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La casa de Machado

Hace años que Villa Amparo está cerrada, que aquellos días azules con los que se despidió el poeta son una sombra de lo que fueron

La memoria es huidiza. A la que menos te lo esperas desaparece, da un triple salto mortal hacia la nada. Lo que antes fue un lugar lleno de vida se convierte en un no lugar, como una habitación de hotel o la infinita soledad de una estación de autobuses en medio de la madrugada. El tiempo de las cerezas era la canción de invencibles sueños revolucionarios antes de que se convirtieran en cenizas. Así también algunos sitios. Cenizas de lo que fueron.

Cuando alguien recuerda el nombre de Antonio Machado le vienen a la cabeza poemas inolvidables y una tumba a la entrada del cementerio de Colliure. He estado ahí, en los poemas y la tumba del poeta, creo que millones de veces. He recorrido el camino, arriba y abajo, que los llevó, a él y a su familia azotados por el frío de aquel enero de 1939, desde la estación de tren hasta la casa de madame Quintana donde moriría a las pocas semanas de su llegada. La playa en que escribió sus últimos versos y donde siempre el viento es como si empujara hacia la otra orilla los días azules y el sol de la infancia.

El cementerio de Colliure es ese pedazo de memoria que nos recuerda el horror y la vergüenza del franquismo y a la vez nos salva de caer en las redes abruptas del olvido: la Segunda República es, en los ratos que pasamos en compañía del poeta, ese lugar de encuentro que nadie podrá arrebatarnos en lo más o menos que duren nuestras vidas. También en el pueblo de Rocafort, a un tiro de piedra de València, hay un sitio donde vivió Antonio Machado dos años de la guerra. Es Villa Amparo. La Generalitat compró la casa hace varios años. Dicen que para que fuera ese lugar de memoria que tanta falta nos hace para que el tiempo no acabe con todo. Las palabras, muchas veces, también sirven para no decir nada.

Un espacio de cultura democrática. Para eso lo adquirió la caja pública. La poesía como un arma cargada de presente. El tiempo de las cerezas en la canción que nos recuerda sueños revolucionarios. Hacer de Villa Amparo nuestro Colliure particular lleno de vida, de la vida del poeta, de nuestras propias vidas leyendo sus versos al lado de la suya. La cultura antifascista cuando el fascismo era el enemigo aquel año lejano de 1937. Ahora ese mismo fascismo -u otro que se le parece demasiado- se ha metido en nuestras casas y le hemos dispuesto amablemente mesa y mantel como en las mejores celebraciones familiares. Lo que queda de aquellos veranos antes de que se los llevara por delante la vileza de una victoria que nos sumiría en un dolor insoportable durante cuarenta años que nunca han acabado de desaparecer del todo. Hace años que Villa Amparo está cerrada, que aquellos días azules y el sol de la infancia con los que se despidió el poeta en la playa de Colliure son una sombra de lo que fueron. Nada.

Detalle de Villa Amparo. / Levante-EMV

Leo en este periódico que algunas personas han ocupado Villa Amparo. Y que el vecindario denuncia esa ocupación. Se frotarán las manos los fascistas de Desokupa si alguien los llama. Pero también denuncian que la casa lleva cerrada casi desde el principio. Y que es un bien común porque la cultura lo es, porque si viajamos lejos para estar con Antonio Machado unos ratos en Colliure, por qué no podemos hacerlo si Villa Amparo y la memoria del poeta están aquí al lado.

No sé los motivos de la ocupación. Sé que para alguna gente es imposible encontrar un techo para vivir sin miedo. Los fondos buitre tienen casi toda la vivienda vacía en este país, un país que está siendo de los más desiguales de Europa. Si no el que más. Los ricos son cada vez más ricos y la pobreza es cada vez más pobre. El problema principal en este caso no es la ocupación de Villa Amparo sino el abandono a que la han condenado la Generalitat Valenciana y el propio Ayuntamiento del pueblo.

Alfons Cervera
Publicado en Levante.emv

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