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Desconcertante siglo XXI

Decía Ortega y Gasset que somos hijos de nuestro tiempo. Seguramente será así porque no imagino vivir en otra época, pero reconozco que este siglo está resultando desconcertante e incluso difícil de explicar.

Basta pensar que aún no ha trascurrido un cuarto del siglo para revisar la densidad de acontecimientos que hemos y estamos viviendo. Han sido tantos los sucesos y a tal velocidad y precipitación, solapándose unos a otros, que nuestra memoria los difumina. Quizás sea una característica humana para que podamos sobrellevar tantas convulsiones concentradas en un breve tiempo y espacio.

No voy a detenerme con los avances científico-tecnológicos que son impresionantes y que nos han situado al borde de un mundo diferente: el virtual. Lo que me interesa ahora son las contradicciones que se están produciendo en este siglo.

Comenzó en 2001 con los ataques terroristas de Al Qaeda a las Torres Gemelas, luego la guerra de Afganistán y la guerra de Irak; sucesos que tuvieron que ver con el gravísimo atentado del tren de cercanías en Madrid y los atentados yihadistas en Londres. No fueron los únicos: luego fue la revista de Charlie Hebdó, París, Bruselas, Niza, Berlín, Estrasburgo, y Barcelona y Cambrils, entre otros.

¿Alguien se acuerda de la Primavera Árabe, que se inició en Túnez y se extendió por Egipto, Libia, Siria y Yemen? Fue en 2010, que tuvo la gravísima consecuencia de la guerra civil en Siria y los miles de miles de refugiados huyendo de sus casas, la mayor crisis humanitaria a la que se enfrentó Europa, de una forma muy diferente a la que actualmente ocurre con los refugiados de la guerra de Ucrania.

Los desastres naturales han sido también foco de destrucción natural, económica y, sobre todo, humana. Numerosos terremotos e inundaciones; todos recordamos el Tsunami de Indonesia, el huracán Katrina, el terremoto de Cachemira, el del sur de Perú, el de China, el de la ciudad italiana l´Aquila, el de Haití, el de Chile o el de Japón que provocó además el tsunami con las consecuencias del accidente nuclear de Fukushima. No son todos ni mucho menos, ha habido innumerables desastres naturales, algunos en nuestro hábitat como las inundaciones o los incendios en distintos puntos de España. El último lo recordamos bien porque todavía tenemos las heridas abiertas: el volcán de la Palma.

A ello podemos añadir graves desastres humanos, desde el accidente del metro de Valencia, el Airbus de Air France desaparecido sobre el océano Atlántico, el accidente en el Madrid Arena, el accidente ferroviario de Santiago de Compostela, o el incendio de Notre Dame, no por ser el que más víctimas tuvo sino porque lo conservamos en nuestra retina. Eso son solo algunos de los muchos accidentes y sucesos terribles. El último se produce esta semana: el accidente aéreo en China, seguramente el peor en la historia de la aviación china.

Y si el siglo XXI comenzó con la aparición del euro, la primera década se inició con la gravísima crisis económica del 2008. Que generó movimientos significativos e históricos como el movimiento 15-M, con la aparición posterior de Podemos y toda su vertiginosa historia de transformaciones.

Políticamente los altibajos son innumerables, pero ¿nos acordamos del Brexit? ¿de Obama como la gran esperanza y, posteriormente, de Donald Trump como un peligro mundial?

Sin embargo, lo más grave que estamos viviendo son dos acontecimientos inexplicables en pleno siglo XXI, cuando nos imaginábamos a salvo de determinados peligros:

El primero es el covid-19, una pandemia que aún no ha remitido, que parece que nos hemos habituado a convivir con el virus, a llevar mascarilla, a vacunarnos, a las olas de subida, a un número determinado de enfermos y de fallecidos. ¿Podríamos imaginar que viviríamos una pandemia en la que el mundo se paró durante el 2020? Hemos vivido escenas inimaginables: encerrados en casa, con la economía global paralizada, sin actividad de ningún tipo, sin contacto social.

Cuando aún estábamos saliendo de esa situación tan penosa, con unas consecuencias serias de aislamiento social y, sobre todo, de crisis económica que vino a sumarse a las heridas de la crisis global del 2008, llega la guerra de Ucrania.

Un conflicto larvado desde el inicio del siglo, pero que resultaba impensable que acabaría en una invasión rusa sobre el territorio ucraniano, mucho más pensando que las guerras de este siglo pueden ser devastadoras por el potencial nuclear.

Europa está, a pasos agigantados, reconstruyendo su Unión política y social. Por una parte, para reforzar los lazos comunitarios y las estrategias nacionales que nos ayuden a superar crisis sanitarias como la pandemia del covid: con investigación conjunta, con compra de material sanitario, con coordinación en vacunación, etc.

Y, por otra parte, ahora corresponde saber cómo debe ser la defensa de la Unión Europea, una cuestión que había quedado relegada después de la II Guerra Mundial, y que el camino entonces emprendido se basó en el Estado de Bienestar, en las garantías sociales de protección, en el parlamentarismo político, y que, sin duda, nos ha llevado a los mejores y únicos años de paz y bienestar.

Ahora, esta guerra nos enfrenta de nuevo a demonios del pasado que parecen volver: la vulnerabilidad europea entre dos bloques, el colapso económico (lo estamos ya sufriendo en las subidas del combustible, de la energía, de la falta de suministro), la llegada de refugiados ucranianos, y nuestra defensa militar europea.

Europa no estuvo a la altura de la crisis económica del 2008, porque de ella salimos con muchos jirones y heridas que provocaron el hundimiento de países como Grecia, de mucho dolor ciudadano, de pérdida de muchos empleos, y de la caída económica-social del conjunto europeo. Europa funcionó a dos velocidades, partida en dos, norte-sur, sin actuar de forma conjunta.

En cambio, Europa sí estuvo a la altura en dar una respuesta colectiva, rápida y eficaz con la pandemia. Las acciones fueron diferentes. Europa ofreció medidas económicas y planes estratégicos de forma conjunta tanto sanitarios como económicos. No dejó sin protección a ningún país de la Unión Europea.

¿Y ahora? ¿Qué va a pasar con la guerra de Ucrania? No son decisiones fáciles las que hay que tomar. Porque en riesgo está el colapso económico que puede ocurrir ya, como lo vemos en nuestro propio país con las consecuencias que aporta la guerra en nuestros bolsillos; está en riesgo una postura común que sea defendida por todos (y resulta comprensible las dudas morales acerca de la militarización) que rearme la defensa conjunta europea; está en riesgo la capacidad europea en su diplomacia y también en su acogida a los refugiados ucranianos, y por correspondencia, a todos los que vienen y vendrán de otros conflictos armados o de la propia necesidad de supervivencia.

Sin embargo, y sobre todo, está en riesgo la posibilidad de una III Guerra Mundial. Hoy todavía vemos inviable acabar en ese escenario dramático y nunca visto en la historia debido al armamento nuclear, pero hemos de ser conscientes que no acabar en esa guerra supone dejar que Rusia siga devastando a Ucrania. Y parece que eso es lo que va a ocurrir: la devastación de Ucrania con todas las pérdidas humanas que ello conlleva, con toda la desgracia y crueldad que estamos viendo día a día de lo que supone esta guerra.

Cuando Putin haya conseguido el territorio que necesita para reforzar su posición militar y estratégica, quizás sea entonces cuando acepte una negociación. Mientras, veremos, pese a todas las presiones que se están llevando a cabo, cómo sigue la destrucción cruel de un país.

Ana Noguera

 

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