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Estadísticas

 A diario, los medios nos apabullan con multitud de datos estadísticos de todo tipo y colores acerca de las posibilidades de una u otra formación política ante las próximas elecciones, o bien de la subida de los alquileres, o de los precios de las viviendas. Enciendes la tele o pegas una mirada a un periódico y te encuentras con las subidas o bajadas de IPC, del SMI, del dólar según el FMI o del Dow Jones Industrial Average.

Las estadísticas son caras, cuestan una pasta, pero por lo visto y lo que se ve, no son un problema para “nadie” (este “nadie” se refiere, naturalmente, a Bancos, Aseguradoras, grandes corporaciones, Estados, etc) “Nadie” se queja de lo que cuestan, ni de lo efímeros que son los efectos de muchas de ellas, pues con mucha frecuencia nada más publicar una, sus resultados quedan desfasados por una noticia, unas declaraciones, un cambio… pero no oímos a nadie quejarse de lo caro que resulta estar permanentemente al tanto de la información estadística.

Conocemos el porqué: La información es PODER, y las estadísticas son una parte importante y manipulable de la información, tan importante que, como nadie se fía de nadie, muchas corporaciones realizan sus propias estadísticas para propio consumo y, si las publican, no es por sentido social ni como aportación al bien general, sino como exhibición de poder.

Ya sé que todo esto lo sabe todo el mundo… lo sé. Pero me ha parecido interesante como introducción para esta columna que va de los que nunca aparecen en las estadísticas: p.e. los hombres, mujeres y niños que de la noche a la mañana se ven, no solo involucrados, sino además rotos interiormente, debido a que una guerra (in)civil, irrumpió en sus vidas sin comerlo ni beberlo. Dejando aparte culpabilidades de unos y de otros, yendo solo al aspecto humano, tiene maldita la gracia que una pareja, con o sin hijos, suegros, tíos, primos, familias enteras, por el echo de ser el, la, uno ukraniano y el, la, otra rusa, dando lo mismo que dicha pareja viva en España que en Moscú, se vean envueltos en una guerra que, en este caso, no es fratricida sino superfratricida, altamente criminal. Y si dichas parejas, además, viven en estos momentos en cualquier parte de la misma Ukrania esta experiencia será, para los que sobrevivan, un horror fijado a fuego para siempre en sus memorias.

Pero de estas pobres gentes no hablan, no existen para ellos las estadísticas, aunque serán muy probablemente los mayores damnificados de una de las más estúpidas y feroces guerras de los últimos tiempos; así como tampoco conoceremos estadísticas de cuántos españoles tenemos las tripas negras de ver como “nuestro gobierno” echa leña al fuego enviando allí material de guerra y municiones.

Todo por las Patrias.

Miguel Álvarez

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