La Pascua de las luciérnagas
La figura de una tumba vacía, que se abre a tres mujeres de testigos en la mañana del domingo, ilumina cierta oscuridad actual, que hiere por evitable y ofende por inhumana, y desvela los desajustes del orden mundial, que causan sufrimiento innecesario e irracional, al tiempo que pleitea con los potentes reflectores de la industria turística, que se ha apoderado de los cuerpos y los deseos. La Pascua de este año ha de alumbrar las tumbas realmente existentes como luciérnagas que proyectan luces débiles e intermitentes. Buscar huellas y vestigios de una frágil esperanza es la tarea ineludible de un humanismo herido.
Las personas derrotadas por la Dana, las desaparecidas en las rutas migratorias y las vidas rotas por ejércitos invasores son fosas manifiestas de la Pascua de la humanidad. Arrojar luz sobre sus tumbas dejarse turbar por ellas abre caminos de vida, liberación, reconciliación y de justicia. Las tres Marías, según el relato bíblico, abrieron los ojos de los varones cansados y miedosos, para convertir su decepción en coraje, la ausencia en un nuevo comienzo y la tumba en una escalera. Ellas entraron en la tumba y al conocer el gran enigma de la historia, en lugar de ser testigos protegidos han sido declaradas peligrosas y actores secundarios. Dejemos que alumbren las pequeñas luciérnagas de la Pascua.
Las mujeres, que llevan sobre sus pechos los rostros de las personas arrebatadas por la gota fría, muestran que hay una Pascua personal conformada por vínculos afectivos, que no se traga la tierra, y permanecen en nuestros corazones y en el corazón de la Vida que es el otro nombre de Dios. Y hay una Pascua comunitaria que espera activamente la reconstrucción de los pueblos destruidos, la cancelación de los poderes arrogantes y la sanación de las heridas colectivas.
Del mismo modo, la Pascua arroja luz sobre las tumbas en las profundidades de los mares, donde yacen personas que se vieron obligados a abandonar sus tierras, sus familias y sus países a causa de un poder irracional e hirientes desigualdades; buscaban sus sueños en las rutas migratorias, y fueron derrotadas por las corrientes marítimas sin que nadie les llore ni les guarden el duelo. Cuando creíamos que el silencio era una losa inamovible, la Pascua se anuncia en aquellos hombres y mujeres que intentan impedir sus naufragios, rescatarles de la indiferencia y desafiar las políticas que las ignoran y las deportan. Sin ellas no habrá un futuro para la humanidad.
Y si sentados en la playa, te atreves a mirar al otro extremo del Mediterráneo verás las víctimas de la locura imperial, las madres y padres que lloran por sus hijos e hijas en Gaza y les entierran envueltos en sábanas blancas tal como hicieron con Jesús de Nazaret, el palestino. La Pascua denuncia el espíritu guerrero con sus ansias de dominación y sometimiento que sólo causan muerte y desolación. E indica que la nueva humanidad no será traída por energúmenos guerreros que se deifican brutal, inmisericorde e impulsivamente sino por rupturas creativas que despiertan todos los potenciales de resistencia y curación. La pequeña luciérnaga encierra un secreto: “quien salva una vida, se lee en el Talmud, salva al mundo entero”.
Ximo García Roca