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Ignacio Sotelo y la memoria de aquellos años

Tenía pensado recordar a Ignacio Sotelo cuando se cumplen cinco años de su muerte. Iba dando vueltas a los temas a tratar porque su obra es muy amplia; no sabía si dar cuenta de su visión de la historia de España, de sus reflexiones sobre Europa, de su estudio sobre el origen, el desarrollo y la crisis del Estado social o de su debate con los teólogos acerca del significado y el alcance del agnosticismo. Cualquiera de estos temas merece una reflexión sosegada que dejo para otra ocasión.

Mis planes cambiaron cuando asistí atónito, perplejo y desconcertado a la catarata de noticias acerca de la corrupción que aparecen los últimos días en los medios de comunicación. Pensar que volvíamos a vivir lo ocurrido en los años noventa del siglo pasado estremece a cualquier socialista. Las declaraciones de Felipe González han provocado como reacción el recuerdo de todos los escándalos de aquellos años: caso juan guerra, filesa, ibercorp, Luis roldan, Mariano Rubio, el gal, el Cesid, los fondos reservados… y se añadía como coletilla ,por algunos indocumentados, que nadie decía entonces nada, porque el que se movía no salía en la foto.

Nada de esto es cierto ni ocurrió así. No es de extrañar esta falta de memoria cuando en otro reportaje televisivo preguntaban a muchos jóvenes quien era Felipe González y no sabían quién era. Imagínese el lector si esto ocurre con el líder de aquellos años que no pasará con los que fuimos críticos en aquella época. Pensar que lo que uno ha vivido perdura en las generaciones siguientes es un error que se repite inexorablemente en distintos momentos históricos.

Por si pudiera servir de contrapunto a esta desmemoria me gustaría recordar el papel de Ignacio Sotelo en los debates de aquellos años, tanto en el comité federal del Psoe como en sus columnas en el diario El País. Ignacio había apoyado decididamente a Felipe González en la crisis de los socialistas del año 79. Suya era la frase que se hizo celebre entonces de que “somos socialistas antes que marxistas”. Era igualmente defensor de la conveniencia de un proyecto socialista autónomo que no tuviera veleidades izquierdistas y no apostara por una política de unidad de izquierdas. En este sentido su sintonía con el Felipe González del 79 era total.

Como buen weberiano era consciente de la necesidad del liderazgo, de la conveniencia de partidos articulados como fuertes maquinas electorales con la voluntad de triunfar en las urnas. Se trataba de gestionar el presente y no dejarse llevar por interminables debates acerca de un futuro ideal que nunca llegaba. El político tenía que pasar por la experiencia del gobierno y no elucubrar en un departamento académico sobre la maldad del Estado o acerca del lenguaje del poder. El político no era un intelectual.

El problema venía porque Ignacio Sotelo sí era un intelectual y además un intelectual dispuesto a intervenir continuamente en los medios de comunicación, especialmente en el que tenía en aquella época mayor repercusión, en el diario El País. Piense el lector que en aquellos años ochenta sólo había dos cadenas públicas de televisión y el comienzo de las televisiones autonómicas. La proliferación actual era impensable, máxime tras la aparición de los medios digitales.

El intelectual mediático si quiere mantener su presencia no puede rehuir los debates más acuciantes: en aquella época eran la permanencia de España en la Otan, el terrorismo de eta, el conflicto con los sindicatos y desgraciadamente el tema de la corrupción. Reconozco que siempre pensé que no era posible lo que fue apareciendo; siempre discutí con mi viejo amigo Pablo Castellano sobre este tema pensando que exageraba en sus denuncias. La historia no sólo le dio la razón sino que sobrepasó cualquier perspectiva imaginable. Pensar que el gobernador del Banco de España y el director de la guardia civil acabarían en la cárcel iba más allá de lo que cualquier socialista hubiera podido imaginar.

En aquel mundo tan terrible de los años noventa sobresale el papel de Ignacio Sotelo. El weberiano defensor de la ética de la responsabilidad tenía un inequívoco fondo kantiano dispuesto a mantener sus convicciones contra viento y marea, oportuna e inoportunamente. Podía haber optado por refugiarse en la tribuna del periódico y, sin embargo, a petición de Juan Antonio barrio de Penagos, secretario general entonces de la agrupación socialista de Chamberí decidió apoyar como independiente la candidatura de Izquierda socialista e incorporarse al comité federal.

