Icíar Bollaín y su cara a cara con ETA: «Entrar en la banda llegó a ser espantosamente natural»
Hay algo cómodo y arriesgado en adaptar la historia de personas que aún viven. Es la segunda vez que la directora Icíar Bollaín elige esta forma de trabajar después de Yuli. En el caso de Maixabel Lasa, lo primero es innegable. Su generosidad se percibe en cada gesto de Blanca Portillo, la actriz que le pone voz y rostro en la pantalla. Pero es aún más evidente lo segundo: el riesgo. Y no solo por la complicada realidad de Maixabel, sino por todas las víctimas de ETA a las que apela esta película.
SABER MÁS
En el año 2000 un comando etarra asesinó de un tiro al político socialista Juan María Jáuregui, el marido de Lasa. Ella tenía 46 años cuando recibió la peor llamada de su vida. Su hija María, 19. En ese momento su realidad se partió en dos, pero el miedo a morir de un disparo o una bomba llevaba años enraizado en la familia. Aquel día, el miedo de esas mujeres se transformó en terror.
Bollaín rueda con la sobriedad y el respeto de quien pide prestada la intimidad de una persona. Los testimonios han quedado equilibrados, pero la víctima está siempre en el centro. En San Sebastián la directora nos ofrece una charla pausada y emocionante sobre el derecho a conocer, a escuchar y a no perdonar.
¿Cómo le llegó la historia de Maixabel y que fue lo que le llevó a adaptarla?
La historia la conocí por unas entrevistas que publicó Mónica Ceberio en El País con víctimas que participaron en estos encuentros. En aquel momento me impactaron mucho. Me parece increíble que una víctima quiera hablar con su verdugo, la persona que más daño le ha hecho. Y también me dejó pensando en el viaje que hacen ellos. ¿Cómo se pasa de militar en ETA y cometer esos asesinatos a sentarse delante de la víctima y reconocer que hicieron mal? Además, rodar la vida de Maixabel y escribirlo junto a Isa Campo era la mejor oportunidad.
Hay varias ficciones que abordan los inicios de ETA o el impacto que tuvo en Euskadi durante tantas décadas. ¿Qué le ofrecía esta, como narradora, para diferenciarse de lo que ya se había hecho?
¿Lo principal? Que es una historia real. Si tú te inventas esto, no se sostiene. Es demasiado increíble. Pero Maixabel Lasa fue un referente en el País Vasco. Es una mujer que siempre ha trabajado por la paz y por la convivencia. Es un tema muy complicado, muy delicado, muy doloroso. Y para las víctimas ese dolor y esas pérdidas son irreparables. Pero hacerlo desde Maixabel, que también es una víctima y que lo enfrenta de esa manera, me parecía valioso.
¿Es inverosímil que una víctima quiera escuchar a su verdugo?
Yo entiendo que para mucha gente es muy difícil pensar en perdonar o en escuchar a esas personas, pero es algo que ocurrió. O sea, esta mujer existe y esto pasó. Por eso quería contar en todo momento con ella, con su verdad.
Es la primera vez que se hace una película sobre un cara a cara. Hasta ahora se había explorado el relato de las víctimas por un lado y el de los etarras por el otro. ¿Es una forma de curar heridas pendientes? ¿Se podrá llegar alguna vez a la fase del perdón?
Fíjate que ellos no hablan de perdón. La primera es Maixabel, que habla de dar una segunda oportunidad. Ella nunca pronunciará: «Te perdono». Tampoco ellos lo piden de una manera expresa. El punto de partida de Maixabel es dar segundas oportunidades a quienes le han destrozado la vida. Quería conocer: ¿sabían a quién estaban matando? ¿Por qué fue esa persona? Y también quería que supieran lo que le han hecho. Eso no se puede perdonar y tampoco era el objetivo de los encuentros.
¿Y cuál era?
Que hubiera un diálogo que pudiera reparar de alguna manera a la víctima. O que pudiera aportarles algo a ellos en su camino de hacer autocrítica. Es un paso más para responsabilizarse por completo de lo que han hecho. Se sientan delante de la persona a la que han dañado, le dicen que son culpables y que lo que hicieron estuvo mal.
