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Javier de Lucas: «La llama de la solidaridad, frente a la oscuridad de la pandemia»

El clima general de incertidumbre -y sí, también de miedo- en el que nos ha sumido la pandemia ha puesto sobre la mesa entre otras la paradoja de una época de oscuridad, justo cuando creíamos que vivíamos en el mundo de las luces, de la comunicación universal, de la información al alcance de todos y dentro de nuestro bolsillo. En los últimos meses he recurrido varias veces al clarividente pronóstico de aquel a quien llamaron “el catón escocés”, Adam Ferguson, el sucesor de Hume como director de la biblioteca de la Universidad de Edimburgo, en su Ensayo sobre la historia de la sociedad civil, escrito en 1767: en él, Ferguson sostiene que en la medida en que el mercado se constituya como la lógica dominante en la sociedad civil, se producirá la pérdida del sentido de lo público. “El hombre perderá su alma de ciudadano”, sostiene.

Este me parece uno de los riesgos mortales de la pandemia o, por mejor decir, de la gestión política de la misma. Que, ante el incremento de la incertidumbre y la conciencia clara de la amenaza para nuestras vidas, desemboquemos en la lógica del individualismo salvaje, el <sálvese quien pueda>, que es la lógica del mercado en la versión neoliberal descarnada que abrazan líderes como Trump, Bolsonaro o incluso con matices, Johnson. Ya sabemos lo que comporta y quiénes son sus perdedores. Los de siempre, los más vulnerables.

Me dirán que lo que sucede es justo lo contrario. Que se ha puesto de manifiesto la necesidad de un estado que corrija al mercado y que intervenga en aras de mantener la salud como bien básico. Y es cierto que no faltan discursos en ese sentido. Pero temo que nos puedan llevar a la misma amenaza: la que describiera otro grande del pensamiento político, Hobbes. Me refiero a que abracemos una condición de súbditos del monstruo en que se puede convertir siempre el poder, con tal de que nos garantice la vida.

En el fondo, uno y otro planteamiento se retroalimentan: ahí tenemos a esos supuestos liberales, los líderes de Vox y de una parte del PP entre los que sobresale la señora Díaz Ayuso, clamando contra un gobierno dictatorial, que busca acabar con las libertades y de paso con los ciudadanos de Madrid, con un Sánchez convertido en nuevo Leviathan, al que desafían los héroes que salen por el barrio de Salamanca…¡en defensa del pueblo! Bien entendido, del pueblo que son sólo ellos y los que piensan como ellos. Pero atención, son los mismos liberales que quieren que la movilidad se mantenga para sostener el beneficio al mismo tiempo que la restringen en los barrios pobres, portadores del virus, por aquello de su escasa higiene y de las malas costumbres venidas de allende fronteras. De paso, claro, reivindican el cierre de las mismas y aplauden que en Melilla se levanten muros tres veces más altos.

La respuesta a esos riesgos mortales, a mi juicio, no está ahí, sino en dos recursos. El primero, el del saber, el de la ciencia entendida en su sentido más amplio, que incluye a las Humanidades y a las ciencias sociales, imprescindibles para mantener el espíritu crítico sin el que no hay ciudadanía. El segundo es el del motor de la mejor sociedad civil, la solidaridad; eso sí, tomada en serio. Esto es, como corresponde a la naturaleza de la amenaza del virus, que es universal, solidaridad con todos. No sólo con los nuestros. Porque si no ponemos a todos a salvo, no lo estaremos ninguno. Eso supone reconocer aquello que cantaba Nacho Vegas: “nos quieren en soledad, nos tendrán en unión”. La unión por el bien común que encarnan los movimientos de la sociedad civil, como el asociacionismo vecinal. Aquel al que animaba Hugo Zárate, de cuyo último mensaje recupero esta reflexión: “Mantener la llama del trabajo día a día no es fácil, pero los hombres y mujeres del movimiento vecinal lo hacemos, porque pensamos que merece la pena trabajar por los demás…Porque somos plenamente conscientes de que cuando nos reunimos en nuestra Asociación, para debatir un tema o un problema que afecta a nuestro barrio, debe primar el bien común, analizándolo en profundidad y buscando la solución más acorde con nuestro entorno, para dar un paso más en la consecución de la calidad de vida”. La Fundación Hugo Zárate que impulsa con tenacidad nuestra admirada Marita Macías, es, a mi juicio, un ejemplo de cómo mantener viva esa llama, de cómo seguir el lema de Kennedy que tanto repitió Gregorio Peces-Barba: hay que dejar de maldecir -dejar también de lamentarse, añadiré- para empeñarse en poner una luz en la barricada. Larga vida a la Fundación Hugo Zárate y a todas las asociaciones y movimientos empeñados en negar la oscuridad que nos traen la ignorancia, el prejuicio y el individualismo desbocado.

Javier de Lucas

 

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