es el «sentimiento de pena provocado por el padecimiento de otros y el impulso de aliviarlo, remediarlo o evitarlo». Pero hay algo que sigue chirriando. Compasión no es lástima, tampoco pena, compasión, resuelve el propio Simón en entrevista con Papel, «desde el punto de vista científico, es amor, la bondad amorosa, el cariño hacia el otro, el sentimiento de los padres hacia los hijos, o hacia los enfermos».
Brito sugiere, de hecho, que «la palabra resulta, inicialmente, un obstáculo para entender su poder». «Se entiende como lástima y son diametralmente distintas. Sentir que el otro es un pobrecito que merece conmiseración es altamente desempoderante.. Es una mirada dañina porque quien ofrece lástima no conecta con el sufrimiento del otro, lo ve como algo distante, algo que nunca le pasará a él… Relacionar la compasión con algo lastimero hace que perdamos la dimensión crucial de la compasión, que es el coraje de enfrentar lo difícil desde una actitud constructiva«, desmonta.
Entonces, ¿cómo empezar a ser compasivo? Según detalla Brito, «lo primero que hay que cambiar es cómo miramos». «Parte del entrenamiento militar es deshumanizar la mirada, y empezar a ser compasivo sería lo contrario. Los ejercicios de meditación desarrollan la sensibilidad, nos abren al sufrimiento y también al deseo de aliviarlo», explica.
En la videoconferencia en la que Jinpa -junto con la también instructora Margaret Cullen, desde la Universidad de Berkeley– explicó el desarrollo de la compasión a los españoles, ahondó asimismo en la diferente forma en que se observa y vive ésta entre Oriente y Occidente. «Aquí se identifica la compasión con el sacrificio personal y el altruismo, se relaciona con personas como Jesucristo, el Dalai Lama o la Madre Teresa de Calcuta, personas que no piensan en ellos mismos sino en los demás. Éstos son términos extremos. Incluso, si a la hora de ser compasivos sacamos un beneficio, se cree que la acción no es pura. Ahora, lo que la ciencia ha analizado es que podemos desarrollar nuestra capacidad compasiva», afirmó.
Por ejemplo, una investigación reciente, de este 2017, elaborada por la Universidad de California, la Universidad de Berkeley y la Universidad de Stanford -todas en Estados Unidos-, sobre el impacto del entrenamiento en compasión en los afectos y en su regulación sostiene que «los resultados sugieren que las intervenciones de este tipo consiguen modular los estados de ánimo y regular la ansiedad, la calma, la fatiga, los estados de alerta y sirven también para fomentar el altruismo y el cuidado» hacia uno mismo y hacia los demás.
Ahora que se sabe que hay un ejército de personas compasivas formándose, la pregunta es cómo conseguir que marchen al unísono hacia sociedades más justas y, por tanto, hacia un mundo que también lo sea. En su libro Moving toward global compassion, el psicólogo Paul Ekman -que mantiene desde hace años una estrecha relación con el Dalai Lama-, sostiene que «se precisa compasión global para encarar los problemas globales». «Nuestro mundo se verá irremediablemente dañado mientras no se consiga que la compasión sea normativa», expuso.
Además, argumenta Brito, «justicia y compasión son cualidades interdependientes». «La compasión es un camino importante hacia la justicia. Si las sociedades son más compasivas también se facilitará el acceso a la compasión. Cuando nos sentimos seguros y protegidos es más fácil que aflore el sentimiento compasivo. Si tenemos hambre, estaremos estresados y será difícil ser compasivo».
En el proceso, es necesario practicar el silencio, un estado que potencia la meditación. Cuenta Consuelo Olaya, la responsable de Sello Editorial, donde Vicente Simón publicó su libro sobre la compasión, que para vender el volumen decidió adentrarse tanto en el mindfulness como en el entrenamiento compasivo y, desde entonces, asiste cada 15 días a una meditación que combina ambos términos. «Muchas veces nos sentimos mal y no sabemos el motivo. Necesitamos estar en silencio para escuchar qué nos pasa, qué queremos y cómo hacerlo. En general, dedicamos poco tiempo al silencio, a escucharnos o a hacer las cosas sin prisa, poniendo atención en cualquier detalle y utilizando con atención nuestros cinco sentidos».
Rebeca Yanke
Artículo publicado en ElMundopapel