En los encuentros la representación está muy equilibrada, pero dejando siempre claro que lo importante es la víctima. ¿Temía que quedase un retrato demasiado buenista de los asesinos?
Claro. Los encuentros no tratan de que ellos se sientan mejor, ni muchísimo menos. Siempre se hicieron pensando que eso beneficiaría a la víctima, que de alguna manera sería sanador. Lo que ocurre es que cuando haces el ejercicio de escuchar y de ponerte en el lugar del otro, al final se convierte en algo positivo para las dos personas. Se da un diálogo. Pero el objetivo no es ayudarles a ellos.
Uno de los aspectos más aplaudidos de la película es la interpretación de Blanca Portillo y el trato que le da al dolor. ¿Es una decisión cinematográfica o Maixabel es así de verdad?
Maixabel es una persona muy serena, muy diáfana, con una dignidad enorme y que ha hecho un proceso personal que comunica. Es muy desarmante porque no tiene un trazo de odio. Hablas con ella y es muy firme, tiene las ideas muy claras y es muy dura con lo que le han hecho. Eso está ahí. Además está rodeada de amigos y familiares que no entienden lo que hizo y a las que les resultó muy doloroso, que yo creo que es lo que nos pasaría a la mayoría de personas. Por eso es tan serena.
Quería preguntarle por la frase sacada de contexto de Luis Tosar. Él dijo que, de haber nacido en otro sitio y en otras circunstancias, quizá sí o quizá no podría haberse unido a ETA. ¿Entiende que haya sido tan polémica?
La frase es bastante coherente. Nos contaba el productor de la película, que es vasco, que en los años 80 los adolescentes o cualquiera que tuviera ciertas inquietudes ecologistas o mínimamente de izquierdas era absorbido por ETA. La alternativa era un tipo de vida con la que no te identificabas nada, como los Boy Scouts. En la película dice uno de ellos que era «lo natural». Entraba toda la cuadrilla y ni se lo planteaban. Era un caldo de cultivo y era espantosamente normal. ETA y Batasuna consiguieron que todo se tiñera de independentismo, desde el feminismo al ecologismo.
Las figuras de los dos etarras son bastante distintas en eso que cuenta. Uno se afilió por inercia junto a toda su cuadrilla y el otro por convicción política.
Fuera de Euskadi, ETA queda lejísimos de cualquiera. Lejísimos porque es violencia y porque es criminal. Pero la vida aquí estaba muy contaminada. Me contaban que a las ocho de la tarde era normal ir al bulevar de Donostia a tirar piedras. No hacía falta ni estar muy metido en política, ni que tu familia fuera nacionalista, sino que todo te arrastraba fácilmente ahí. Estaba cerca. Era muy común.
¿Esta película va a ayudar a comprenderlo desde fuera?
Creo que sí. Es que cuando hablas con la gente de aquí notas que las cosas son diferentes. Primero porque es un lugar muy pequeño y todo el mundo convive de una manera muy cercana. Desde fuera no tienes nada que ver con ese mundo. Esa violencia y ese nacionalismo radical no puede ser más lejano a ti. Pero aquí era el bar del pueblo, era la cuadrilla, era la marcha que se hacía por las tardes. De pronto te encontrabas buceando en publicidad de Herri Batasuna sin planteártelo mucho.
De hecho, en la cuadrilla de la hija de Maixabel el asesinato del padre se convierte en un tema tabú. Y es gente joven, en 2014. ¿Es una cuestión que sigue dividiendo a las cuadrillas, a las familias y a los pueblos?
No lo sé, la verdad. No sé si sigue idealizado. Para mí es más sorprendente lo poco que sabe la gente joven. Ayer me entrevistó un chico vasco de 20 años al que le había emocionado mucho la película, pero que casi no sabía nada de ETA. Un chico de aquí. Me parece tremendo que no se sepa qué ocurrió en casi cinco décadas de terror. Los de 20 entiendo que no lo han vivido, ¿pero que no sepan lo que ha pasado? No sé si es que se idealiza o que se ha decidido que ya está, que no se habla más.
