Hacia las Elecciones Generales
No hay ninguna duda que, después de las últimas elecciones autonómicas y municipales, el panorama político español ha cambiado enormemente.
El PP ha perdido estrepitosamente, el PSOE ha conquistado mucho terreno pese a haber perdido votos, las nuevas fuerzas políticas como Ciudadanos y Podemos (en sus distintas formas y conjunciones) han conquistado un espacio propio, y dos formaciones como IU y UPyD parecen destinadas a desaparecer. Ahora hemos de ver qué ocurrirá en las elecciones generales, porque, aunque los votos ciudadanos parecen estar encarrilados, nuevamente conviviremos con disyuntivas electorales propias de un proceso de transición.
El PP hace lo que puede para dar aires de modernidad y cambio a un partido anquilosado y estructuralmente dañado por los casos de corrupción, la financiación B y los sobres en negro a sus máximos dirigentes. Por mucha cara nueva con aire inocente que pongan al frente de los mensajes de comunicación, lo que le ocurre al PP es mucho más grave y profundo, pero no parecen dispuestos a cortar de raíz con un pasado infeccioso. Aún así, el PP cuenta con ayudas extras para que sus posiciones conservadoras no pierdan espacio electoral: ahí está Merkel o el FMI para poner de ejemplo la gestión de Rajoy, el súbdito disciplinado, pues los organismos europeos actuales no pueden perder un lacayo como el presidente español, y para ello, se han afanado bien en asfixiar a Grecia y ensalzar a la política española (aunque aquí sigamos sufriendo las consecuencias de una nefasta política gubernamental). El PP comenzará también a partir de septiembre su estrategia embaucadora de bajada de impuestos y cara amable del Gobierno con el fin de confundir una vez más al electorado.
La única e importante novedad es que el español conservador también está harto de promesas incumplidas y de chanchullos y estafas, y, en este caso, cuenta con una opción nueva a quien ofrecer su voto sin taparse la nariz.
Pero, evidentemente, donde está el mayor interés electoral es en la izquierda, quien está viviendo la mayor transformación política de los últimos tiempos.
A excepción del PSOE, quien mantiene su línea más o menos estable en organización y mensajes, sin atreverse a romper moldes, con una prudencia a veces excesiva, y con el equipaje a cuestas de haber sido gobierno y querer serlo de nuevo de la única manera que ha aprendido a ejercerlo, el panorama de la izquierda sí ha variado radicalmente.
En las pasadas elecciones autonómicas y municipales, apareció un formato nuevo de organización política: ya no son partidos homogéneos, con denominación de siglas, sino con nombres que apelan a sentimientos y capacidades ciudadanas, con amalgama de fuerzas entre organizadas y voluntarias, que provienen de sectores diversos, cuya cultura política se entremezcla, y que representan “mareas” más que partidos. Ha sido una experiencia emotiva e interesante, que se ha configurado y moldeado de formas diferentes en función del terreno en el que nacían, y que ha tenido mucho que ver también la persona que los lideraba, véase casos como “Ahora Madrid”, “Barcelona en Comú”, “Zaragoza en Común”, “Por Cádiz sí se puede”, …
Es la primera vez en España que no son organizaciones políticas al uso, sino plataformas diversas y heterogéneas las que han surgido en el nuevo panorama español.
Ahora bien, ¿cómo se van a configurar de cara a las elecciones nacionales?, ¿cómo se podrá recoger toda esa fuerza de votos, esa necesidad de cambio, esa demanda de algo diferente, esas ilusiones puestas en la puerta del ayuntamiento de tu casa, en unas candidaturas amplias, de carácter nacional? Es decir, ¿se puede construir un “España en común”?
Pues ahí es donde veo la dificultad y los primeros roces.
Para la democracia, resulta sano fortalecer la diversidad y pluralidad de organizaciones políticas, pero no podemos olvidar que en el sistema electoral la excesiva fragmentación de opciones políticas debilita enormemente al sector que representan. La aparición de nuevos partidos creados como plataformas que recogen a aquellos líderes que se han quedado excluidos del actual sistema electoral (como ocurre con IU), que suman a descontentos de otras formaciones políticas, a críticos de los que ponen en marcha, a organizaciones más pequeñas que no acaban de consolidar como Equo, etc y etc es una buena noticia democrática de que la política española está viva y se mueve, de que la izquierda está en una transformación interesante buscando el acomodo entre la organización y la participación, innovando fórmulas y mecanismos, y un largo etcétera de salud democrática. Pero, pero, pero, …. no olvidemos cuál es el sistema electoral español, pues a la larga las fragmentaciones electorales evitan consolidar el voto y dificultan también el entendimiento a la hora de gobernar.
En España ha nacido la cultura del pacto y el consenso, de la negociación y el diálogo, el alejamiento de las mayorías absolutas por la búsqueda de acuerdos mínimos de entendimiento. Las autonomías y ayuntamientos están hoy, en su mayoría, gobernados por tripartitos (con o sin representación en los gobiernos), que exigirán mucha inteligencia y sensibilidad para llevarlos a cabo. No dudo en estos momentos que saldrá bien.
Pero hay que tener cuidado en que la diversidad democrática no se convierta en una fragmentación de personalismos o pequeñas propuestas que dificulten luego un gran entendimiento entre las izquierdas.
Una vez más, España irá a unas elecciones generales mostrando dos formas de gobernar diferentes y también dos formas de organización políticas diferentes.
Nada hay escrito para las siguientes elecciones generales.
Ana Noguera