La búsqueda de Europa
Han pasado poco más de dos décadas de su fundación y la Unión Europea afronta un periodo incierto. La crisis financiera ha desatado un proceso de desintegración con brotes radicales de nacionalismo como su máxima expresión. La descoordinación de las políticas económicas, el drama de los refugiados o la amenaza del terrorismo dejan al descubierto los desperfectos del proyecto comunitario. Analistas de todo el mundo dan su visión de este momento crítico.
Europa acaba de sufrir una amputación traumática impensable hasta hace solo unos meses, con la salida de Reino Unido. La banca italiana, que acapara un tercio de toda la morosidad de la zona euro, está inmersa en una crisis que amenaza con contagiar al resto del continente. Los refugiados siguen viniendo desde Oriente Medio a nuestras costas por millones, y la solución de estancarlos en Turquía, a los ojos de la mayoría de los ciudadanos, como han demostrado infinidad de manifestaciones de desacuerdo, también desde los medios, no se ve como definitiva, ni tan siquiera ética. Los últimos atentados yihadistas en Alemania y Francia, por otro lado, no hacen sino avivar el recelo frente a la inmigración.
Son solo algunos ejemplos de tantos conflictos que asuelan una Unión Europea que pide a gritos una profunda reflexión y, sobre todo, una redefinición de un proyecto comunitario, hoy por hoy, demasiado sincrético. Ya hay voces que reclaman un mayor y más concretado papel de la Comisión: el presidente del Parlamento Europeo y socialdemócrata alemán, Martin Schulz, cree que ha llegado la hora de convertirla en «un genuino gobierno europeo», que rinda cuentas ante la Eurocámara. La realidad actual es que los retos y las amenazas a la unidad, dentro y fuera del continente, cambian mucho más rápido que las políticas, los acuerdos o las mínimas decisiones de quienes están al timón.
En este contexto, el descrédito de Europa ante los propios europeos crece alarmantemente, espoleado por el oportunismo de movimientos populistas excluyentes independientemente de su ideología, ya sean de derechas, como el de Marine Le Pen y su partido Frente Nacional en Francia, o de izquierdas, como el Partido Socialista de los Países Bajos, por poner algunos ejemplos. El libro La búsqueda de Europa. Visiones de contraste pone en negro sobre blanco los retos a los que nos enfrentamos y razona por qué, hoy, la Unión Europea es más necesaria que nunca. Pertenece a una serie anual que publica el BBVA desde 2008 dentro de su iniciativa OpenMind, configurada como un espacio de debate y análisis para compartir conocimiento. Veinte contribuciones del más alto nivel internacional (catedráticos, economistas, pensadores, políticos, líderes empresariales…) divididas en tres apartados –Las bases económicas del proyecto europeo, Europa y sus naciones: política, sociedad y cultura y Los límites no resueltos de Europa y los nuevos poderes mundiales– que realizan una vivisección a nuestro continente para determinar en qué estado se encuentra, cuáles son sus patologías y cómo debe afrontar los retos inminentes para asentarse como proyecto aglutinador, solidario y próspero.
Lo que recorren estas páginas no solo nos incumbe a los europeos: la UE es la primera potencia económica y comercial y, como dicen los responsables de la obra, «es el proyecto de integración política más ambicioso que se haya abordado en la historia, y constituye una referencia para procesos análogos en otras regiones». Una integración que ha puesto de relieve sus puntos débiles en los últimos años por la crisis económica y financiera: «La unión monetaria sin una unión bancaria, la falta de mecanismos que aseguren la compatibilidad de las políticas económicas y la división entre los países con una moneda común y los que no forman parte de la zona euro», enumeran los editores del libro que, con todo, adoptan una postura de cierto optimismo: «Esta crisis, sin embargo, como ha ocurrido en otras ocasiones, cuando la UE ha encarado las dificultades reforzando los lazos entre sus miembros, ha dado un fuerte impulso a la integración europea en los ámbitos de la unión bancaria y la coordinación de las políticas económicas».
Crisis de confianza, ¿crisis de integración?
Uno de los grandes impulsores de la construcción de la Comunidad Europea tras la II Guerra Mundial, Jean Monnet, solo concebía este proyecto si en un futuro las decisiones trascendentales se tomaban a partir de una generosidad que no se limitara a la defensa de los intereses nacionales. Si se delegaban, por tanto, prioridades y soberanía, para lo que, según el consejero político y económico francés, la confianza entre los Estados europeos era una pieza clave. Hoy por hoy está dañada, y los motivos son tan variados como complejos.
Según escribe en el libro la catedrática de Relaciones Internacionales Vivien Ann Schmidt, la crisis de confianza en la eurozona pone en riesgo incluso un concepto sacramental como la democracia. El rescate a Grecia o las políticas de austeridad impuestas con especial crudeza a países como Irlanda, Portugal o España han tenido un efecto de doble rasero: por un lado, han implicado a la población en la búsqueda de soluciones y, por tanto, se ha salido de escenarios políticos un tanto anquilosados y, en definitiva, se ha evolucionado y dado voz a nuevos actores. El problema es que, en muchos casos, estas alternativas se han abrazado al populismo y se han materializado en formaciones políticas que han alimentado el escepticismo frente al proyecto europeo. Para Schmidt, «el problema no es que la UE haya invadido competencias nacionales, sino que los ciudadanos han tenido muy poco que decir».
