«Estoy pasando mucha hambre». Josep A. Román.
Nunca pensé que, en pleno siglo XXI, iba a escuchar esta frase en mi país y en mi ciudad. Recuerdo cuando en la infancia mis padres me contaban las penurias y calamidades de la guerra civil y de la posguerra, cómo el hambre se había adueñado de gran parte de la población (especialmente en la llamada zona republicana o roja) y cómo el franquismo la estuvo utilizando como represalia contra los que habían formado parte del bando constitucionalista republicano para minar cualquier atisbo de resistencia al nuevo régimen en esas zonas. El franquismo utilizó entonces el hambre como arma para amedrentar a la población no adicta al régimen y como mecanismo de sometimiento de la ciudadanía.
Pues bien, estos días he escuchado esa frase en boca de Teresa, mujer de sesenta y tantos años que vive sola aunque que tiene tres hijos todos sin recursos. La ha pronunciado mientras venía a recoger los alimentos a la Asociación de Vecinos y confesar que esos alimentos que recibe los comparte con sus hijos que solo vienen a visitarla cuando hay algo que comer. Teresa prefiere renunciar a parte de su comida y pasar hambre, -así lo relata ella-, con tal de poder ver y ayudar a sus hijos.
Mas allá de la importancia del caso en si mismo, a mi me resulta especialmente revelador por lo que deja entrever: el papel que actualmente sigue jugando el núcleo familiar, aunque en muchas ocasiones esté roto o desestructurado, como administrador de la penuria, como refugio y como colchón en el que apoyarse para sobrellevar la miseria. Y dentro de ese núcleo familiar, una vez más, la mujer como eje central.
La verdad es que en estos tiempos, mucha gente andamos interrogando e interrogándonos sobre las razones por las que no se ha producido, todavía, un gran estallido social, una auténtica rebelión de masas contra los agentes económicos y políticos responsables de la estafa y del drama que está viviendo la ciudadanía. Estamos asombrados ante la capacidad de resistencia, o de resignación, de las personas y no sabemos muy bien a qué atribuir esa conducta.
En mi opinión, las posibles respuestas hay que buscarlas en varias direcciones. En primer lugar está el miedo, una de las emociones esenciales de la naturaleza humana. El miedo actúa como elemento regulador de las relaciones interpersonales y de la manera de ubicarnos individualmente para encontrar nuestro espacio en la sociedad. Si eso no fuera así, probablemente ya no existiríamos como especie. Todo ello “el poder” lo sabe y sabe que administrándolo convenientemente consigue un importante control sobre la voluntad de las personas. Miedo a perder el trabajo, miedo a no tener qué llevarse a la boca, miedo a quedarse en la calle, sin casa, miedo a “perder estatus”, miedo, incluso, a perder privilegios. La desregulación económica que estamos padeciendo viene acompañada de desprotección y miedo. Eso ocurre en todas las sociedades, pero en aquellas en las que en la memoria histórica de varias generaciones sigue pesando el recuerdo de la represión el hambre y la miseria, la influencia es mayor.
En segundo lugar, los grupos o estructuras familiares. Ello en buena medida es una consecuencia de lo anterior. El miedo se sobrelleva mejor si se afronta en grupo. La abundancia permite más la emancipación. La penuria y la escasez obligan al reagrupamiento. En nuestra sociedad pervive más que en otras latitudes la influencia del vínculo familiar por razones culturales y de aprendizaje histórico. En estos tiempos en los que las amenazas se perciben con mucha nitidez, especialmente entre la población más joven, tener la posibilidad de recurrir al núcleo familiar para afrontar la supervivencia puede estar actuando, en cierta manera, como analgésico social que enmascara los síntomas más graves y se convierte con ello en un factor que retrasa la toma de conciencia necesaria para reaccionar contra los orígenes del mal.
