El odio no se puede domesticar
La criminalización de la inmigración en la Región de Murcia prende la mecha del odio mientras medios y políticos blanquean el discurso ultra
Algo huele a podrido cuando el debate político se desliza sin disimulo por el lodazal del odio. En España y en la Región de Murcia, PP y VOX compiten por ver quién lanza el discurso más duro, más alarmista, más deshumanizador contra las personas migrantes. Ya no hay matices. Ya no hay líneas rojas. Se habla de “invasión”, de “delincuentes extranjeros”, de “efecto llamada” y de “menas peligrosos” como si no estuviéramos hablando de personas, sino de plagas.
El problema es que las palabras tienen consecuencias. Y cuando se repiten lo suficiente desde tribunas oficiales, cuando se amplifican sin crítica en algunos medios, acaban calando. En la barra del bar. En el grupo de WhatsApp. En la cabeza de quien está esperando una excusa para señalar, perseguir o golpear al diferente. Porque eso ya está ocurriendo: pequeños estallidos de violencia racial en barrios y pueblos donde el miedo se convierte en rabia, y la rabia en turba.
Hoy todavía hablamos de agresiones aisladas. Mañana podríamos estar contando una tragedia. Y no será un accidente, ni un brote de locura. Será la consecuencia directa de una estrategia política que ha hecho del inmigrante el chivo expiatorio perfecto. Una estrategia que no propone soluciones, solo busca culpables. Que no entiende de convivencia, solo de enfrentamiento.
La responsabilidad de esta deriva no es solo de quien lanza el discurso, sino también de quien calla, de quien se acomoda, de quien normaliza. No basta con desmarcarse “a medias” o hacer equilibrios calculados para no incomodar al socio de turno. Si algo nos ha enseñado la historia reciente -en Europa y también aquí- es que el odio no se puede domesticar. O se combate, o se extiende.
Pero hay otro actor que no puede quedar fuera de esta crítica: los medios de comunicación. Porque mientras algunos tratan de hacer su trabajo con rigor, otros se han convertido en altavoces pasivos -cuando no entusiastas- del discurso ultra. Acuden a ruedas de prensa, graban las barbaridades que lanza la extrema derecha, las emiten sin filtro, sin contraste, sin matices. Repiten las mentiras como si fueran datos. Ofrecen cobertura acrítica a quienes difunden odio, miedo y bulos. Y todo en nombre de una supuesta neutralidad que no es otra cosa que cobardía profesional.
El periodismo no consiste en poner un micrófono delante de quien grita más fuerte. Consiste en verificar, contextualizar, denunciar. Lo otro no es información: es propaganda con logotipo. Y en tiempos como estos, la responsabilidad informativa no es un lujo, es una obligación democrática.
Este editorial no es una advertencia exagerada. Es un aviso urgente. Porque si seguimos jugando con fuego, un día habrá muertos. Y entonces, como siempre, llegarán los discursos huecos, los “nadie lo vio venir”, los “esto no nos representa”. Pero ya será tarde.
La política no puede convertirse en una fábrica de miedo. Y la sociedad no puede permitirse ser espectadora de su propia descomposición. Hay que decirlo con claridad: el racismo institucional mata. Y el silencio, también.
Rosa Roda
Publicado en RRNEWS.ES