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El pulso de la Cultura viva

No sabemos cómo nos marcará este tiempo que estamos viviendo; pero tenemos la certeza de que dejará grabada su huella en nosotros de una manera imborrable. Recluidos en nuestros hogares y parapetados en nuestras mascarillas durante el Gran Confinamiento y en los sucesivos cierres “perimetrales” (¡qué palabra¡) algunos hemos dedicado más tiempo que nunca a la lectura por placer, a la escucha de música, a la visión de películas, a la escritura, a los foros y videoconferencias, a las largas charlas por WA, a plantar unas zanahorias o a la domesticación de mascotas.
Sin embargo, al mismo tiempo, hemos vivido con melancolía la pérdida de lo esencial de la experiencia cultural, su dimensión festiva, de encuentro con los otros, de celebración, aunque austera y modesta. Tenemos nostalgia de no ver y no vernos en el teatro, en los conciertos de música, en la inauguración de exposiciones… porque la cultura es una experiencia compartida y corporal.
Pero, sobre todo, hemos vivido con angustia y dolor el cierre de equipamientos culturales, con programaciones mimadas con tesón, la imposibilidad de actuación de compañías y los dramas de grupos, orquestas, artistas y creadores, y ¡cómo no¡ todo el personal laboral que hace accesible la oferta cultural; quienes han seguido limpiando, desinfectando, preparando locales por si acaso la situación mejoraba. Día a día, llamadas de teléfono, nos hacían tomar conciencia de los apuros económicos y de las pesadumbres anímicas. Y por más compasión que derrochemos, de ella no se vive, no vive todo un sector.
Todo esto ha sido acreditado ya con datos y cifras de informes y encuestas que dan cuenta de personas paradas, de negocios quebrados, de proyectos aparcados, si no enterrados. Estos dramas, esta precariedad y vulnerabilidad forma parte de la situación y debería ser sanada antes de que venga Mañana.
Pero mis palabras querría centrarlas en cómo afrontar ese Mañana que vendrá y no deberá pillarnos entre lamentos o con el pie cambiado. Michel de Certeau, un antropólogo de lo cotidiano al que admiro profundamente, afirmaba que “el porvenir es un lugar vacío”. No estoy de acuerdo en eso: lamentablemente el futuro está muy colonizado y a las generaciones futuras les hemos dejado las hipotecas de nuestra vida a crédito. Pero sí lo estoy con lo que añadía a continuación: que la prospectiva puede abrir ese porvenir a partir de tres referencias: “lo que es objetivamente plausible, lo que es subjetivamente imaginable, lo que puede ser efectivamente decidido” (:183). Y con ello, marcaba aquella tarea que una vez tras otra hemos de emprender.
Primero: lo que es objetivamente plausible. Pensémoslo bien: seamos utópicos, pero no pidamos la luna (o marte) porque no es plausible. Las administraciones públicas –a las que inevitablemente hemos de dirigir la mirada-, por bien que funcione la economía y aunque fuera más justa la distribución de la riqueza, no podrán atender todas las necesidades y demandas que están sobre la mesa en el conjunto de los sectores culturales. Y no podrán porque al mismo tiempo tendrán que recomponer el sistema sanitario, el económico, el laboral y atender las urgencias de una transición energética y ecológica que ya se está imponiendo aunque nos pese.
Deberemos pedir a la administración pública, eso sí, que dedique todos sus recursos a lo que es sustancial. Ha llegado la hora de dar vía libre y ancha a las políticas SLOW. Pongamos fin a los grandes equipamientos que devoran como fantasmales agujeros negros energías y presupuestos. Ese futuro está muerto y nos mata.. Cada euro que se dedica a ellos, se sustrae a la democratización cultural, la única vía para hacer crecer los públicos y las audiencias y dar sostenibilidad a una política sociocultural democrática.
Segundo: lo que es subjetivamente imaginable. Inmersos y zarandeados por las oleadas de Sars-Cov-2 vivimos una situación de incertidumbre radical. No me refiero con ello a la zozobra y el malestar cotidianos que enlentece nuestras neuronas y vuelve torpes nuestros movimientos. Me refiero a la toma de conciencia de que no conocemos la mayoría de lo que va a venir y nos concierne existencialmente. Caminamos a tientas. Pero, solo espoleando la imaginación de cada uno podremos encontrar salidas a este cruce de pandemias, a esta sindemia. Hemos de crear laboratorios de imaginación. Hoy ACICOM ha puesto en marcha uno de ellos. Enhorabuena.
Tercero: lo que puede ser efectivamente decidido. Poderes e instituciones de un tamaño gigantesco, desconocido hasta la era digital, limitan lo que podemos decidir. Ellos están haciendo el gran negocio de la cultura, de los bienes intangibles, de la información, del mercado de datos, de la propiedad privada del conocimiento. Trabajamos gratis para ellos como abejas polinizadoras.
A la fuerza, hemos aprendido mucho en este último año sobre el régimen digital. Veblen, desde el periscopio que le permitió observar a finales del siglo XIX la implantación del régimen de máquina, nos diría que aun no hemos aprendido lo suficiente. Que hemos de zambullirnos más en él para sacarle todo el partido. Y eso solo puede suceder en red, de forma cooperativa, comprendiendo que estas nuevas tecnologías son herramientas para la organización social y para la creación de una logística cívica.
Convocar, como se ha hecho hoy, a todas las instancias que crean culturas, con su heterogeneidad y divergencias, es un primer paso para dirigirnos con autoridad a la administración, al mercado y a la sociedad; es el camino para explorar cooperativamente todas las oportunidades para la vida buena.
Pero no podemos quedarnos aquí. La cultura, desde sus orígenes, no es palabra sino acción: cultivo. De Certeau, en el contexto de mayo del 68, sostenía que “no es posible decir el sentido de una situación más que en función de una acción emprendida para transformarla. La producción social es la condición de la producción cultural”.
¿Qué producción? Sólo tendrá éxito aquella producción cultural que aporte sentido a la vida incierta, nómada y vagabunda, de quienes vivimos en esta era de trayectorias torcidas. Para ello habrá que mirar las burbujas que brotan en las ciénagas y basureros del consumo compulsivo, cazar los miles de soles que alumbran en las insatisfacciones, rabias y descontentos de la vida cotidiana. Las producciones culturales deberán hablar de todo ello con una belleza inaudita; poner timbre de petirrojo a las zozobras existenciales y enseñar a dar portazos como Nora Helmer en Casa de Muñecas.
No habrá producciones atractivas sino se toma el pulso a la cultura viva, la de todos los días, la de toda la gente.
Antonio Ariño Villarroya
Intervención en un encuentro de Acicom

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