El poder de compartir
El trueque nació en el Neolítico. Herramientas de sílex, lanzas, zapatos, collares o productos agrícolas disponibles para intercambiar en pequeños mercados. Hoy el escenario es Internet, que ha permitido, 10.000 años después, recuperar la confianza como moneda de cambio.
En su libro What’s Mine Is Yours: The Rise of Collaborative Consumption, Rachel Botsman plantea un cambio cultural y económico: sustituir el consumismo frenético por el alquiler o el trueque. La idea evoca cierto romanticismo pero el potencial de la economía colaborativa se traslada a las cifras. Hoy ronda los 26.000 millones de euros, pero el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) calcula que puede llegar a 82.000 millones. Y quienes participan en este sistema basado en intercambiar y compartir bienes y servicios a través de plataformas digitales se embolsan, según la revista Forbes, unos 2.600 millones de euros anuales.
La revolución tecnológica ha sido capaz de reducir a coste cero el margen de beneficio, insignia del capitalismo. Ya lo adelantaba Jeremy Rifkin en su libro La sociedad de coste marginal cero, donde vislumbra un mundo cooperativo total para 2050. Pero la economía colaborativa juega en el terreno de una enraizada economía de mercado.
Airbnb ha levantado ampollas entre empresas turísticas convencionales como Exceltur, que en un informe reciente instaba a la Secretaría de Estado de Turismo a tomar una postura más vigilante con las webs de intercambio o alquiler de apartamentos. Las acusaba de fraude fiscal, de competencia desleal, de deterioro de las ciudades y de empobrecimiento de la economía. En respuesta, Airbnb publicó un estudio que sostiene que el impacto económico bruto de sus huéspedes en 2014 ascendió, solo en Madrid, a 323 millones de euros, con una creación de 5.130 puestos de trabajo. En el 50% de los casos los anfitriones destinaron los ingresos obtenidos al mantenimiento de la vivienda.
La economía colaborativa replantea el concepto de propiedad, y pone en valor la experiencia y el acceso.
“Los patrones de adquisición y el consumo de bienes cambian, y a muchas personas les merece más la pena acceder a un bien que adquirirlo”, señala Miguel Ferrer, colaborador de Sharing España, una asociación creada a finales de 2014 que aglutina a 38 empresas de economía colaborativa.
“La propiedad era necesaria, pero gracias a las posibilidades tecnológicas ha comenzado a diluirse. No tiene sentido desde el punto de vista económico que un coche esté el 95% del tiempo parado”, añade Gabriel Herrero-Beaumont, fundador de Bluemove, una de las empresas de coche compartido que operan en España. Tampoco tiene sentido que en Estados Unidos haya 80 millones de taladradoras cuyos dueños solo las usan una media de 13 minutos. No hacen falta tantos coches, ni tantas taladradoras. ¿Por qué no compartir los gastos de gasolina? ¿Por qué no pagar por una habitación a algún particular allí donde se viaje? ¿Por qué no encargar un plato de comida casera a un chef aficionado que cocina desde casa?
“El capitalismo sin control ha dejado a mucha gente desilusionada. Personas que buscan nuevos caminos que den sentido a sus vidas”, reflexiona Jan Thij Bakker, cofundador de Shareyourmeal, una plataforma holandesa dedicada a compartir comida que empezó como un simple grupo de WhatsApp y que cerrará el año con 100.000 miembros.
La Unión Europea ya redactó el enero pasado un dictamen de iniciativa donde afirmaba que “el consumo colaborativo representa la complementación ventajosa desde el punto de vista innovador, económico y ecológico de la economía de la producción por la economía del consumo. Además, supone una solución a la crisis económica y financiera en la medida que posibilita el intercambio en casos de necesidad”.
Hace cinco años, el concepto de economía colaborativa apenas se conocía en España. Hoy, sin embargo, hay al menos 450 empresas españolas que se enmarcan en el intercambio de bienes o servicios. Les cuesta escapa de las arenas movedizas que impone el entorno regulatorio.
La economía colaborativa es una manera de dotar de sentido al consumo y al trabajo. Pero, ante todo, es una vía para garantizar la sostenibilidad en un mundo que sobrepasará los 9.000 millones de habitantes en tan solo 25 años.
Laura Zamarriego.
Artículo publicado en Ecoportal.net