La ira de las mujeres
Recientemente me invitaron a participar en el Seminario Conversas, coordinado por Rafael Rivera, para hablar de la ira. Un tema planteado de forma genérica pero que en la charla tertulia, que es la forma como se estructuran estas sesiones, dio para hablar del sentimiento de rebeldía con el que las mujeres afrontan hoy la lucha por sus derechos. No podía ser de otra manera, dada la actualidad del tema y dado que el auditorio estaba formado mayoritariamente por mujeres interesadas en la participación ciudadana, que son asiduas a este Seminario de Mujeres Grandes que se celebra mensualmente en el Colegio Mayor Rector Peset de València. Y puesto que siempre he pensado que antes de comenzar un debate hay que definir y aclarar aquello de lo que se va a debatir, acudí al diccionario de la RAE y encontré varios significados. El primero es aquel que refiere la ira a un sentimiento de indignación que causa enojo, mientras que el segundo lo vincula a un apetito o deseo de venganza. De ahí que se desprenda que las personas irascibles son violentas, crueles y vengativas. Dicho así, la ira no es sensata ni aconsejable y, en mi opinión, quienes se comportan de forma iracunda demuestran tres tipos de carencias: en inteligencia moral, en habilidad comunicativa y en salud democrática.
En primer lugar, la ira es un exponente de déficit de inteligencia moral a la manera como lo argumentaba Aristóteles en su Ética a Nicómaco. Como todo vicio se explica por la virtud a la que se opone, el filósofo presentaba la mansedumbre como el término medio entre dos extremos,por exceso y defecto, que son los vicios. Así por defecto de mansedumbre está la cólera o irascibilidad y por exceso de mansedumbre, está la sumisión o molicie. La mansedumbre es pues la virtud que modera la ira, es una forma de templanza que evita el resentimiento y la violencia hacia quienes no piensan o no se comportan igual que nosotros. De hecho el filósofo decía que enfadarse es fácil pero que lo realmente difícil es encolerizarse por un motivo que lo merezca, hacerlo de forma conveniente y en el momento oportuno. La mansedumbre así entendida no es sinónimo de la humildad que la tradición cristiana presenta como la virtud de aguantar con serenidad y fortaleza el escarnio y las burlas. Recordemos, por ejemplo, que en el Evangelio de San Marcos se nombra como bienaventurados a los mansos. No es este el caso del planteamiento aristotélico puesto que afirmaba la existencia de iras justas y necesarias, solo que recordaba la necesidad de acudir a la moderación para enfadarnos con las causas que lo merezcan y hacerlo de manera conveniente y en el momento preciso.
En segundo lugar, la ira es muestra de déficit de inteligencia emocional y habilidad comunicativa. Las personas que están instaladas siempre en el conflicto y que a la mínima ocasión, responden con un enfado desproporcionado ante el hecho de no ver cumplidos sus deseos, son personas que tienen poca resistencia a la frustración y con las que resulta difícil relacionarse. La mayor parte de los problemas de relación interpersonal son conflictos de comunicación, donde se producen malentendidos y se pierde el control. Es evidente que este tipo de personas irascibles necesitan mejor su capacidad de comunicarse e interactuar con los demás. En este sentido tendríamos la asertividad como habilidad comunicativa frente a la agresividad y la pasividad. Cuando no somos capaces de controlar nuestro enfado, no sabemos comunicarnos bien pues lo hacemos de manera agresiva. Pero también nos comunicamos mal cuando nos comportamos de manera pasiva y permitimos que los demás no nos tengan en cuenta porque nos ven inseguros y sumisos. Aprender a ser asertivos, a mandar mensajes breves, claros y de manera correcta, defendiendo nuestros derechos y sin conculcar los de los demás, es una muestra evidente de inteligencia emocional y de la que las personas irascibles carecen.
Finalmente, en tercer lugar, la ira es también un claro indicador de déficit en salud democrática e inteligencia social. Desde este punto de vista una persona irascible es aquella que se caracteriza por tener accesos de enfados de forma desordenada y que puede llegar a sentir ánimo de venganza hacia quienes le han enojado, llegando incluso al fanatismo en defensa de sus ideas políticas y religiosas. Así pues, se mire por donde se mire, resulta difícil ser propositivo cuando la ira nubla nuestro capacidad de razonar y en ese clima de alteración emocional apenas se pueden llegar a acuerdos para garantizar la convivencia y la paz social.
Ese estado pre-reflexivo sin más, impermeable a cualquier razonamiento, es poco eficaz para la estrategia del activismo feminista. Pero, dicho esto, es cierto también que la indignación de las mujeres ha crecido en estos últimos años, aflorando en determinadas concentraciones y manifestaciones, dando visibilidad cada vez más a la lucha por sus derechos. Por suerte el feminismo es cada vez más amplio y transversal y sabe que la conquista de los derechos de las mujeres ha sido una tarea costosa y difícil y que se pueden perder en un santiamén. Ante esta situación la rebeldía feminista vive hoy un momento de efervescencia en la que la razón y la emoción se combinan, como ha sacado a la palestra Teresa Langle de Paz en su libro La urgencia de vivir. Se trata de una rebeldía ruidosa que se ha hecho visible y que sale a luchar por un mundo más justo e igualitario. De ahí que exhiba un rostro de indignación urgente y en situación cuasi permanente de enojo para que los actores sociales y los políticos tomen postura en favor de los derechos de las mujeres. Aún así, para muchos la ira de las mujeres sigue provocando desconcierto puesto que tradicionalmente ha sido una emoción que les ha sido vetada. De hecho, en los roles de género la sumisión y la mansedumbre estaban ligadas a una forma de comportarse femenina, mientras que la virilidad se vinculaba a poder tener reacciones violentas y coléricas. Esta lógica esencialista además de ser errónea, resulta muy peligrosa. Ha sido la causante de la normalización de las inercias sexistas y la demonización del feminismo. Pero por fortuna la rebeldía feminista vive un momento de efervescencia en el que la razón y la emoción se combinan sabiamente. Se trata de una rebeldía estimulante por una causa justa, que cada vez es más visible, más transversal e intergeneracional. Una rebeldía que quiere igualdad y no venganza.
Amparo Zacarés
Artículo publicado en Levante.emv