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Vargas Llosa, Bergoglio y las paradojas del laicismo

«No se entiende como alguien tan celoso del peligro de las políticas de identidad pudo elogiar a Ronald Reagan y a Margaret Thatcher»

Cuando mueren los grandes personajes que marcan une época se producen los balances de su vida y de su obra. Esto es lo que ha ocurrido con Mario Vargas Llosa y con Jorge Maria Bergoglio. En unos casos se recuerdan las anécdotas más significativas o las obras más relevantes. Por ello ha vuelto a aparecer el puñetazo a García Marquez y La fiesta del chivo. O los avatares trágicos de la dictadura argentina y la encíclica sobre la ecología.

Empezando con Vargas Llosa me ha sorprendido que no se le haya dado la importancia que merece su obra La llamada de la tribu. Es un libro de extraordinario interés donde Vargas Llosa dialoga con Ortega y con Aron, con Berlin y con Popper, con Hayek y con Revel. El libro aparece en el 2018 y fue presentado por Pepa Bueno, en aquel momento en la cadena Ser, y por Albert Rivera en la cumbre del liderazgo político. Ya se había producido la intervención de Vargas Llosa en Barcelona en la manifestación tras los sucesos del 1-O. Cayetana Álvarez de Toledo y otros muchos han recordado el acontecimiento. Estamos ante un Vargas Llosa que apoya decididamente a Ciudadanos por encarnar ese posicionamiento liberal que él reivindicaba.

El libro aparece cuando todavía no se ha producido la moción de censura de junio del 2018. Es interesante ver el vídeo de la presentación para evaluar la trayectoria de Ciudadanos, de haber sido la primera fuerza política en las elecciones catalanas de diciembre del 2017 a haber desaparecido. Cuando se quiera estudiar en el futuro la fuerza cultural y la debilidad política del liberalismo en nuestro país habrá que volver a lo ocurrido con el partido de Albert Rivera y de Inés Arrimadas : ¿cómo es posible que habiendo tenido el poder al alcance de la mano dilapidaran todas sus opciones hasta desaparecer?

No estábamos ante los silencios de Ortega, ante los combates oscuros de Aron, ante el fuste torcido de la humanidad rescatado por Berlín. Estábamos ante un conservadurismo sin complejos, dispuesto a crear las condiciones para proclamar posteriormente el «fin de la historia», el «choque de civilizaciones» y la «guerra contra el terrorismo». Creo que es esta defensa del neoliberalismo que arrinconó a los sindicatos en la época de Thatcher y del presidente que financió el Irán-contra-gate el que alejó a muchos liberales del pensamiento y de la práctica política de Vargas Llosa. Sin embargo, en relación con el matrimonio homosexual, con la muerte digna o con el aborto sus posiciones coincidían con los postulados del laicismo.

El caso contrario era el de Bergoglio. En relación a todos estos temas –como se ve en el dialogo entre el Papa y diez jóvenes en el documental Amen- el papa Francisco no se mueve un ápice de la doctrina tradicional aunque reivindica una mirada misericordiosa, basada en el perdón. Los jóvenes elegidos están seleccionados de tal manera que si exceptuamos a una representante del movimiento neocatecumental, el pontífice está en absoluta minoría ante una joven no binaria, un joven víctima de abusos sexuales o una defensora del derecho a decidir, favorable a poder ejercer el derecho al aborto.

Siendo esto así parecería que el partidario del laicismo tendría que coincidir más con Vargas Llosa que con Bergoglio. Y efectivamente si los únicos temas son los que aparecen en este documental no es difícil concluir que es así. El problema se complica cuando abrimos el debate e incluimos en la agenda política y en la batalla cultural los temas que Bergoglio puso encima de la mesa desde el comienzo de su pontificado. El Papa que venía nada menos que del «fin del mundo», que había vivido la dureza de la vida en las villas miseria, se encontró con el terrible drama de la inmigración en las playas de Lampedusa y decidió actuar.

Comenzó por recordar a Europa que ella también había enviado a sus hijos fuera del continente para poder tener derecho a una vida digna. En el diálogo con los jóvenes lo dice explícitamente cuando le preguntan por el racismo y si él lo ha sentido. Es el momento en que hace un canto a la Argentina que acogía a inmigrantes de todos los países. En su obra reciente Autobiografía vuelve una y otra vez sobre la experiencia de sus abuelos italianos que acudieron a Argentina. El libro no pasará a los anales de la historia de la literatura pero, a pesar de sus deficiencias estilísticas, es de sumo interés para conocer su personalidad. Cuando recuerda al abuelo que cuenta al nieto lo que significó la Primera Guerra Mundial o como se alegró cuando los italianos decidieron acabar con la monarquía después de la Segunda Guerra Mundial.

