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Cómo ganó Trump también es la historia de cómo perdió Harris

Unos demócratas que se han dedicado a hacer bandera de los derechos de los colectivos identitarios minoritarios –racializados, homosexuales, musulmanes…– se lo han dejado muy fácil a Trump, que lo único que tenía que hacer era recurrir al recurso identitario de los blancos, heterosexuales, protestantes, es decir, la mayoría de la población y, como resultado, ganar.

Está claro que no todas las decisiones ni apariciones de Trump en esta última campaña fueron relevantes para hacerlo ganador, como también está claro que no todas las decisiones de Harris fueron malas y la hicieron perdedora. Pero, en una campaña tan reñida como la que se ha vivido, y visto el resultado, es indudable no solo que Trump y su equipo tomaron las suficientes decisiones correctas, sino que además supieron leer el descontento de los estadounidenses de clase media baja, que han acabado siendo los que han ido a votar por el cambio. «Yo siempre he votado demócratas y ahora votaré a los republicanos; no sé lo que hará Trump, pero sí conozco lo que no ha hecho Biden», respondía un taxista. Las encuestas han mostrado que donde más creció el voto de Trump fue en la clase trabajadora y en los latinos.

Pero la explicación va más allá de cambiar el voto por probar.

Leo en el subtítulo de un artículo publicado en el New York Times estos días a propósito de las elecciones estadounidenses: «Los votantes descontentos con el rumbo del país lo convirtieron en un vehículo de su rabia».  Más adelante, en un entrecomillado de Newt Gingrich, expresidente de la Cámara de Representantes y asesor informal del líder republicano, y haciendo referencia al discurso de Kamala durante su campaña, leemos: «Las élites no se dan cuenta de lo alejadas que están del país».

Seguramente esas fueron dos de las razones que escoraron los votos de muchos estadounidenses hacia la urna del partido republicano, pero no las únicas. Otro de los temas de la campaña –dentro del universo woke, uno de los que más ha perjudicado sin duda a la demócrata– ha sido el uso de fondos de los contribuyentes para financiar operaciones quirúrgicas a reclusos transgénero. «Todos los reclusos transgénero del sistema penitenciario tendrían acceso», dijo Harris en 2019, un comentario que no tardaron en rentabilizar los republicanos. Trump rápidamente se hizo con el tema. En esos momentos el republicano ya lideraba en la opinión pública con temas como la economía y la inmigración, y los asesores de su campaña idearon un anuncio: «Harris is for they/them. Trump is for us» («Harris está con ellos/ellas/elles. Trump está con nosotros»). El mensaje no dejaba lugar a dudas.

A partir de ese momento, hombres negros y latinos, pero también mujeres blancas, a quienes empezaba a preocuparles que hubiera deportistas transgénero en los deportes femeninos, empezaron a cambiar de voto. A ellos se sumó un grupo de hombres que no le solían votar: los más jóvenes, cansados también de los discursos de género. Jóvenes, y no tan jóvenes, con problemas derivados de la alta inflación, molestos por un discurso presuntamente de izquierdas desde los demócratas, que no han sabido transmitir sus logros en los últimos cuatro años y que han acabado generando un buen número de pesimistas sobre el futuro de un país que parece más preocupado por el gasto armamentístico que por las inversiones patrias.

Poco ha molestado su imagen hipermasculina, poco sus denuncias, poco también su forma narcisista de actuar, su grandilocuencia, en definitiva, poco han importado Trump y su mensaje, y mucho la inacción de los demócratas en temas que, a día de hoy, son prioritarios para los estadounidenses: la inflación, la falta de posición en cuestiones migratorias y culturales, las luchas identitarias y las cancelaciones –una agenda cultural pensada por y para las élites–, y la agenda woke, que en Estados Unidos ha llegado a extremos delirantes, hasta tal punto que está dispuesta a sacrificar los derechos de las mujeres en aras de la posmodernidad. En definitiva, unos demócratas que se han dedicado a hacer bandera de los derechos de los colectivos identitarios minoritarios –racializados, homosexuales, musulmanes…– se lo han dejado muy fácil a Trump, que lo único que tenía que hacer era recurrir al recurso identitario de los blancos, heterosexuales, protestantes, es decir, la mayoría de la población y, como resultado, ganar.

No es difícil tirar de refranero para recomendar qué deben hacer otros países como conclusión de esos recientes resultados, y no lo es porque en Europa –aviso a navegantes– ya hay varios países que han vivido un vuelco electoral consecuencia de las mismas prioridades que tienen Kamala o los demócratas. O el foco vuelve a ponerse en las necesidades de las clases medias y bajas, o las preocupaciones vuelven a centrarse en las necesidades de la gente, o dejamos de estar pendientes de los pronombres cuando nuestras niñas pierden en las competiciones frente a hombres, o los resultados electorales más allá del Atlántico pueden repetirse en nuestra casa. En definitiva: cuando las barbas de tu vecino veas pelar…

Carmen Domingo
Publicado en Ethic

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