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El valor de la vida ante el cambio climático

Estamos viviendo acontecimientos que empeorarán de forma creciente y provocarán muchísimo más sufrimiento que la pobreza, la miseria y la ignorancia juntas.

Se prevé un sufrimiento a escala colosal: grandes ciudades inundadas, cifras millonarias de desplazados, amplias regiones azotadas por olas de calor, sequías prolongadas, manantiales secos, cultivos echados a perder, hambrunas, deshidratación, desaparición de la higiene, enfermedades en forma de plagas —como la actual pandemia—, guerras entre vecinos desesperados por la escasez de agua o petróleo o gas y, al final, la muerte. Miles de millones de muertos y vidas humanas echadas a perder por todas partes.

Ante tales sucesos, ¿qué tipo de reacción —o falta de reacción— exteriorizará la gente a lo largo de las próximas décadas? ¿qué harán nuestros gobernantes? ¿cómo se comportarán las élites económicas? Mi conclusión es enormemente pesimista, porque se basa en la observación directa de la especie a la que pertenezco. No vislumbro ningún tipo de esperanza, proceda la actuación de políticos, poderosos, activistas o público en general, aun a sabiendas de que ellos tampoco se librarán.

Con todo, ¿qué cabría hacer para frenar el abismo hacia el que nos dirigimos? En primer lugar, elaborar un esquema cuantitativo —basado en costes-beneficios-probabilidades— aplicado al cambio climático. En realidad, hace tiempo que tendría que haberse elaborado y formulado de forma rigurosa para que todos los ciudadanos del planeta hubiésemos podido sopesar con conocimiento qué llevar a cabo y hacerlo de forma resuelta. Dicho esquema, para tomar decisiones lo más acertadas posibles, tendría que ser muy concreto. De ese modo, se podrían aceptar las opciones que funcionasen mejor y rechazar las peores.

Ahora bien, en el caso del cambio climático, no se debería aceptar únicamente un esquema  cuantitativo, puesto que no aportaría una escala objetivamente correcta, ya que obviaría el valor de la vida y el bienestar del ser humano en términos de «impacto». Por tanto, cabría añadir el planteamiento cualitativo, también indispensable, antes de tomar decisiones definitivas.

No obstante, los economistas rechazan el planteamiento cualitativo, porque afirman que toda valoración se puede medir de acuerdo con el esquema cuantitativo. Sin embargo, se equivocan, porque dicho esquema no mide adecuadamente, por ejemplo, la pérdida de un ser querido o el hundimiento de una empresa en la que se ha puesto toda la vida. Así, ¿cómo medir el duelo? y ¿es el mismo para todo el mundo? En consecuencia, la escala de valores más básica viene determinada por la calidad de las vidas humanas, que no permite una medición precisa basada en el esquema cuantitativo.

Pensemos, ahora, en nosotros mismos. ¿Cuántas decisiones vitales hemos tomado de acuerdo con el esquema cuantitativo? ¿En qué medida hemos decidido tras una reflexión basada en un esquema cualitativo? Ante una situación que nos implica de manera tan profunda y duradera como el cambio climático, ¿no sería conveniente combinar el esquema cuantitativo con el cualitativo? Quizás convendría empezar por el primero, pues «confeccionar listas» de costes-beneficios-probabilidades nos obligaría a considerar e imaginar de forma eficiente los distintos aspectos de cada una de las opciones futuras. Ahora bien, a continuación, convendría incluir el modelo cualitativo, porque los factores emocionales son enormemente importantes.

Entonces, se podrían preguntar por qué no ir directamente al segundo. Porque, por sí solo, no sería suficiente, ya que sobreestima o subestima factores que son producto de experiencias personales que podrían ser traumáticas y que, en consecuencia, no nos permitirían ver claro y nos llevarían por el «mal camino».

Consecuentemente, los modelos aptos y el orden en que se desarrollen son vitales en situaciones graves. En efecto, ante opciones diversas, se impone un análisis cuantitativo seguido de una reflexión cualitativa.

En el caso del cambio climático, cabría analizar todos los terribles supuestos expuestos al principio y valorar lo que ocurriría en caso de ser ciertos. Empezando por el método cuantitativo, se podría analizar cada una de las situaciones desde todos los ángulos posibles para elegir las adecuadas y rechazar las impropias. ¿Podríamos asignar valores numéricos a dichas elecciones en el esquema cuantitativo? ¿De qué valores numéricos se trataría? ¿Tendríamos bastante con un único modelo cuantitativo?. Tras las primeras conclusiones, nos podríamos preguntar qué tipo de alternativas podríamos aplicar para enfrentar el cambio climático.

A continuación, aplicaríamos el modelo cualitativo, que nos conduciría a dos preguntas clave: ¿cuánto nos preocupa nuestro futuro y/o el de nuestros descendientes? y ¿cuáles son los posibles efectos de limitar el cambio climático? De ese modo, podríamos concluir que conviene tomárselo en serio. Después, hasta qué punto las prácticas actuales basadas en el capitalismo son la causa principal de la catastrófica deriva en la que hemos entrado.

¿Empezamos a elaborar esquemas?

Pepa Úbeda

 

 

  1. Pura Says:

    Comparto lo que dice Pepa Úbeda en su artículo y sobre todo en que la causa determinante en la «catastrófica deriva en la que hemos entrado» la tiene el capitalismo.

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