Esa memoria de Bergoglio del barrio donde convivían católicos, judíos y musulmanes está presente en toda su vida y en los diálogos con los representantes de las otras religiones. Bergoglio no había viajado mucho como cardenal cuando accede al papado, de ahí su sorpresa y su escándalo cuando observa una Europa que mira hacia otro lado a la hora de encarar el problema de la inmigración. No se cansará de repetirlo en su intervención en el Parlamento Europeo o a la hora de recibir el Premio Carlomagno al interpelara a los presentes con una interrogante recurrente: ¿Europa porque has perdido tu alma?, ¿ por qué has olvidado tu historia?, ¿ por qué no recuerdas la barbarie de la guerra ni los peligros de la intolerancia y del fanatismo?

Cuando se habla del fracaso de su proyecto a la hora de acercarse a las periferias o el fracaso de su intento de influir en el orden internacional, hay que decir que es un fracaso que compartimos muchas personas de izquierda. De ahí la simpatía que despierta en un laicismo que trata de hacer realidad los principios de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Un laicista puede coincidir con Vargas Llosa en la defensa de la libertad de cátedra, o en el respeto a la igualdad ante la ley, para que podamos hablar de Estado de derecho, pero lo que nunca puede avalar es la fraternidad que representó la triunfadora sobre las Malvinas o el vencedor del siglo americano. Bien es cierto que los defensores de Reagan y de Thatcher acostumbran a incluir en el trípode del 89 al papa polaco. Que yo recuerde Vargas Llosa nunca lo hizo porque nunca compartió el revival del tradicionalismo católico.

La fraternidad, preconizada por Bergoglio, aparece como un elemento constitutivo del laicismo de inspiración socialista o si se prefiere del laicismo republicano que inspiró a tantos socialistas. Un laicismo que hoy se encuentra en minoría en el orden internacional y tiene que afrontar un mundo donde lo que era inimaginable se ha hecho realidad. Cuando Bergoglio comenzó su pontificado estaba Obama y logró un acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. También logró una cumbre entre Shimon Peres y el presidente de la Autoridad Palestina en el Vaticano.

A la hora de acabar su mandato y su vida tenemos a Trump en la Casa Blanca, a Milei en su Argentina natal y a Netanyahu en Israel. Lo peor de cada casa, acompañados por Le Pen, Salvini, Orban, Meloni y Abascal. Por eso cuando este último decía que no le importaba ni poco ni mucho lo que dijera el ciudadano Bergoglio, éste subía enteros en el apoyo de las bases sociales de la izquierda.

Algunos no soportan estos apoyos de la izquierda y arguyen cosas pintorescas como que Bergoglio avaló la leyenda negra y asumió las críticas acerbas al pasado colonial español. Son posiciones que requieren alguna matización para terminar. La autora de Imperiofobia afirmaba que le parecía increíble que los españoles hubieran asumido de forma acrítica la propaganda anglófila sobre los crímenes cometidos por los conquistadores españoles. Remachaba su argumentación recordando que ella nada tenía que ver con la defensa de la religión y que sí lo hacía por patriotismo.

Si Elvira Roca Barea o los defensores del ateísmo católico hubieran frecuentado el estudio de los socialistas exiliados verían que ese debate fue muy intenso para grandes historiadores socialistas como Ramos Oliveira o para grandes filósofos como Adolfo Sánchez Vazquez. Para estos grandes intelectuales exiliados reivindicar a Bartolomé de las Casas no implica olvidar los designios del imperialismo norteamericano. No se trata de elegir imperio sino de apostar por un mundo donde se pueda superar el racismo y el colonialismo, el imperialismo y el supremacismo.

Un mundo donde el laicismo de inspiración socialista encontró una voz amiga en Bergoglio. Si la agenda fuera únicamente la que aparece en el documental Amén estaríamos más de acuerdo con la defensa de los derechos cívicos de liberales como Vargas Llosa pero si hablamos de la fraternidad, de la solidaridad, de la inclusión y de una ciudadanía compartida las simpatías se dirigen a Bergoglio. Quizás porque su derrota en detener la guerra en Ucrania o en conseguir la paz en Gaza es la derrota de todos los que miramos con pavor el liderazgo obsceno que hoy preside Estados Unidos.

Una última consideración para terminar. Hay laicistas que piensan que todos estos debates son superfluos porque el camino a seguir es la privatización completa de las cuestiones de sentido y la reclusión de la religión al ámbito de lo privado. Es una pretensión tan loable como imposible de lograr. Si queremos entender lo ocurrido en los últimos años tenemos que tener en cuenta la relevancia pública del Montini lleno de angustia frente a la resolución implacable de Juan Pablo II; al igual que es imprescindible analizar la ruptura entre la finura intelectual de Ratzinger y la apuesta por las periferias de Bergoglio. Sólo tras este análisis es posible optar y establecer alianzas en ocasiones con los laicistas liberales como Vargas Llosa y en otras con la fraternidad de católicos como Bergoglio. No es tan fácil prescindir de la identidad y no sucumbir a los cantos de la tribu. Para muestra el propio Vargas Llosa.

Antonio García Santesmases
Publicado en The Objetive

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