A la vanguardia de la biodiversidad
La mayor parte de la ciudadanía ignoramos que la biodiversidad —variedad de especies animales y vegetales que viven en un espacio determinado— es fundamental para la existencia de todos los seres vivos del planeta y, además de proporcionarnos muchos beneficios, su creciente degradación es de una enorme gravedad. Conviene, pues, que la protejamos con todos los medios a nuestro alcance.
Pero… ¿cómo hacerlo y, al mismo tiempo, conseguir que el público lo sepa y se comprometa en su cuidado? Mediante una comunicación eficaz que implique a toda la población del planeta.
No obstante, antes tendremos que rechazar las acciones llevadas a cabo los últimos cuarenta años por totalmente insuficientes, como son basarse únicamente en la razón, dar explicaciones científicas a menudo farragosas y no aportar una información clara.
Con todo, también tendremos que asumir que es muy difícil elaborar mensajes que lleguen al público, tal como confirman comunicadores, conservacionistas, periodistas, documentalistas y responsables de marketing. En ese sentido, solo nos queda armarnos de paciencia, reflexividad y espíritu indagador.
Una vez seamos conscientes de nuestro fracaso y de los obstáculos existentes, deberíamos investigar qué puede impulsarnos a proteger la biodiversidad. En principio, se ha constatado que respondemos muy bien a mensajes relacionados con lo que sentimos. Por tanto, sería conveniente anteponer las emociones a la razón en nuestros comunicados.
Asimismo, aceptamos muy bien mensajes cuyo objetivo prioritario es vender. Las dos vías para conseguirlo son el buen manejo de la simplificación —opuesta a la complejidad y el exceso de tecnicismos— y el uso de «palabras vacías» que se vayan llenando de contenido gracias a los comunicadores y receptores del producto. ¿Y cómo convertir la biodiversidad en una «marca» poderosa para que sea aceptada de buen grado y enseguida? Hablando de sus valores y de su relación con la naturaleza, porque la inmensa mayoría de nosotros no valora la biodiversidad por sí misma, sino por su relación con la naturaleza a través de un vínculo emocional.
Sin embargo, antes de dilucidar qué tipología comunicativa es la más apropiada, conviene detenernos en dos aspectos básicos. El primero es la «racionalidad», que se basa en la información lógica y técnicamente correcta. Hasta ahora, no hemos conseguido que cambiase nuestra conducta ni ha sido capaz nunca de desatar una revolución. De hecho, la utilización de cifras, porcentajes, fechas, etc. para hablar de la biodiversidad no ha servido hasta ahora de nada. ¿Conviene, pues, que sigamos utilizándola tras haber fracasado de forma tan contundente?
El segundo aspecto es la valoración de la biodiversidad por sí misma. Muy poca gente percibe la naturaleza con un valor al margen de la humanidad —los «biocentristas»—, quienes afirman que el valor de la biodiversidad es superior o igual al del ser humano. Pero están equivocados cuando creen que la mayoría del pueblo piensa como ellos. En efecto, la mayor parte de la ciudadanía está formada por «pasotas», «humanistas», quienes creen que la naturaleza solo tiene valor en relación con la gente, y «egoístas», para quienes la naturaleza solo tiene valor en relación con el «yo».
Así pues, los primeros constituyen una ínfima minoría que, a pesar de sus amplios conocimientos y de controlar casi toda la información acerca de la biodiversidad, han sido incapaces de convencer a la inmensa mayoría. Pensemos por un momento en su nivel de «éxitos» a lo largo de los últimos 40 años. Si estuviésemos mayoritaria y realmente concienciados, la biodiversidad tendría una prioridad máxima en todos los programas públicos y políticos y los «biocentristas» ya no serían necesarios, por lo que habrían dejado de existir…
En resumen, el «fracaso comunicativo» de los hasta ahora líderes de la biodiversidad nos demuestra que la gente es más emocional que racional y mayoritariamente egoísta.
Volviendo a nuestra preocupación por la biodiversidad, ¿cómo podríamos generar un auténtico interés? Mediante mensajes atractivos, alentadores y con una información asequible. En consecuencia, deberemos analizar la tipología comunicativa existentes relacionada con la biodiversidad para desechar los mensajes estériles, modificar los aprovechables y elaborar los que cambien nuestras mentes y transformen nuestra forma de actuar.
Mensajes claramente desechables son los que hablan de la extinción de la biodiversidad; aprovechables tras su modificación, los que potencian su recuperación gracias al amor por la naturaleza o ponen el acento en los enormes costes económicos que supone su pérdida; y, finalmente, los «creativos», que impulsan nuestro deseo de frenar el declive de la biodiversidad.
Reflexionemos acerca de los aprovechables y los «creativos». Es el primer paso hacia un auténtico cambio.
Pepa Úbeda