Me ha costado mucho escribir este artículo. He pensado si debía trasmitir la sensación de tristeza y frustración que me embargó en este 8-M. Me sentí desolada.

Al hablarlo con una amiga esa misma tarde, a punto de empezar las manifestaciones, me transmitió lo mismo: le temblaba la voz y se le escapaban lágrimas de impotencia. Me decía: “ni Pilar Soler, ni Carmen Alborch, ni María Cambrils, ni …. tantas otras mujeres, da igual de la época que nos han precedido, merecen esto”. Y tiene toda la razón.

Lo mismo ocurría en los wasaps donde muchas mujeres lamentaban la situación de división, de conflicto y, sobre todo, de sentirse excluidas del feminismo, como si ahora fueran malditas, traidoras, ¿fascistas? Mujeres que han estado llenando las calles durante años y años, cuando las jóvenes todavía no tenían conciencia de qué era eso del feminismo. Mujeres que han estado haciendo grande el feminismo cuando no era una protesta universal, sino algo que solo les pertenecía a ellas. Mujeres mayores, claro que sí, porque el tiempo ha pasado, pero sin ellas no se habría consolidado este gran movimiento.

¿Qué ha pasado desde la manifestación del 8-M del 2018 a hoy, tan solo 5 años después? En 2018, la manifestación del feminismo en España se calificó como “histórica”. Fue una verdadera fiesta reivindicativa, llena de mujeres y hombres, de mayores y jóvenes, de todas las clases sociales. Una fiesta que apuntalaba conquistas y derechos, que se preveía invencible, que parecía no tener retroceso. Aquella macromanifestación histórica, llena de personas sin organizarse, en la calle dispuestas a compartir igualdad, cogidos de la mano, da igual el sexo, la raza o el color de la piel, disfrutaban del feminismo: porque no era una división ni un enfrentamiento ni una exclusión ni una confrontación política o social. Era igualdad en el mejor sentido del término.

Eso es lo que me enseñaron las que me precedieron. Yo llegué al feminismo de la mano de las mujeres socialistas: de todas las que defendieron la Constitución y la democracia; las cuotas en los partidos para visibilizar a la mitad de la humanidad; las que reivindicaron su feminidad, su manera de ser, su diferencia y las cualidades de su sexo. Me enseñaron a sentirme orgullosa de ser mujer; la autoestima compartida; la sororidad; la complicidad entre mujeres como vínculos de confianza.

Son las que hicieron posible que haya paridad en las listas, que sigamos reivindicando derechos de igualdad, que el sindicalismo también fuera un instrumento para las mujeres trabajadoras. Defendieron que “lo personal es político”. Y llenaron los ámbitos públicos, sociales, políticos, universitarios, sindicales, económicos, … de color, de calidez, de inteligencia, de razones, de palabras, de construcciones sólidas, de emoción, de risas, y de manifestaciones llenas de futuro. Sí, fueron ellas.  Todas las que me precedieron.

No hay un feminismo viejo y nuevo; y mucho menos hay un feminismo de “viejas” y de “jóvenes”.

Sin embargo, la cadena se ha roto. Y eso requiere mucha reflexión, capacidad crítica, menos soberbia, y mucho respeto. MUCHO RESPETO. ¿Por qué tengo la impresión de que hemos perdido el respeto? Quizás porque han llegado las “nuevas” feministas a entregar carnets de feminismo, a decirnos lo que está bien y mal, y que se nos mira por encima del hombro, siendo ellas las que tienen la razón. ¡Qué malo son los dogmas da igual de donde vengan!

No me he quedado anclada en el pasado. Solo soy consciente de que lo que soy y lo que tengo me lo han proporcionado las que me precedieron: madres que no pudieron estudiar; abuelas que sufrieron más que rieron; mujeres que rasgaban las costuras de las costumbres impuestas. ¿Soy yo más feminista que mi abuela? Depende como usted lo mire, porque ella lo tuvo mucho más difícil que yo para seguir con la cabeza alta.

Y ahora, que estamos aquí: en la vida política, con voz y altavoz para hacernos oír, con mucha responsabilidad por ejercer la acción pública, con la obligación de trasmitir valores y memoria, de no olvidar, de dar a nuestros hijos e hijas coeducación para ser mejores personas, de defender a las que aún están mudas, de tirar abajo todos los burkas, …. Ahora, se ha roto la unidad y la historia. Ahora, parece que el feminismo empiece cada día, con cada nueva ministra o con cada ley que se plantea; parece que nadie ha recorrido el camino anteriormente.

La política y la filosofía componen para mí un saber coherente: la acción y la teoría; la praxis y el saber. Y ambas se fundieron en un punto muy concreto: el universalismo. La defensa de los derechos humanos para todas las personas sin excepción. Ese era el feminismo que me enseñaron las mujeres socialistas que me precedieron.

Por eso, si hay algo que profundamente rechazo tiene que ver con dos cosas que se están imponiendo:

  1. la absurda identificación a la que nos sometemos, donde resulta imprescindible significarse en casillas para obtener un reconocimiento social que solo nos separa en grupúsculos y reductos, imponiendo la identificación por encima de la universalidad que nos define como “humanos”
  2. la falta de respeto hacia lo que los demás expresan. Resulta lamentable la permanente descalificación de trazo grueso para el que discrepa, aunque sea levemente.

El feminismo no supone casillas ni identificaciones ni reductos ni menosprecios. Al menos, no lo es el feminismo que me enseñaron las que me precedieron y que hoy merecen el más grande de los homenajes. Por cierto, mi agradecimiento a todos los hombres que nos han acompañado, a los que son feministas convencidos, a los que no hacen ruido como sí lo hacen los reaccionarios, porque ellos respetan nuestra voz. Gracias a los compañeros, amigos, hombres feministas que llenan con nosotras las calles.

Afortunadamente, ayer 8-M se llenaron de nuevo las calles de hombres y mujeres, de jóvenes y mayores, reivindicando el feminismo. ¿Dividido? Sí, ¿Con opiniones diferentes? Sí, ¿Con discrepancias? Sí.

Pero el feminismo que nos trajo al 2018 sigue vivo y fuerte, porque las mujeres que lo han ido construyendo tienen demasiado saber, demasiada experiencia, demasiada conciencia para que la ingratitud las flaquee.

Ana Noguera