“Enfermedades sociales vinculadas a la crisis». Josep A. Román.
Cada vez que se produce una gran catástrofe, toda una serie de patologías aparecen inevitablemente asociadas a la misma. Son consecuencia, por una parte, de las agresiones que ha sufrido el organismo al verse alterado gravemente su ecosistema. Pero por otra, son causa de las complicaciones que contribuyen, a su vez, al empeoramiento general de la situación. Así pues, los desastres y sus trastornos asociados nos acaban metiendo en una espiral de deterioro capaz de dar al traste con el sistema de convivencia aparentemente más sólido.
La mal llamada crisis económica nos da buena muestra de esto. Junto a las agresiones que estamos sufriendo una gran parte de la población en forma de recortes salvajes de las políticas sociales y los derechos esenciales de los trabajadores y las trabajadoras, cuyo objetivo no es otro que la aniquilación del Estado del Bienestar y su sustitución por un modelo inspirado en los principios del liberalismo económico más descarnado, aparece, como enfermedad asociada, un rebrote o una ofensiva de la ideología de la ultra derecha en Europa y en España.
Esta ofensiva se manifiesta de maneras diversas. Una veces lo hace en forma de comportamientos abiertamente xenófobos entre algunos segmentos de la población lo que ha llegado a generar, incluso, que especímenes de esta ideología estén contaminando determinados espacios institucionales en algunos ayuntamientos.
En otros casos intentan anidar entre colectivos sociales marginales, muy castigados por la precariedad y, por ello, extremadamente frágiles, intentando utilizar sus necesidades más vitales como mecanismo para acceder a ellos y ofrecerles los alimentos como una especie de regalo envenenado con el que generarles la dependencia necesaria para manipular su voluntad. Algunos llamados comedores sociales, en barrios obreros de determinadas ciudades, no son mas que tapaderas para que grupos de extrema derecha, emulando a sus correligionarios griegos de Amanecer Dorado, intenten infectar a la gente con comportamientos racistas y xenófobos y persigan, además, hacer proselitismo valiéndose de la necesidad como elemento de captación.
Este comportamiento se produce cada vez de un modo más explícito y violento. Así lo demuestra la agresión que se produjo a cara descubierta el pasado 11 de septiembre en la sede de la representación de la Generalitat de Catalunya en Madrid con motivo de la celebración de la Diada Nacional de Catalunya.
Pero independientemente de la casuística y la virulencia de la misma, lo que realmente debe preocuparnos es la capacidad de resistencia del tejido social ante este tipo de infecciones y en qué estado se encuentra nuestro sistema inmunitario para hacerles frente con éxito. De ello depende la salud y el futuro de nuestro sistema de valores y justicia social e, incluso, de nuestras libertades más básicas. En el periodo actual, todas las izquierdas en general tenemos mucho que aprender de la historia europea en cuanto a la actuación del fascismo y la reacción de los diferentes sectores sociales frente a él.
Por ello, quiero terminar esta reflexión apelando a un esclarecedor párrafo del psicólogo humanista Erich Fromm, extraído de su libro El miedo a la libertad que, aunque lejano en el tiempo, sigue manteniendo la vigencia suficiente por cuanto se fundamenta en un fenómeno que marcó dramáticamente la historia de Europa y gran parte del mundo y con el que trata de explicar el sometimiento de gran parte de la clase obrera alemana al régimen nazi. Dice Fromm:
“Desde el punto de vista psicológico, la disposición (de una gran parte de la clase obrera alemana) a someterse al nuevo régimen parece motivada principalmente por un estado de cansancio y resignación íntimos… En Alemania, además, existía otra condición que afectaba a la clase obrera: Las derrotas que ésta había sufrido después de sus primeras victorias durante la revolución de 1918 [….] A principios de 1930 los frutos de sus victorias se habían perdido casi por completo, y como consecuencia de ello cayó presa de un hondo sentimiento de resignación, de desconfianza en sus líderes y de duda acerca de la utilidad de cualquier tipo de organización o actividad política. Los obreros siguieron afiliados a sus respectivos partidos y, conscientemente, no dejaron de creer en sus doctrinas; pero en lo profundo de su conciencia muchos de ellos habían abandonado toda esperanza en la eficiencia de la acción política.”
Que cada cual extraiga las conclusiones que considere más pertinentes.
Josep Antoni Román
Filosofo y Consultor Psicológico