Pero hay un tercer elemento: la finalidad. Es decir, el “para qué”. Vencer el miedo supone hacer un gran acopio de energías y esas energías solo se consiguen cuando se persigue un buen fin. “El sentido marca la pauta del ser” escribió el psiquiatra Víktor Frankl. En estos momentos, a diferencia de otros periodos históricos, no hay un relato, una historia, un ideario si se quiere, que canalice y dé sentido a los conflictos que inevitablemente conlleva enfrentarse a un sistema de cosas y a los responsables del mismo, aquellos que han provocado la catástrofe y están detrás de los sufrimientos de una buena parte de la población. Eso que se podría denominar utopía y que es imprescindible para ponerse en marcha.
En mi opinión, la combinación de factores como el miedo, inoculado desde el poder y que en amplias capas de la población aún se lo vincula a la represión y el hambre, el papel de las relaciones familiares en tanto que núcleos de resistencia y de supervivencia frente a la crisis, junto a la indefinición de un horizonte utópico que cristalice pensamientos, sintonice emociones y coordine acciones, explicaría aquí y ahora la asimetría que se da entre la magnitud de la agresión del sistema y la intensidad de la respuesta ciudadana.
Josep Antoni Román
Filósofo y Consultor Psicológico
agosto 22nd, 2013 at 5:08 pm
Pues yo señor redactor que lo que podria hacer Teresa es ayudar a sus hijos a que se espabilen como ella ha hecho y no ser una carga para su madre
agosto 24th, 2013 at 12:22 pm
Es verdad que muchos adolescentes actualmente y por cómo han sido educados, no tienen el empuje necesario para salir adelante casi por sí solos y solo con la ayuda de otros. Pero seguro que la vida y las circunstancias les obligarán a luchar para conseguirlo.
agosto 26th, 2013 at 10:25 am
pues si es como usted dice
agosto 24th, 2013 at 10:07 pm
Los jóvenes han sido «víctimas» de una Sociedad del Bienestar que nos hizo creer que todo se podía alcanzar con sólo desearlo. La realidad «espabila» y los jóvenes, como en todos los tiempos, serán creativos y con coraje se abrirán caminos. Hay muchas personas que como Teresa, a pesar de todo no dejan de lado la solidaridad, en este caso empezando por sus hijos.
agosto 26th, 2013 at 10:30 am
No se abriran caminos porque no tendran tiempo, el barco se hunde
agosto 26th, 2013 at 6:00 pm
Tienes razón este barco se hunde, pero ten por seguro que surgirá otro barco, barquito o velero…que surcará nuevos mares que ahora solo soñamos. ¡Yo me subo a ese barco!
agosto 27th, 2013 at 6:20 am
esto que usted dice lo oigo desde los años 70 cuando la revolucion jipi querian cambiar el mundo y si lo cambiaron si a peor.
Y de donde surgirá este otro barco? de la gente que hay hoy? la gente que hay hoy en este mundo no es valida para nada, ahora, si usted me dice otra raza traida desde otros mundos aun pero con los que hay aqui nada de nada
agosto 27th, 2013 at 6:22 am
Señor Roman un iluso es el que vive de ilusiones
agosto 30th, 2013 at 10:11 am
«Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, que hay oportunidad para cambiar las cosas, entonces hay una opción de que puedas contribuir a hacer un mundo mejor. Esta es tu alternativa».
Noam Chomsky.
agosto 30th, 2013 at 4:50 pm
Señor Roman deseo tanto como usted una solucion. Mi pregunta es, de donde viene la solucion? quien cambiará las cosas? esta opcion que dice usted cual es? y este mundo mejor que dice usted no se hará
agosto 30th, 2013 at 4:52 pm
este Chomsky del que usted comenta aunque veo que le admira siento decirle que iva un tanto equivocado.
Cuando escribió esta frase?
agosto 31st, 2013 at 6:14 pm
Yo de tí, me informaría en internet mismo, acerca de NOAM CHOMSKY………………..
septiembre 3rd, 2013 at 9:18 am
Carlos ya me leido todo de Chomsky y le digo, las teorias son una cosa, la realidad otra, de teorias y sistemas como las de el y mejores hay ha cientos por todo el mundo y las ha habido y nadie ha podido arreglar nada.
Asumir y gestionar la realidad social que nos rodea es imposible Las evidentes discrepancias entre los diferentes antisistema son constantes y es imposible que sean capaces de trabajar juntos en un proyecto comun, este es el problema