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Cambio climático: Los grandes ejecutivos del petróleo necesitaban un baño de realidad. Y el Papa se lo ha dado

Es como que esperas que los papas se dediquen a hablar de cosas espirituales, al modo en que esperas que los chefs se dediquen a hablar de especias o los jardineros podadores a charlar de ramas salientes.

Razón por la cual resultó tan interesante oír esta semana al Papa Francisco analizar el debate sobre el clima en términos muy prácticos y muy sagaces, haciendo gala de más perspicacia matemática que la medianía de nuestros líderes mundiales y bastante más astucia estratégica que el periodista medio. De hecho, con unas pocas frases hábiles, puso al desnudo la hipocresía que domina buena parte del debate sobre el clima.

La ocasión se produjo al reunirse los ejecutivos de combustibles fósiles en el Vaticano, como parte de una serie de reuniones para conmemorar el tercer aniversario de la Laudato Si´, su majestuosa encíclica sobre el cambio climático. Las reuniones fueron a puerta cerrada, pero según todos los testigos, los superpetroleros sacaron sus anodinos argumentos habituales sobre el cambio climático: cualquier transición energética ha de ser lenta, pasar con demasiada rapidez a las renovables perjudicaría a los pobres al elevar los precios, y así sucesivamente.

Como respuesta a ello, Francisco dio graciosamente las gracias a los ejecutivos del petróleo por su asistencia y por “desarrollar enfoques más cuidadosos para la valoración del riesgo climático”. Pero luego se metió en faena. “¿Basta con esto?”, preguntó.   “¿Saldremos del apuro a tiempo? Nadie puede contestar a eso con certeza, pero a cada mes que pasa, el reto de la transición energética se vuelve más apremiante”. Dos años y medio después de las conversaciones de París sobre el clima, señaló, “las emisiones de dióxido de carbono y las concentraciones atmosféricas de gases de invernadero siguen siendo muy elevadas. Esto resulta inquietante y es motivo de verdadera preocupación”. Vaya que sí.

Lo que resulta verdaderamente “preocupante”, sin embargo, “es continuar la búsqueda de nuevas reservas de combustibles fósiles, cuando el acuerdo de París urgía claramente a mantener en el subsuelo la mayoría de los combustibles fósiles”. Y en esa frasecita pide poner las cartas sobre la mesa respecto a la mayor parte de lo que pasa por acciones contra el cambio climático entre las naciones y entre las empresas de combustibles fósiles. Sí, a despecho de Donald Trump, la mayoría de los países ha empezado a dar pasos para reducir la demanda de energía con el tiempo. Y sí, las compañías petrolíferas han empezado a elaborar a regañadientes “informes de riesgo climático” y a desviar mínimos porcentajes de sus presupuestos de investigación a las renovables.

Pero nadie ha querido enfrentarse al hecho de que tenemos que dejar más del 80% de las reservas conocidas de combustibles fósiles en el subsuelo si queremos tener alguna posibilidad de cumplir los objetivos de París. Ninguna compañía ha querido comprometerse a dejar el carbón, el petróleo y el gas en tierra, y casi ninguna nación se ha mostrado proclive a forzarles a que lo hagan. Por el contrario, los países grandes en combustibles fósiles siguen ayudando e incitando a las grandes empresas de combustibles fósiles en su empeño de abrir más minas y perforar más. En Australia, el gobierno de Turnbull da su respaldo a una inmensa mina nueva de carbón, en Canadá, el gobierno de Trudeau se compra literalmente un oleoducto para mantener la expansión de las arenas alquitranadas; en los EE.UU. el gobierno federal podría ser igualmente una filial de la entera propiedad de las empresas de combustibles fósiles.

De hecho, tal como señala Francisco, no se trata sólo de que estas empresas y países se hayan comprometido a sacar a la luz las reservas que actualmente tienen. Lo que es todavía más demencial es que andan por ahí explorando para descubrir más. Empresas como Exxon dedican miles y miles de millones de dólares a descubrir nuevos campos petrolíferos, aunque tengamos ya bastante más petróleo del que podemos quemar de forma segura.

Todo esto es moralmente erróneo, tal como apunta Francisco. “No se pueden llevar a cabo avances decisivos sin una consciencia acrecentada de que todos formamos parte de la familia humana, unidad por lazos de fraternidad y solidaridad. Sólo pensando y actuando con una constante preocupación por esta subyacente unidad que supera todas las diferencias, sólo cultivando un sentido de solidaridad intergeneracional universal, podemos encarar de modo verdadero y resuelto el camino por recorrer”, afirma.

Lo cual resulta estupendo: es tarea de los líderes religiosos recordarnos que debemos pensar más allá de nuestro propio interés.

Pero Francisco también comprende que nuestro enfoque actual no tiene sentido alguno matemáticamente. No podemos tener una bonita transición lenta y fácil, porque no podemos echar apenas más carbono a la atmósfera. Debemos resolver el problema del acceso de los pobres a la energía recurriendo a las renovables, no a los combustibles fósiles, porque “nuestro deseo de garantizar energía para todos no debe conducir al efecto indeseado de una espiral de cambios climáticos extremos debido a un aumento catastrófico de las temperaturas globales, de entornos más severos y niveles de pobreza en aumento”. Por encima de todo, hemos de prestar tanta atención a la verdadera realidad como le prestamos a la realidad política: “¡La civilización requiere energía, pero el uso de la energía no debe destruir la civilización!”.

Es extraño que sea el Papa el que instruya a  los ejecutivos del sector energéticos sobre las mates del carbono. Pero en realidad no es más extraño que el hecho de que los zagueros de la liga de fútbol americano den lecciones a los políticos sobre la injusticia racial o los chicos y chicas de instituto se las den al país en lo que respecta al peligro de las armas. En medio de la ola de sinsentido sin precedentes que viene de Washington, D.C., es bueno recordar que todavía hay gente de todo género capaz de atravesar la inmovilidad y el griterío El buen sentido común habla todavía con mayor resonancia cuando llega de rincones inesperados.

Bill McKibben
Artículo publicado en Sin Permiso 

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