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Discursos de odio

“Debemos hacer frente a la intolerancia trabajando para atajar el odio
que se extiende como un reguero de pólvora por Internet”.

António Guterres
Secretario General de las Naciones Unidas, 2021.

Estas palabras son las que acompañan la decisión tomada por la Asamblea General de la ONU en 2021 que proclamó el 18 de junio como Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio, con el objetivo de “promover el diálogo y la tolerancia interreligiosos e interculturales para contrarrestarlo”, ante la preocupación por la proliferación de los discursos de odio en todo el mundo. Y, como seguía advirtiendo A. Guterres: “Combatir el discurso de odio no significa limitar o prohibir la libertad de expresión. Se trata de impedir la escalada de dicha incitación al odio hacia algo más peligroso, en particular, instigando a la discriminación, la hostilidad y la violencia, lo cual está prohibido según el derecho internacional“.

Resulta triste y preocupante pensar que, a estas alturas del siglo XXI, se necesita combatir los discursos de odio porque se están propagando como la pólvora, creando un ambiente de crispación, enfrentamiento, polarización y violencia. Estos discursos de odio se asocian a la aporofobia, al racismo, la discriminación racial, la xenofobia, la islamofobia, el antigitanismo, el antisemitismo y la discriminación e intolerancia que sufre la población africana y afrodescendiente, y se alimentan por prejuicios y estereotipos que calan con mucha facilidad en la población.

Deberíamos haber aprendido ya a convivir de forma multidiversa, respetándonos los unos a los otros, garantizando nuestra libertad siempre con los límites de no agresión al otro, viéndonos de forma fraternal y no como enemigos a batir. Sin embargo, se extienden los discursos de odio porque hoy es más fácil que nunca gritar y crispar a través de las redes de forma anónima la mayoría de las veces, y, sobre todo, de forma irresponsable e irracional.

Y, aunque estos discursos se ciernen de forma más aguda sobre determinados colectivos, esa es la punta del iceberg, porque la violencia verbal, la agresividad asoma en cualquier esfera política o social. Parece que ya no se habla ni se dialoga, parece que ya no hay interés en escuchar lo que el otro dice o razona, parece que las posiciones ya están claramente definidas, y vale más la creencia que la razón, el hecho alternativo que la verdad objetiva, la opinión que los datos. Parece que ya no hay respeto por el conocimiento científico e histórico, por los valores universales, por el entendimiento de lo que nos une frente a lo que nos separa.

Hay cuatro cosas que me preocupan mucho:

La primera es la indiferencia. Hace bien la ONU en llamar la atención sobre los discursos de odio para no caer en una indiferencia tolerante que deja avanzar a los enemigos de la democracia. El discurso de odio es un ataque a la esencia democrática.

Hoy, una vez más, viene bien recordar los versos atribuidos a Beltort Brecht:

“Primero se llevaron a los judíos, / pero como yo no era judío, no me importó. / Después se llevaron a los comunistas, / pero como yo no era comunista, tampoco me importó. / Luego se llevaron a los obreros, / pero como yo no era obrero, tampoco me importó. / Mas tarde se llevaron a los intelectuales, / pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. / Después siguieron con los curas, / pero como yo no era cura, tampoco me importó. /

Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.”

La segunda es la banalización de la violencia. Estamos viviendo un uso de la violencia como parte de nuestra convivencia social y, sobre todo, como si no tuviera consecuencias. Siempre ha existido la violencia, pero le teníamos miedo. Hoy vemos películas, series, videojuegos, imágenes por doquier en las que la violencia se convierte en un elemento al uso. Parece que no pasa nada por golpear a alguien en la cabeza, por patearlo, por insultarlo, por vejarlo, por romperle la nariz, por violar …. Por tantas y tantas cosas que la violencia provoca y que hace un inmenso daño que parece frivolizarse, banalizarse, intentando engañar a la conciencia.

En tercer lugar, me preocupa el intento de falsificar la historia. Estamos inmersos en la posverdad, que es más preocupante que la mentira. La mentira nos hace responsables de lo que decimos. La posverdad se ha convertido en un instrumento de justificación: se crean “hechos alternativos” por el bien de la nación, del colectivo, de la raza, de lo que sea.

Lo hacen quienes, con buena voluntad, pretenden curar las heridas del pasado como la esclavitud, la discriminación o el machismo. Pero también lo hacen, como estamos viendo, aquellos que pretenden reescribir la historia blanqueando el fascismo, la dictadura franquista o el holocausto nazi.

Lo vemos en quienes pretenden con las leyes de “concordia” (qué crueldad utilizar esa palabra) borrar la memoria democrática y pretender que 40 años de horror franquista son solo “hechos alternativos” según el punto de vista.

Sin embargo, la solución para corregir errores no es borrar la historia. Es conocerla en profundidad para no repetir lo mismo, para legislar ética y jurídicamente conociendo las raíces del problema, y para hacer justicia.

Y esta es la cuarta de las preocupaciones. Existen culturas de odio. Y son las que ahora se están propagando: culturas acérrimas y ancestrales que, en base a la tradición, vuelven a resurgir con fuerza: desde ignorar la violencia de género a volver al maltrato animal con fiestas como el bou embolat (la fiesta del toro con el fuego en los cuernos). Pocas fiestas pueden ser tan crueles. Podemos recuperar otras antiguas como el derecho de pernada o los circos romanos.

Conviven en nuestras sociedades culturas que fomentan el odio frente a las culturas democráticas. Ese es el gran reto de nuestras sociedades de hoy. El enemigo lo tenemos dentro de nuestras fronteras, dentro de nuestra Europa.

El martes 18 de junio, el Consell Valencià de Cultura, una institución estatutaria y asesora, realizó cuatro diálogos contra los discursos de odio. También presentó un libro que recoge los cuatro informes realizados este año pasado sobre los Derechos Humanos. https://cvc.gva.es/el-cvc-i-el-dia-internacional-contra-els-discursos-dodi/

Una gota de acción que sirve de reflexión y de llamada de atención.

No olvidemos que todavía somos muchos más los que abrimos un libro, leemos o escribimos una poesía, vamos al teatro, asistimos a un concierto, nos deleitamos en un museo, tomamos una copa de vino o una cerveza con una buena conversación, paseamos sin prisa, amamos la naturaleza y no la ensuciamos, disfrutamos con los animales, abrazamos a los nuestros, y lloramos por los otros que aún estando lejos golpean nuestras conciencias.

Somos más pero no hacemos tanto ruido, no gritamos, no insultamos, no ensuciamos las palabras. Pero estamos aquí, y no debemos ceder ante la violencia, el odio, el insulto fácil, la grosería, la mala educación, y la manipulación.

Permitan que termine con unos versos de Wislawa Szymborska, de su largo poema “El odio”, unas breves estrofas:

Miren qué buena condición sigue teniendo
qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza vence los grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar.

No es como otros sentimientos.
Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Él mismo crea las causas
que lo despiertan a la vida.
Si duerme, no es nunca un sueño eterno.
El insomnio no le quita la fuerza, se la da.

Ana Noguera

 

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