Concepción Arenal o cómo construir la igualdad con tizas y pizarra
Las ideas de Concepción Arenal sobre la igualdad entre hombres y mujeres o el papel que juega la educación en la justicia social continúan más vigentes que nunca: doscientos años después de su nacimiento, el feminismo español reivindica el papel de una de sus precursoras.
Un familiar te lleva a la puerta de la facultad. Allí, un bedel te acompaña hasta una habitación, en la que esperas pacientemente a que el profesor de la materia en cuestión te recoja y te lleve al aula donde tendrás que atender a sus explicaciones en una mesa aparte, alejada de tus compañeros varones. Al terminar, él mismo te acompañará de nuevo al cuarto, donde esperarás a que el proceso se repita para acudir a la siguiente clase. Este ritual que describe la filósofa Amelia Valcárcel en su libro Feminismo en un mundo global era el que llevaba a cabo cada día Concepción Arenal para poder asistir como oyente a la Facultad de Derecho. Aunque, visto en perspectiva, este tedioso proceso era casi un triunfo si tenemos en cuenta que, antes de que esto ocurriera, había tenido que cortarse el pelo y disfrazarse de hombre para acudir a la universidad. Al ser descubierta, las autoridades le realizaron un examen –que, por supuesto, aprobó– para regularizar su asistencia.
Este enero se cumplen doscientos años del nacimiento de la periodista y escritora gallega, que vino al mundo un día 31 del primer mes de 1820 en la localidad coruñesa de Ferrol. Durante toda su vida, se dedicó a denunciar el trato recibido por hombres y mujeres en las cárceles, y a defender el papel de la educación en el camino hacia una sociedad más justa e igualitaria. «Abrid escuelas y se cerrarán cárceles», una de sus máximas más célebres, resume la labor que realizó en las prisiones españolas, de las que fue la primera mujer en ser nombrada visitadora oficial a los 44 años. Aunque ella nunca logró el título oficial de penalista, poco le importó para lanzar desde sus escritos y artículos en prensa unos férreos alegatos por la reinserción. Durante décadas, otra de sus ideas más repetidas figuró en los muros de muchas de ellas: «Odia el delito y compadece al delincuente».
En un siglo tan convulso como lo fue el XIX, Concepción Arenal fue una de las precursoras del feminismo en España. Al igual que sucede con otras mujeres como Clara Campoamor, Victoria Kent, Emilia Pardo Bazán e innumerables nombres que completan la lista, la historia del feminismo en España sería difícil de entender sin ella, una de las encargadas de los primeros y más difíciles pasos en el camino hacia la igualdad que aún recorremos. Ya en sus primera obra sobre ello –La mujer del porvenir, publicada en 1869– hacía una dura crítica contra aquellos que defendían la inferioridad de las mujeres por razones biológicas y físicas. En él, más allá de la concepción científica, ya esbozaba una de las reclamaciones que haría con vehemencia a lo largo de su vida: el derecho de las niñas y mujeres a acceder a la educación en igualdad a los hombres.
En esa lucha, fue muy crítica con las maneras que se presuponía a las mujeres, condenadas a permanecer en casa y a aprender simplemente los conocimientos necesarios para mantener un hogar y una familia. «La educación de las mujeres, hasta aquí podría llamarse sin mucha violencia: arte de perder el tiempo», escribía. Muchas de sus compañeras contemporáneas tampoco veían con buenos ojos las ideas de una mujer a la que consideraban excéntrica y fuera de lugar. Sin embargo, ella no cejó en su empeño de reclamar igualdad en las aulas, los trabajos y las urnas –sobre todo, tras estar más en contacto con el sufragismo británico–. «¿El hombre más inepto es superior a la mujer más inteligente? ¿Quién se atreve a responder que sí? Resulta, pues, de los hechos que hay hombres, no se sabe cuántos, ineptos para ciertas profesiones; mujeres, no se sabe cuántas, aptas para esas mismas profesiones; y si al hombre apto no se le prohíbe el ejercicio de una profesión porque hay algunos ineptos, ¿por qué no se ha de hacer lo mismo con la mujer? ¿Se dirá que la ineptitud es en ella más general? Aunque esto se probara, no se razonaría la opinión ni se justificaría el hecho de vedar el ejercicio de las facultades intelectuales al que las tenga. Supongamos que no hay en España más que una mujer capaz de aprender medicina, ingeniería o farmacia. Esa mujer tiene tanto derecho a ejercer esas profesiones como si hubiese diez mil a su altura intelectual: porque el derecho ni se suma ni se multiplica ni se divide; está todo en todos y cada uno de los que lo tienen, y entre las aberraciones jurídicas no se ha visto la de negar el ejercicio de un derecho porque sea corto el número de los que puedan o quisieran ejercitarlo», escribía en La educación de la mujer.
Los exhaustivos ensayos e investigaciones de Concepción Arenal acerca de la situación de las mujeres en España a nivel social, económico y laboral –cuestión sobre la que publicó títulos como El trabajo de las mujeres o Estado actual de la mujer en España–, la han convertido en uno de los referentes más sólidos para el estudio del feminismo en España. De hecho, durante los últimos años –y aprovechando la celebración del bicentenario de su nacimiento–, su figura ha sido reivindicada en un buen puñado de artículos, publicaciones y antologías que recopilan sus escritos. «Fue una mujer excepcional, cuyo pensamiento fue más lejos todavía que su acción. Y ambos merecen ser recordados», reclama, por ejemplo, Anna Caballé, profesora y responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona que ganó el Premio Nacional de Historia de España el año pasado por Concepción Arenal. La caminante y su sombra, una exhaustiva biografía de la autora coruñesa, que se encargó de borrar en vida gran parte de su rastro, temerosa de que su vida privada influyera en la consideración de su obra intelectual.
«Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie, un trabajo que realizar e idea de que es cosa seria, grave, la vida y que si se la toma como un juego, ella será indefectiblemente un juguete». Aunque han pasado ya casi doscientos años desde que fueron escritas y las mujeres ya no tienen que disfrazarse para ir a trabajar, a una tertulia o a clase, todas recorren un camino hacia la igualdad que, según estudios, no será real de facto hasta dentro de otro siglo –de 115 años para ser exactos, según el Foro Económico Mundial–. Luchan, al fin y al cabo, por no ser consideradas objetos de entretenimiento, como denunciaba Concepción Arenal. Y, con la perspectiva del tiempo, parece de justicia admirar su figura porque, en un tiempo en el que todo parecía condenarte a serlo, ella luchó para cambiarlo. Y no lo fue.
Guadalupe Bécares
Artículo publicado en Ethic