Pere Casaldàliga, 90 años: un día en casa del ‘obispo de los pobres’
A las 5.30 de la mañana Pere Casaldàliga se despierta. Hace 50 años que lo hace en medio de vastas extensiones de tierra roja, campesinos, comunidades indígenas y algún que otro terrateniente, en São Félix do Araguaia, Brasil. Con la ayuda de uno de sus cuatro cuidadores, se levanta, se viste y se sienta en la silla de ruedas. El ‘Hermano Párkinson’, como él mismo lo presenta, y 90 años de luchas no le permiten hacerlo solo. A las 7.30, después de desayunar, se planta delante de su capilla, en el patio interior de su humilde casa. Momento para sus oraciones diarias que soplan siempre hacia la liberación de los pueblos.
A las 7.30, después del desayuno, se planta de la capilla, en el patio interior de su casa, y reza por la liberación de los pueblos
Ocho bases de árbol y unas 20 plantas conforman el auditorio semiabierto al aire libre del pequeño oratorio de ladrillo descubierto. A un lado de la mesita que sirve de altar, una guitarra. Al otro, la Biblia abierta por la mitad. Encima, una vela y unas flores. Delante, más plantas.
Al primer vistazo, la modesta capilla desprende solo tonos marrones y verdes, parecidos quizás a los de la masía donde pasó su infancia Casaldàliga, en Balsareny. En este pequeño pueblo de la comarca catalana del Bages, hoy de 3.000 habitantes, nació el obispo de los pobres el 16 de febrero de 1928. Y allí vivió con su familia de origen campesino en unos tiempos marcados por la guerra civil hasta su entrada en el seminario de Vic.
Ordenado sacerdote a los 24 años, pasó por Sabadell y Barcelona antes de ir a Guinea Ecuatorial a organizar cursos durante un breve tiempo. Allí, como él explica, sintió «furiosamente la realidad y la llamada del Tercer Mundo».
Antes de las 8 de la mañana, Don Pedro, como lo llaman en la que ya es su tierra, sale de la casa para recibir los primeros rayos del sol matutino. A pesar de la humedad y la brisa que le da a São Félix su majestuoso río Araguaia, más allá de las 9 de la mañana nadie se expone al sol por gusto. Hoy su casa ha quedado integrada al resto de la población por una de las calles principales, pero hace algunas décadas quedaba a las afueras del pueblo.
En tierra hostil
«Pocos días después de que Don Pedro llegara, vino a mi casa y me preguntó ‘¿es usted la profesora?’, le dije que sí y él replicó: ‘Dígame, ¿qué es lo que más necesitan?’; me quedé asombrada». Erotildes da Silva Milhomem era la maestra de un São Félix do Araguaia, que en 1968 tenía menos de mil habitantes. El misionero de la orden claretiana llegaba al Brasil del Mariscal Costa y Silva, uno de los periodos más represivos de la dictadura militar que se alargaría hasta 1984. Aterrizaba en una región hostil a medio colonizar, donde la ley la imponían el poder y la violencia de la casta latifundista y lo hacía sobre un pueblo humilde sentenciado al trabajo esclavo, el hambre y la muerte. Erotildes no se lo pensó mucho antes de responder: «Por el amor de Dios, ¡una escuela!».
Hoy considerada la escritora del Araguaia, Erotildes eleva el papel de Pere Casaldàliga en su tierra en un poema de 1984: «En el 71, cuando ordenado obispo / De la prelatura, inmensa región / Él pasó a ser la sal de la tierra / La sal y el fermento que necesitamos para nuestro pan».
En aquellos años, las tierras del Mato Grosso estaban dominadas por superposiciones de títulos de propiedad, en herencia principalmente, de la Ley de Tierras de 1850 que repartió ilegítimamente territorios ancestrales indígenas creando inmensas propiedades agrarias de hasta 7.000 kilómetros cuadrados. Eran tierras de pistolerismo, de desamparo jurídico e institucional.
El objetivo de Casaldàliga era llevar la bendición y la fe cristianas al pueblo matogrosense, pero no tardó demasiado en entender la situación de marginalidad de sus gentes. Pronto empezó a cuestionar según qué relaciones sociales implícitas y se negó a casar y bautizar más hijos de ‘fazendeiros’. Su actuación le mereció enseguida amenazas de muerte y de expulsión del país. Don Pedro había entendido su misión real –»la teología es teología de la liberación o no es teología»– y se había convertido en el enemigo de la expansión rural –colonial, capitalista– en la Amazonía brasileña.
