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La Malvarrosa y la nueva vida de las playas urbanas de València

La nueva escena gastronómica, cultural y deportiva en sus playas urbanas demuestra que la capital del Turia se ha reconciliado con su litoral.

Ay, la Malvarrosa… Ay, Las Arenas… Cuántas generaciones, historias y paseos de punta a punta han contemplado sus aguas. Como cualquier otra “playa de ciudad”, la Malvarrosa y Las Arenas —también conocida como la playa del Cabanyal— siempre han despertado amores y odios a partes iguales. ¿Por qué será que la etiqueta de “playa urbana” parece un castigo? Aunque su extenso litoral diste mucho de cualquier cala alejada y paradisíaca, ¿no es también una suerte poder escaparse y ver el mar sin necesidad de salir de la ciudad?

DEL EXTRARRADIO A RESIDENCIA BURGUESA

En el caso de la Playa de la Malvarrosa, su nombre se debe a la plantación de malvarrosas que realizó Julio Robillard, jardinero mayor del Botánico de València durante parte del siglo XIX. “Robillard compró en 1856 una basta extensión de terrenos. Allí instaló su vivienda, su fábrica de esencias (primera en España), su fábrica de jabones (primera en València) y desarrolló también sus cultivos”, cuenta el historiador Sergio Caballero Martí a Viajes National Geographic.

Mientras que Las Arenas, ubicada en el barrio del Canyamelar, su nombre hace  referencia a un balneario que nació allí mismo para “atender a las necesidades de la burguesía que comenzaba a llegar a la costa en el siglo XIX”, añade el creador de Valencia Viva Walks. Un hotel-balneario que sigue en pie a día de hoy, presidiendo el Paseo Marítimo.

Y a pesar de que se puede acceder a ellas en bici o transporte público, València sigue teniendo la fama de ser una ciudad que da la espalda al mar. Al fin y al cabo, su actividad siempre se ha desarrollado a varios kilómetros de distancia. No fue hasta la segunda mitad del XIX, cuando la incipiente burguesía valenciana comenzó a acercarse a la playa, ¿los nombres más conocidos? Sin duda, dos: Vicente Blasco Ibáñez y Joaquín Sorolla.

El escritor trasladó su residencia de verano a la playa de la Malvarrosa. De hecho, el que fue su chalet, un edificio de tres plantas con jardín, sigue todavía en pie como Casa-Museo. Por su parte, el pintor valenciano también se escapaba a las playas valencianas durante los meses más calurosos. Una experiencia que, sin duda, quedó retratada en su obra más de una vez.

UNA NUEVA ESCENA GASTRONÓMICA CERCA DEL MAR

De todos modos, en estos últimos años, parece que la capital del Túria ha hecho las paces con su costa. A los restaurantes de la Playa de la Malvarrosa de toda la vida, como La Pepica (1898) o el templo arrocero de Casa Carmela (1922), se les han unido nuevos espacios gastronómicos y de ocio donde poder beber, comer y reír.

La Fábrica de Hielo, en primera línea de la Playa del Cabanyal, fue uno de los primeros ejemplos de que algo estaba cambiando. Una antigua nave industrial abandonada, donde se producía hielo para el negocio del pescado, se acabó convirtiendo en un reclamo para quienes buscan gastronomía y ocio en un mismo lugar. Muy cerquita se encuentra el Mercabanyal, sus más de 1.200 metros cuadrados también se han consolidado como otra de las paradas obligatorias de la zona.

A pocos metros del agua salada, se encuentran también otros bares y restaurantes donde degustar los famosos arroces valencianos, pero también los mejores pescados, mariscos y tapas valencianas —como la titaina, típica del barrio del Cabañal—.

La Llimera, Mar D’Amura, Bodega Anyora o Casa Montaña son algunos de los lugares que se encuentran salpicados entre los cuatro barrios que conforman Poblats Marítims —el Grau, el Canyamelar, el Cabanyal y Cap de França—. Así como una de las aperturas más recientes: Marino Jazz, un antiguo mirador de barcos del Cabañal reconvertido en club de jazz. Su luz tenue y decoración en tonos rojos bien puede recordar a la mítica serie «Twin Peaks» de David Linch y a su vez a los legendarios clubs de los años cincuenta, donde la gente bailaba y chasqueaba sus dedos a ritmo de jazz, rhythm & blues y soul. Todo, maridado con una propuesta de coctelería de inspiración americana.

LA PLAYA, MÁS ALLÁ DEL VERANO

Pero lo que seguro que ha contribuido a dar una nueva vida a las playas valencianas (y sus interminables arenas doradas) es la nueva agenda de ocio. Más allá del terraceo y los chapuzones, hay mucha música a cargo de Los Conciertos de La Marina en la Pérgola desde febrero a junio o Mar i Jazz, el festival de música a orillas del Mediterráneo; pero también deporte. Sobre sus aguas, excursiones a vela y catamarán o clases de windsurf, paddle surf o remo y sobre sus arenas, el deporte favorito de las playas: el voleibol. Gracias al club Beach Bol, Valencia se está convirtiendo en una capital del voley playa a nivel nacional e internacional.

La reciente corriente de extranjeros que se han asentado en la terreta también ha ayudado a impulsar la vida de la Malvarrosa. Por algo València fue elegida la mejor ciudad del mundo para vivir en el ranking de InterNations el pasado año. Emma, originaria de Inglaterra, lleva cuatro años viviendo en la ciudad, y lo que más le gusta es ir “a la playa después del trabajo, ya que hay luz hasta tarde y el agua aún está tibia”. Una manera de “aprovecharla al máximo porque no crecí junto al mar”, señala.

Sandra Bódalo Munuera
Publicado en Viajes National Geographic

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