Ignacio puso todo su rigor académico y su pasión política en pedir explicaciones sobre los Gal cuando comenzaron las investigaciones en 1.988 del juez Garzón y en denunciar las tropelías cometidas en el despacho de Sevilla por Juan guerra. También intervino muy activamente en el debate sobre la huelga general del 14 de diciembre de 1.988. Todas estas reflexiones aparecen recopiladas en una obra de 1.994 EL DESPLOME DE LA IZQUIERDA.

Recuerdo que en una ocasión al presentarle en un congreso académico con gran ironía el encargado de decir unas palabras sobre el conferenciante no tuvo sino que recordar los títulos de las obras para resumir una época. Habíamos pasado en 1.980 de definir el proyecto en el libro EL SOCIALISMO DEMOCRATICO a pasar por la prueba del gobierno en el 1.986 en el libro LOS SOCIALISTAS EN EL PODER para acabar en 1.994 con EL DESPLOME DE LA IZQUIERDA. Cuando ya anunciaba Ignacio el desplome todavía quedaban dos años del gobierno de Felipe González.

El recuerdo de aquellas peripecias muestra que la situación llegó a ser angustiosa y el vivir pendiente de los nuevos escándalos y de las decisiones de los tribunales era una auténtica pesadilla. Tuvo que llegar una nueva generación para que todo aquello fuera superado. Con Zapatero se acusaba a los socialistas de crear un clima guerracivilista con la memoria histórica; de romper la nación con el estatuto de Cataluña ; de acabar con la familia con el matrimonio igualitario; y de ser antiamericano con la retirada de las tropas de Irak. La diferencia para el militante y el votante socialista era completa: es muy distinto ser acusado en la calle de enfrentarte al imperio de ser estigmatizado como cómplice de Filesa o del Gal. El tema de la corrupción parecía definitivamente superado.

¿Qué pensaría Ignacio Sotelo de lo que estamos viviendo? No lo sabemos como tampoco sabemos lo que pensaría Fernando Morán de Donald Trump o Luís Gómez Llorente de la última proclama de la conferencia episcopal. No lo sabemos, pero sí podemos releer sus libros y recordar su memoria para intentar abrirnos camino en un escenario tan incierto como el que vivimos. En este mundo donde hay jóvenes que no saben quién es Felipe Gónzalez es previsible que todavía les sean más ajenos los intelectuales socialistas a lo que he hecho referencia. No es fácil que lo conozcan, pero por intentar incentivar su curiosidad , y por si alguno leyera este artículo, quisiera terminar con una cita de Ignacio Sotelo que parece escrita ayer, tras los hechos que estamos viviendo. Dice Ignacio al hablar de la corrupción en octubre de 1.987 : “ Hace apenas tres semanas cenaba en Madrid con algunos viejos amigos, abogados con despachos florecientes… como se hablase de algunos negocios que olían a corrupción, intercalé el consabido dicho de que los socialistas podían meter la pata – y en mi opinión lo habían hecho a fondo en algunas cuestiones capitales- pero de ningún modo la mano. Los comensales me miraron atónitos, por completo estupefactos, sin saber si atribuir mis palabras a una ingenuidad que raya en la estupidez o a un cinismo que rebasa con creces el que hoy prevalece en la alta burguesía madrileña… menos mal que un amigo, tan inteligente como sensible, alegó que vivo en Berlín y que por tanto, se me podía perdonar tan descomunal despiste” ( El País 25 de octubre de 1.987)

Era octubre de 1.987 pocos meses después se incorporaría a propuesta de Izquierda socialista al comité federal y tendría la oportunidad de explicar las diferencias entre la responsabilidad penal y la responsabilidad política y de aportar su rigor analítico a los múltiples problemas que vivimos en aquellos tiempos. Hoy se habla de barrabasadas y de orfandad orgánica por el presidente del gobierno de aquel entonces; Felipe González no recuerda o ha preferido olvidar lo que fueron aquellos años. Para no olvidarlos y no cometer los mismos errores es imprescindible volver a leer lo que denunció entonces Ignacio Sotelo.

Cumplimos con ello una doble tarea: reafirmar el reconocimiento que merece su obra y orientarnos en estos tiempos donde aquellos terribles sucesos han vuelto a aparecer, cuando creíamos que toda esa ciénega había quedado definitivamente superada y pensábamos, como el Sotelo de octubre del 87, que se podía meter la pata pero no la mano.

Antonio García Santesmases
Publicado en El Obrero

 

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