Diez malarias y tiroteos
Demostrando siempre más fidelidad al pueblo que a Dios, el sacerdote catalán sobrevivió a 10 malarias, calores infernales, lluvias torrenciales y a varios tiroteos –el más famoso de los cuales acabó con la vida de su compañero, el padre João Bosco, a quién confundieron con él mientras los dos defendían a dos mujeres detenidas en una comisaría de la policía militar. Conviviendo siempre con la muerte, durante sus primeros años en São Félix llegaba a enterrar a cuatro o cinco menores por semana.
El 23 de octubre de 1971, en su consagración como obispo de la Prelatura de São Félix do Araguaia, vasta región que abarca aproximadamente 150.000 kilómetros cuadrados, Don Pedro trasgredió los ortodoxos protocolos católicos: «Tu mitra será un sombrero de paja sertanejo (…) / Tu báculo será la verdad del Evangelio y la confianza de tu pueblo en ti. / Tu anillo será la fidelidad de la Nueva Alianza del Dios Liberador y la fidelidad al pueblo de esta tierra (…)». Este era el texto, poema propio, de la invitación a la ceremonia.
Primer golpe a la dictadura
Ese mismo día llegó el primer puñetazo en la mesa para la dictadura militar brasileña. Casaldàliga y un equipo de brillantes activistas, publicaban su carta pastoral, ‘Una iglesia de la Amazonia en conflicto con el latifundio y la marginalización social’. Un documento que describía y denunciaba la situación de emergencia social de su prelatura y que provocó una estampida detrás del colectivo que sufrió, en 1973, la detención y tortura de algunos de sus miembros, como el profesor Antonio Carlos Moura. Implantando el terror y perpetuando el hambre, el latifundio nunca más ha soportado la presencia de este buen señor que en el 2013 incluso tuvo que alejarse de São Félix durante unos meses por las amenazas de muerte que pesaban contra él.
Ijani Karajá es uno de sus cuidadores de día. «Es una suerte poder trabajar con Don Pedro». De pocas palabras, como buena parte de los karajá, Ijani se siente afortunado de poder trabajar ayudando a alguien que tanto ha hecho por la supervivencia de su pueblo originario. El pueblo karajá tiene varias aldeas en esta región, sobre todo en la isla del Bananal, una ínsula fluvial –según varios puntos de vista, la más grande del mundo– que Casaldàliga, junto a distintos activistas y su población autóctona, han defendido de la invasión y deforestación por parte de terratenientes y multinacionales.
Desde 1993, por su biodiversidad única, es considerada Reserva de la Biosfera por la Unesco más allá de ser parque nacional y tierra indígena demarcada. Después de sentirse reconfortado por la luz del sol en su piel blanca, el obispo catalán y Ijani se adentran en el estudio donde revisan el correo electrónico diariamente.
Continuo flujo de visitas
Casaldàliga ha mantenido una vida enérgica de activismo local y global. Sus contactos, amigos y aliados son innumerables, sus proyectos e iniciativas sociales, culturales y políticas han llevado la región a tener importantes organizaciones sindicales, campesinas, indigenistas, eclesiásticas y vecinales, y su bibliografía también resulta abrumadora. Hoy, 50 años de acción en América Latina se reflejan en un continuo flujo de visitas de todas las latitudes, homenajes, premios y menciones y una bandeja de entrada llena de correos. Esquivar la muerte innumerables veces le ha ofrecido a Don Pedro una longevidad llena de admiración, respeto y sabiduría. Es escuchado como profeta y, sin exagerar, adorado por muchos como santo.
Un domingo de diciembre cualquiera, por ejemplo, han estrechado con cariño y veneración la mano de Casaldàliga por lo menos 11 personas. Un padre de una pequeña iglesia goiana que viene de hacer trabajo misionero en una aldea indígena del pueblo Tapirapé con tres estudiantes de Historia. Una pareja de caminantes que ha pasado unos días en la isla del Bananal y quería saludar al reconocido obispo del pueblo. Una profesora de secundaria de Minas Gerais que ha venido, como cada año, para visitar a su «Santo Pedro» y entregarle un ejemplar de su libro ‘Solidaridad brasilera en Cuba’. «Pedro es lucha y es esperanza», asegura la profesora Telma Araújo, emocionada. Viene desde el 2003. Trabajó en el archivo de la prelatura durante algunas temporadas y remarca «la capacidad de amar, la humildad y la generosidad de este santo en vida». Nadie se va sin una foto con el homenajeado.