¿Tienen algo que ver las instituciones en esto? Maixabel se queja de que nadie fuera de su familia le ha escuchado nunca. ¿Se abandonó a las víctimas cuando dejaron de ser útiles como herramienta política?
Yo creo que sí, claro. Hay que seguir recordando a las víctimas. Y hay que escuchar también, aunque son muy pocas, las voces de los asesinos que deslegitiman la violencia por completo. Si no lo cuentas se puede volver a repetir, ¿no? Se puede idealizar y llegar a verle una épica. Con la película quería dejar clarísimo que la violencia es devastadora y que no es una vía jamás.
¿Y cómo abordó el tema de la responsabilidad individual en el guion para que, como dice la mediadora, no todo se justifique con el ambiente que había en Euskadi?
Pensé que los encuentros iban a tener más peso si sabemos quiénes son los que estaban ahí sentados. El centro de la película es Maixabel. Había que saber de dónde viene ella para llegar a sentarse con estas personas. Para mí no tiene nada que ver con justificar. Es conocer qué viaje han hecho ellos para responsabilizarse. Es verdad que eran soldados. Es verdad que estaban en un grupo que daba órdenes. Pero decidieron acatarlas y esa es su responsabilidad.
Tampoco hay que contarlo de una manera heroica. Es gente que ha hecho una autocrítica muy honda y que ha cambiado de identidad, entre comillas. En lugar de salir como un héroe, han elegido ser traidores entre los suyos y sobre todo ante sí mismos. No se aplaude más ni menos. Es simplemente el camino que han hecho para llegar a sentarse ahí.
Ha elegido la historia de Maixabel, que estuvo afiliada al Partido Comunista y después pasó al Partido Socialista de Euskadi (PSE), que también fueron víctimas del terrorismo. ¿Ha triunfado más el discurso dicotómico de la derecha frente a ETA, y viceversa?
Sí. Los primeros años de ETA van directamente contra las Fuerzas Armadas. Hay crímenes atroces uno detrás de otro. En los 90 empieza lo que ellos llaman la socialización del terror. Empiezan a matar a la sociedad civil y ahí hay políticos de todos los colores, periodistas y empresarios. El PSE es el contexto de esta historia en concreto. Pero lo que tienen los encuentros es que son personales, íntimos y voluntarios. No se sientan a hablar de política ni a teorizar. Se sientan a escucharse: unos a expresar su arrepentimiento y los otros a preguntar cosas que quieren saber y a contarles lo que han sufrido. Pero no hay ideología en esto.
De hecho, en la película se escucha la voz en off de Zapatero y de Rajoy, y los personajes son bastante críticos con los políticos. ¿Se intentó instrumentalizar estos encuentros de alguna forma?
¿Sabes qué pasa? Los encuentros fueron una cosa muy excepcional porque fueron muy pocos. También son muy pocos los miembros de la banda que se desmarcaron. En el momento en que surge la vía Nanclares, en la que una serie de presos se apartan de la lucha armada y reconocen el daño causado, no son más que veintitantos. Había 800 presos de ETA, una veintena de esos van a Nanclares y solo participan 11 en el encuentro. Por eso no es representativo. Fue algo muy aislado.
Pero habría una intención política, aunque no fuese instrumentalizarlos.
Bueno, el Gobierno pretendía con eso abrir una brecha. El colectivo tenía mucha fuerza y era una medida de presión también hacia ETA, que hacían huelgas y reaccionaban. Era una forma de abrir una grieta y por eso lo hicieron. La oferta de Nanclares era participar de las cosas a las que tenían derecho a cambio de hacer pública su disidencia.
En el clima de crispación actual, ¿ha temido alguna vez que se repita un patrón de violencia parecido?
Que las cosas de repente puedan derivar en violencia siempre es un temor, claro. Sobre todo cuando apela a las emociones. Hay discursos que alimentan una respuesta violenta y creo que siempre es peligroso. Para mí lo que cuenta la película es que la violencia es devastadora. Lo ves en la víctima y lo ves en ellos. Y luego hay una sociedad que vive esa violencia y que también se queda traumatizada. El poder que tiene el cine es hacer sentir eso, que no es ideológico: es terrorífico. Deja secuelas en todos.
Mónica Zas Marcos
Publicado en ElDiario.es