Todavía se oyen los gritos de la madre que ante la tumba sin nombre en el cementerio de Málaga, clamaba «No vengáis, no vale la pena; os quieren en las cocinas de los bares pero no en sus parques, os quieren cuidando a sus padres ancianos, pero molestáis en las salas de espera de los hospitales. No vengáis». Con este grito se cerraba el siglo XX. La tumba blanca no tenía nombre, lo perdieron en su trayecto migratorio. No supimos los nombres de las 53 personas asfixiadas en un tráiler en su tránsito hacia Estados Unidos, ni hemos conocido los rostros de los 400 que fueron reprimidos ante la muralla de Melilla, ni sabemos los motivos de los 6.000 muertos este año por distintas rutas migratorias. Cuando se pierden los nombres, nacen los miedos, los odios, los desprecios. A personas sin nombre, rostro ni identidad es fácil convertirlas en amenaza, peligro y objeto. El nombre de Alyan, de solo tres años, muerto al naufragar la barcaza, que hiere y ofende, despertó de nuestra ceguera colectiva.
Recientemente le oímos a Suleiman, un joven senegalés ante la muralla de Melilla, clamar: «si vosotros levantáis muros, nosotros construiremos túneles». La movilidad es un proceso estructural que no podrán evitar las fronteras, la externalización de los controles, los centros de internamiento ni la militarización de ríos, mares y aeropuertos. Los problemas pueden solucionarse pero los procesos estructurales solo pueden atrasar lo inevitable o dificultar lo que nada ni nadie podrá evitar. Las sociedades cerradas y amuralladas murieron a manos del comercio, del trabajo, del turismo, de las comunicaciones mundiales y de los derechos humanos que es el otro nombre de la dignidad; los prejuicios racistas y discursos discriminatorios además de corromper la razón y la convivencia son injustos, irracionales e inútiles.
«Nadie debe hablar de la inmigración, si antes no ha abrazado a un inmigrante», le oí decir a un voluntario de la Cruz Roja mientras curaba las heridas de un superviviente de un cayuco. Sólo el abrazo despierta la solidaridad. Cuando un pueblo soñó con el fin de la segregación racial, se derribaron muros físicos y mentales, que parecían intocables; cuando la madre-tierra supo que era un organismo vivo que sufre, siente, ama y espera nació el imperativo ecológico; cuando el feminismo soñó con el fin del patriarcado nació la igualdad de género; cuando los pueblos soñaron con el fin del colonialismo nació la igualdad entre los pueblos. Si en el Día Mundial de la persona migrante lográramos tejer los sueños de aquí y de allá nacerá un futuro digno para la humanidad. Nuestra sociedad necesita de todos los sueños, de todas las energías, de todas las capacidades.
diciembre 21st, 2022 at 7:15 am
Gracias a Ximo por esta reflexión tan profunda y oportuna. Nos viene muy bien para bajar a la realidad en estos días que en la sociedad se vive el desenfreno por «celebrar la Navidad».