«Radicalidad y esperanza»
Los otros cuatro, este domingo, son una familia karajá. Marihú y Creheluri Manatituewi han cruzado el río Araguaia esta mañana desde la aldea Santa Isabel do Morro para poder recibir un subsidio trimestral y vender alguna artesanía con dos de sus cuatro hijos. Pero antes de todo han pasado brevemente por la casa de Don Pedro. «Solo para saludar, él nos gusta», asegura Creheluri. «Cuando alguien pide algo, él ayuda –añade el indígena karajá–, hace muchos años que lo conocimos».
Marihú, su compañera, habla en su idioma, el inýribe, pero el apretón de manos se da en un lenguaje universal. La puerta siempre está abierta aunque, el que lo sabe, visita a Casaldàliga por la mañana porque es cuando está más lúcido y su hilito de voz se deja escuchar mejor. «Radicalidad y esperanza», suelta en varias ocasiones. El párkinson ha transformado su gesto y su postura, pero Don Pedro mantiene su mirada dulce y penetrante y ese apretón es cálido, familiar, reconciliador. Son 90 años de dignidad.
En el pueblo no hay habitante de más de 30 años que no conozca a su obispo emérito. «Él es muy bueno», cuenta, sencillo, un vecino a la salida del pueblo. «Cuando yo era pequeño a veces venía a clase y nos contaba historias». Y añade: «De mi generación todo el mundo lo conoce y cuando murió mi padre hace años, él vino al entierro». Entre los más jóvenes –que pasean, al salir de la escuela, por el caluroso malecón de São Félix– muchos se encogen de brazos al ser preguntados por un señor de apellido impronunciable. «Ahora está viejo, ya no puede hacer todo lo que hacía, entonces tenemos que ser nosotros los que les contemos a los niños quién es Don Pedro», concluye el vecino.
Hacia las 11, dependiendo del volumen de visitas y de su propia voluntad, el obispo descansa en su cama durante una horita, antes de almorzar. «Aun delgadito, come mucho», asegura Ijani. Y es que la comida diaria es absolutamente deliciosa. Diolice Dias es la responsable de ello. «Si estoy aquí hoy es porque le agradezco a Pedro el apoyo en todo –confiesa–. Él me dio educación, yo solo sabía hacer mi firma, y cuando tuve 17 años pude también trabajar limpiando en la escuela». Cocina en casa de Don Pedro desde 1992, pero está en su día a día desde que el catalán llegó a esta tierra roja. «La persecución en los años 70 fue muy difícil. Él daba misa con la policía mirándolo», recuerda Dias, comprometida. «Ha sido mucha lucha, pero vencimos la vida», sentencia, humilde y sonriente, lista para fregar los platos.
La custodia de Montserrat
Después de comer, Don Pedro descansa, tranquilo, en el espacio vital donde habrá pasado más horas de su vejez: sentado debajo de una escultura de la virgen de Montserrat rodeada de un vivo colorido que cuelga en la pared al lado de una foto de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo salvadoreño asesinado en 1980 a quien Casaldàliga apodó como ‘San Romero de América’. Antes de las 19.30, ya suele estar en la cama.
Defensor de una reforma agraria «justa y radical», del Movimiento Sin Tierra y de territorios indígenas libres de la agresiva aculturización civilizatoria, el sacerdote catalán, incansable, ha dado todas esas luchas en la práctica y en todas las esferas de su vida. Sin embargo, la mayoría de las problemáticas persisten e inclusive hace poco más de un año el Estado brasileño fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por un grave caso de trabajo esclavo en esta región.
Por eso, se hace difícil no preguntarle por el futuro, por el cambio, por el cómo. «Viviendo en nuestros lugares, en nuestras conciencias. Vivir con sinceridad, radicalidad en la injusticia y en la esperanza – afirmaba hace poco más de dos años, cuando empezaba a ser complicado seguir una conversación con él–. Somos soldados de una causa invencible y la causa invencible es la derrota del capitalismo, del maléfico sistema neoliberal que domina el mundo».
¿Cómo derrotarlos? «Viviendo cada día con espíritu de solidaridad, a lo largo de la vida. ‘Amunt i crits, amunt i crits'».
Berta Campurbí
Artículo publico en El Periodico
noviembre 17th, 2018 at 10:14 pm
Para mí uno de los mejores discípulos de Jesús en la actualidad merecedor de un altar.