La experta ve, además, descompensaciones, como el excesivo poder de Alemania en la toma de decisiones: «Su tribunal constitucional es el único tribunal nacional que ejerce un derecho a vetar las decisiones de la UE, causando inseguridad jurídica». Y añade una falta de flexibilidad operativa que nos impide adaptarnos con la celeridad necesaria a las crisis de los nuevos tiempos: «En la UE resulta muy difícil modificar los tratados sin el acuerdo de los 28 Estados miembros».
Esta falta de adecuación a problemas locales que necesitan soluciones globales ha provocado una sensación, especialmente en los países más acuciados por la crisis, de desprendimiento del concepto comunitario, cuando debería ser al contrario y Europa debería presentarse siempre como un agente protector. Por eso, mientras la UE pretende construirse sobre la pluralidad de las identidades y sentimientos nacionales, no paran de levantarse muros, aunque sean simbólicos, y de alimentarse movimientos independentistas, una de cuyas consecuencias extremas hemos visto recientemente en el inesperado Brexit.
Precisamente, uno de los artículos más arriesgados del libro es el del redactor de política de la revista The Economist, John Peet. Aún no se había celebrado el referéndum sobre la segregación de Reino Unido, pero ya adelantaba que, fuera cual fuera el resultado, «su país seguirá siendo un europeo reticente situado en los márgenes de una eurozona más integrada». Y llega a una conclusión que bien podría servir hoy para explicar el Brexit: «El Reino Unido contempla la UE en términos pragmáticos y financieros, no como parte de su identidad y apoyo a su seguridad, como otros Estados miembros. Y esto es porque, desde mucho antes de su adhesión en 1973, se consideraba una potencia nacional y siempre vio su relación con Europa como una mera transacción». Aunque ahora sea demasiado tarde, tal vez una de las asignaturas pendientes era, precisamente, mejorar esa percepción.
La economía también puede ser solidaria
Alberto Alesina, catedrático de Economía Política en la Universidad de Harvard, señala en el libro que la confianza mutua es absolutamente necesaria entre los gobiernos de los veintiocho para el buen funcionamiento de la UE. Apunta a la crisis griega y la necesidad de adoptar nuevas políticas de rescate y fondos comunes como uno de los motivos que han acrecentado la brecha entre el comportamiento económico de los países del norte y los del sur. Esta divergencia ha incrementado la desconfianza e impulsado la austeridad como receta aplicable en todo momento y lugar.
En consecuencia, escribe Alesina, «los europeos del norte no están dispuestos a redistribuir más dinero para ayudar a los del sur y exigen condiciones irrazonables. A su vez, los europeos meridionales, vistos como gente que gasta más de lo que produce, incapaz de poner en orden sus presupuestos y de gestionar de forma eficiente sus economías, no pueden dejar de sentirse ajenos a una UE contemplada cual agente de desconsideración». Una situación que aleja el sentimiento de solidaridad, pilar indiscutible e histórico que siempre ha definido a la UE.
Europa es mejor para Europa
El presidente de BBVA, Francisco González, se reafirma en este libro en las consecuencias beneficiosas del proyecto europeo y, por tanto, en la necesidad de seguir desarrollándolo, a pesar de los contratiempos. «Desde sus pasos iniciales en los años 50 del pasado siglo, el proceso ha vivido cinco décadas de éxito, que se resumen en la ampliación desde los seis países fundadores hasta los 28 actuales –más una decena de aspirantes– y en la profundización desde un área de libre comercio hasta una unión monetaria plena a partir de los últimos años 90». Recuerda González que, a lo largo de cinco décadas, la integración europea ha impulsado el crecimiento económico y ha contribuido de manera muy clara al fortalecimiento de las instituciones de los países que han ido sumándose al proceso, en muchos casos, con regímenes democráticos recientes y no consolidados. Y, sobre todo, que «este extraordinario desarrollo no ha estado nunca exento de desequilibrios y problemas».
Si nos centramos en los vaivenes económicos de la Europa actual, González aporta también algunas claves para salir de este momento de incertidumbre, que pasan por una puesta al día: «La crisis ha cambiado la manera de abordar la economía, y la necesaria mejora de la productividad y la recuperación cuentan con un importante aliado: el imparable avance de la tecnología. Cambiará la forma de entender la economía y las relaciones sociales, por lo que se hace imprescindible que la incorporemos y la utilicemos para avanzar hacia una Europa fuerte y unida. Un ejemplo es el proceso de digitalización de la banca, que puede contribuir a impulsar el crecimiento económico y el bienestar de los ciudadanos».
Siguiendo esta línea de pensamiento, La búsqueda de Europa. Visiones de contraste, encara precisamente los problemas del presente, pero también echa una mirada constructiva hacia adelante y a cómo afrontarlos. No solo los que tenemos dentro de nuestras fronteras. «Qué países externos serán o no miembros en el futuro es un apartado clave en la política exterior europea, y también lo tratamos en este libro», escribe González en su introducción, y, aunque admite que ni sus casi 500 páginas son suficientes para abordar un tema tan amplio, la variedad de enfoques y ensayos que lo componen, de grandes pensadores y analistas de todo el mundo, cumple con el objetivo del libro: «Compartir conocimiento para un mundo mejor».
Luis Meyer.
Artículo publicado en Ethic.