De utopías y distopías
Los pueblos, las gentes sencillas, solemos caer con demasiada frecuencia en la simplista trampa de creer que “esto no se arregla porque nosotros, ellos, los tales o los cuales, no quieren”.
Los asuntos sociales y/o políticos son siempre complejos, yo diría que rara vez, por no decir nunca, se pueden arreglar con recetas simples. La mayoría de dichos problemas requieren remedios verdaderamente complicados, no solo por lo complejo que pueda llegar a ser encontrar soluciones o remedios que no perjudiquen a nadie, sino también porque lo más normal es que la mejor de las soluciones posibles pasan por tener que perjudicar a algún grupo humano, por ejemplo: una regulación de la pesca, o de la ganadería, o de la agricultura extensiva… Si a esto se le añade, al menos en este país, que la actual oposición, junto a ciertos magistrados y medios de comunicación harán lo imposible para tirar por tierra cualquier cosa que pueda significar un avance económico, social o de cualquier otro tipo, aunque solo sea para evitar que el gobierno de turno pueda ponerse una medalla, podemos llegar a la conclusión de que las soluciones sencillas no existen, es más, las complejas, muchas veces tampoco. Y esto, nos guste o no nos guste, es lo que hay, aquí y en el resto del mundo. Las utopías son bonitas, pero no sirven para nada ya que, por definición, son imposibles mientras que, por el contrario las distopías, aunque negativas y feas sí son posibles, por ejemplo: el capitalismo.
Intentaré jugar lo más limpio que pueda para hablar del capitalismo. Puesto que la definición de distopía según la RAE, es una “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causante de la alienación humana…” resulta negativa, no voy a apoyarme, al menos en principio, en la idea de que el capitalismo es una distopía. Me adaptaré a la definición aceptada por la RAE del capitalismo: Sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado. Esta definición, siendo muy generosos y creyéndonos aquello de la “libertad de mercado”, convierte al capitalismo en una utopía de tipo anárquico y a los que sinceramente así piensan, en utópicos.
La libertad de mercado es defendida por su cualidad regulatoria de por sí, automática: sin que nadie, ninguna persona, grupo, estado, pueda evitarlo o imponerlo: el mercado se auto regula, anárquicamente, por sí mismo gracias a la ley de la oferta y la demanda. No es verdad, pero hagamos como que nos lo creemos. Así resulta que, por definición, competir libremente obliga a crecer y crecer más que nadie, si no, un pez más grande que tú se te tragará en la competición mercantil. De hecho, todos somos sabedores de que cualquier entidad, empresa, gobierno, etc que presente sus cuentas sin hablar de algún tipo de crecimiento se está haciendo el harakiri: el crecer indefinidamente es consustancial al Sistema, si no: gori gori, estás muerto.
Por otro lado, todos sabemos y cada día es más evidente que crecer continuamente en un mundo finito no pué ser y además es imposible, como dicen que dijo el Guerra, el torero. Así que, llegados al final del proceso, en el mundo capitalista algo tiene que implosionar, explotar, reventar, y ese algo no va ser el planeta, lo más probable y puestos en el mejor de los casos los que reventemos seremos casi todos los humanos y la mayoría de las especies. Y… por favor, no pensemos en el peor de los casos.
Llegados a este punto la conclusión obligada es tan fácil como evidente: si continuamos caminando conducidos por el pensamiento liberal (sin acordarnos de que aquello de la propiedad privada de los medios de producción implica la explotación del hombre por el hombre, y, otras “menudencias” que no vienen al caso) llegaremos inevitablemente a la idea de que el capitalismo es una distopía que de forma anárquica y feroz está precipitando al mundo hacia una especie de apocalipsis de magnitudes y consecuencias difíciles de imaginar pero de las que ya empezamos a ver y a “disfrutar” de sus primeros indicios.
Lo más irónico, o peor aún, sardónico, es que dos ideas, dos palabras tan denostadas históricamente por el pensamiento liberal como utopía (versus distopía) y anarquía, se estén manifestando en sus formas y modos absolutamente más negativos y tan fuertemente unidos precisamente a la idea del capitalismo y su dichoso mercado.
¿Soluciones? Al parecer no existen puesto que, día tras días, los líderes mundiales (que ya no niegan las apocalípticas consecuencias de sus actos e inhibiciones) no toman iniciativas urgentes y reales para acabar con el problema, si exceptuamos los diferentes planes que, cara a la galería, año tras año vienen proponiendo e incumpliendo repetidamente. Mientras, vemos como los multimillonarios más ricos del mundo despilfarran sus dineros en busca de aquella nave espacial que les pueda llevar lejos del lugar que ya no podrán seguir explotando. Por lo visto ya no se fían de sus refugios atómicos. Evidentemente ellos también acabaran siendo víctimas del agujero negro en que su Sistema, el Sistema Capitalista, está convirtiendo al Planeta Tierra. Mi pregunta es ¿No rectifican porque son estúpidos o porque no pueden? Me imagino que nunca lo sabremos con exactitud. Lo que, desgraciadamente, sí parece claro es que no van a rectificar.
Hace muchos años, tanto como más de un siglo, Rosa Luxemburgo proclamó el slogan “Socialismo o barbarie”, haciendo suya una idea de Engels. La simplificación, aunque muy bella y práctica, era tan absoluta que casi nadie se la tomó demasiado en serio, semejaba ser tajantemente utópica. Hoy, sin embargo, suena a terriblemente profética, a algo evidente y fácilmente contrastable, especialmente con respecto a la barbarie, porque ya estamos en ella, solo hace falta llevar nuestra mirada a nuestro alrededor, o mirar hacia Israel, Ukrania, Yemen, Birmania, el Congo… incluso si somos mínimamente profundos y examinamos lo que es EEUU y en lo que se está convirtiendo la Unión Europea, la barbarie parece estar asegurada.
¿Y el socialismo?
No pienso malgastar tinta ni papel para hablar de la viabilidad, en la que no creo en estos momentos, del socialismo. Pero sí lo haré en lo teórico, más que nada porque me resisto a darle la razón a los cada vez más jactanciosos y fanfarrones teóricos de este capitalismo que se ve a sí mismo triunfante cuando más epiléptico se muestra.
Al Socialismo, no ha tenido ni podido, ni le han dejado, la oportunidad de demostrar su viabilidad (véase nuestra Guerra Civil y su posguerra, el trato a la URSS desde el minuto uno, Cuba, Venezuela, Indonesia, el Congo… el socialismo, decía, sigue siendo la última y desaprovechada oportunidad de salvación del planeta. Para ello, y como mal menor, sería necesario, nada menos, que todo el mundo se pusiese de acuerdo en crear un organismo similar al de un Estado Socialcomunista Mundial, muy centralizado y competente para, utilizando las redes, medios y remedios y contando con la enorme capacidad informática actual, organizar y racionalizar la economía y demás recursos del mercado, el transporte y, todo aquello que afecte negativa o positivamente al medio ambiente, decreciendo donde y como sea posible de un modo viable y razonable.
Eso, sin llegar a ser un mundo socialista, (sería más bien un Capitalismo de Estado regido por socialcomunistas) pondría las bases y los frenos para evitar, si es que aún se llega a tiempo, el desastre total.
Miguel Álvarez