Caminante con mochila
Es suficiente acercarse a ciertas historias para entender lo que es un cuerpo herido, una vida dañada y un futuro hipotecado. Un zarpazo caprichoso del azar llevó a Valentín, a sus cincuenta años, a pernoctar en el pórtico de Bancaixa, y esperar al amanecer en la puerta de Mercavalencia; un fracaso escolar continuado llevó a Pedro a peregrinar a sus 21 años en búsqueda de empleo; un golpe militar expulsó a Samir y Berta de su país y, afincados en Valencia, viven su doble ausencia; la situación pandémica cerró los hogares donde Elena, a sus treinta y cinco años, cuidaba a ancianos y hoy, confinada en su habitación con su pequeña hija, sobrevive con la ayuda de Caritas. Así, se ha ido construyendo el paisaje social de quienes aspiran a algo mínimo que resulta básico. No persiguen una plaza en el supuesto paraíso del bienestar ni desean la ruina de los que se consideran sus propietarios; simplemente aspiran a un ingreso vital mínimo.
Las personas e instituciones que se atribuyen el poder de determinar qué vidas son valiosas y cuáles ni siquiera deben ser lloradas, multiplican las sospechas y las reservas. Dicen de Ustedes que, si se les garantiza un ingreso básico vital, se creará una fábrica de holgazanes; les recuerdo, que «no toda caída tiene lugar hacia abajo» (Paul Nizan) sino que puede ser una lanzadera hacia adelante; dicen que si Ustedes disponen de libertad para decidir su propio destino, se creerán en el paraíso comunista sin estímulos para competir; ¡pobre paraíso si se conforma con tan poco!; dicen que si a Ustedes, por fin, les va bien, será la ruina de los que siempre les ha ido bien, ¡siempre la nefasta mentalidad de suma cero!
Sin duda, toda medida social puede producir efectos no deseados, pero nadie renuncia a la quimioterapia porque le cae el pelo, sino que se ocupa de la consecuencia indeseada por otros medios. La posible patología del ingreso mínimo no se combate renunciando a él, sino activando el apoyo cultural, la accesibilidad laboral, o el acompañamiento personal, la inteligencia cooperativa. Y ésta es la prueba de acreditación a la que se enfrentan hoy las Comunidades Autónomas, como la valenciana, que implantaron con acierto la renta de inclusión: necesitan complementarse con recursos técnicos, con la movilización social, con la economía solidaria, con la implicación comunitaria o con el trabajo cívico. De lo contrario, el ingreso mínimo se convierte en un simple subsidio de emergencia y la lucha contra la pobreza en un mero paliativo de una situación injusta.
La conquista de un derecho es siempre una batalla ganada contra las resistencias de los poderosos y los obstáculos de los interesados. Pero los derechos acaban llegando porque, como subraya Amartya Sen, son los protectores de capacidades; y si el derecho de expresión protegía la capacidad de hablar, o el derecho de asociación hacía lo propio con la capacidad de vivir juntos ¿qué capacidad protege el derecho al ingreso mínimo vital? Protege la capacidad de empoderarse de sus condiciones materiales para participar en la vida colectiva; tan solo que para que exista vida social o laboral o cultural, previamente ha de haber vida. Necesitamos sus capacidades de indignación, de resistencia, de ensoñación, incluso de pasotismo. Como me decía Costel, cuando se le concedía el ingreso valenciano de inserción, ahora puedo ser caminante con mochila. Ciertamente, Ustedes tienen la responsabilidad de mostrar que se puede recibir el ingreso vital y ser socialmente activos hasta comer del pan con el propio esfuerzo. La misma responsabilidad que tienen los detractores del ingreso, para trabajar decididamente por una sociedad accesible, crear empleo digno, y favorecer la inclusión en una sociedad de iguales.
La hora del mundo pide extender el ingreso básico a toda la población mundial para construir una sociedad sin hambre como un elemento sustantivo en la lucha contra las desigualdades locales y mundiales. Hay riqueza suficiente para hacerlo, se sabe cómo implantarlo, y existen organizaciones mundiales dispuestas a conseguirlo en su lucha contra la pandemia del hambre. «Tal vez -dice el papa Francisco- sea la hora de pensar en un salario universal capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y cristiana: ningún trabajador sin derechos». Por marcar la hora, Francisco ha sido reducido a la categoría de ciudadano Bergoglio. Pero como asegura la nicaraguense Gioconda Belli, «así fue como proliferaron en el mundo/portadores de sueños./Los llamaron ilusos, románticos, pensadores de utopías./Nosotros sólo sabemos que los hemos visto/ sabemos que la vida los engendró/para protegerse de la muerte».
Joaquín García Roca
Artículo publicado en Levante.emv