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‘La manzana de los comunistas’: el sueño cooperativista de la Malvarrosa

En los años 70 se proyectó un edificio en La Malvarrosa, situado en los Poblados Marítimos de València, que buscaba nuevas formas de habitar trascendiendo las viviendas ordinarias del momento. Por si eso no fuera suficiente novedad, la construcción iba destinada a personas de economía modesta. 

En este lugar, donde se valoraban los espacios comunes y se proponían viviendas flexibles que cambiaran conforme lo hacían sus habitantes, se edificó en régimen de cooperativa a base de encuestas para conocer las necesidades de cada casa y se favoreció una forma de pensar la arquitectura más allá del modelo de mercado vigente.

Solar donde se iba a construir nuestro edificio protagonista. Foto del archivo de Amparo Bascuñán.

El Grupo Residencial Malvarrosa, que así se llama este espacio, fue también conocido como ‘la finca naranja’ o ‘la manzana de los comunistas’ por el carácter poco franquista de sus residentes, gran parte de ellos pertenecientes al PCE y a agrupaciones sindicales como la CGT, UGT o CCOO.

En ese concepto de construir diferente, sus artífices articularon los espacios comunes de los dos bloques de viviendas a través de corredores, pasarelas y escaleras que comunicaban ese laberinto. Laberinto que, además de propiciar la vida colectiva, facilitaba que sus habitantes se movieran por él como anguilas y no tanto así los agentes de la secreta que, cosas de la época, también lo frecuentaban.

La diseñadora Bianca Cifre se enamoró de la historia y de la casa de Clara Che, quien sigue viviendo en este sitio de la Malvarrosa, y ambas decidieron indagar sobre ese edificio donde todo es diferente y todo está bien pensado.

En ese viaje a 1973, tras hacer una llamada a la participación en el proyecto, hablaron con vecinas que viven allí desde los inicios y con otras que ya se marcharon. También lo hicieron con el hijo del arquitecto que dirigió el proyecto, además de investigar la importancia de la señalética y de la distribución de los espacios dentro de este, en realidad, hito arquitectónico y social. De esa investigación de Bianca y Clara ha salido una publicación que reúne todo aquello que supuso ese edificio.

Plano del edificio (Archivo de Alberto Sanchis).

Arquitectos como Jorge Stuyck y Miguel del Rey o el diseñador Paco Bascuñán (quien destacaba los rasgos utópicos del edificio) intervinieron en este proyecto tan lecorbusiano de Alberto Sanchis Pérez, un visionario concienciado que ya venía de hacer algo parecido en la calle Bilbao y seguiría haciéndolo en la urbanización ‘La ecológica’, en El Puig, con propuestas que respondían a un interés por el espacio colectivo inspiradas en las ideas arquitectónicas de Carlo Aymonino, Aldo Rossi o Ricardo Bofill. 

Alberto Sanchis Pérez, el arquitecto artífice del Grupo Residencial Malvarrosa en una imagen procedente de su archivo.

El edificio en la actualidad (Fotografía: Eduardo Manzana).

Para conseguir estos proyectos fue fundamental la colaboración entre los usuarios y el arquitecto. “Sanchis mantuvo un diálogo continuo con los futuros moradores, que se materializó en reuniones y asambleas. Las encuestas resultaron ser un auténtico manifiesto de voluntad por parte del arquitecto a la hora de comprender y satisfacer las necesidades de los usuarios”, explica el arquitecto Manuel Calleja, quien ha estudiado a fondo el edificio y quien participa, junto a la arquitecta Débora Domingo, en la publicación.

 

 

 

 

 

 

 

 

Esos espacios colectivos del Edificio Malvarrosa iban desde una escoleta a un local social, pasando por una biblioteca, un gimnasio y unos magníficos corredores, todos ellos pensados con la voluntad de superar los edificios de viviendas ordinarios y promover una espacialidad distinta (y mejor). 

La Asociación de Cabezas de Familia fue la agrupación formal bajo la que se reivindicaban mejoras para el barrio en esos iniciales 70 y la que comenzó la cooperativa, en realidad formada por personas vinculadas al Partido Comunista y bien organizadas políticamente. Nada como un nombre tan genuinamente patriarcal para no levantar demasiadas sospechas, debieron pensar. 

Encuestas que ayudaron a configurar cada una de las viviendas del edificio.

Interior de una de las viviendas de La Malvarrosa (Fotografía: Bianca Cifre).

Las condiciones de habitabilidad del barrio de la Malvarrosa en esa década, y las que vendrían, eran malas. Con esta construcción se aspiraba a solucionar parte de la problemática de la vivienda para las rentas bajas. A esos jóvenes de ideas reivindicativas se les unieron vecinos del barrio que querían cambiar su suerte habitacional, como fue el caso de Elena Borbolla y su familia, quien pasó de vivir con cinco personas (madre, padre, hermana y dos abuelas) en 60 metros, a habitar aquí de una forma bastante más saludable.

Desde la asociación, que tenía su sede en uno de los bajos del edificio, se hacían cosas que entonces eran infrecuentes: promovieron un grupo de espeleología, otro de fotografía, otro de teatro, clases de ballet … todo ello sorteando la habitual censura e incluso los ataques de los ultraderechistas Guerrilleros de Cristo Rey, que reventaron el local allá por 1974. 

 

 

Por tener, tenían hasta un policía de la secreta que estaba ‘asignado’ al bloque, Mariano lo llamaban. Todo el mundo sabía que el tipo que siempre estaba en la barra del bar de la esquina era de la secreta. Al poco del ataque ultra cerraron la asociación y esta renació transformada en la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Malvarrosa (Associació de Veïns i Veïnes).

 

 

 

La escoleta que organizaron los cooperativistas en el edificio fue la antesala de otros lugares que iban a llevar la educación por la senda de Montessori. Con Lupe Martínez Campos, Amparo y Paco Bascuñán, todos ellos habitantes de este edificio e implicados en la iniciativa, la escoleta llegó a estar abierta 25 años. El diseñador Paco Bascuñán también fue el autor de toda la señalética interior del edificio, esencial en la articulación de los espacios comunes.

La señáletica del edificio fue diseñada por Paco Bascuñán.

Bianca Cifre con un ejemplar de su publicación (Fotografía: Sara Azorín).

El espíritu cooperativista del edificio conducía a vivir de forma colectiva, cada uno en su casa pero compartiendo muchas iniciativas comunes, todo ello con la finalidad de proporcionar el máximo bienestar para sus habitantes. Nada más. Y nada menos.

Bianca Cifre, diseñadora de Estándar Estudio y de Colla Paper, ha elaborado una publicación con todo el material de la investigación que ha hecho junto a Clara Che, coautora del trabajo y cuya casa fue el germen de esta historia.

Clara cuenta que ella siempre ha vivido en el edificio y ha sido testigo de muchas anécdotas. “Mi padre siempre decía que aquella fue una época muy dura, pero también fue un momento donde la gente tenía mucha esperanza en que las cosas podían ser diferentes. Se comenzaron muchas cooperativas … yo creo que es necesario promover proyectos como este. Por una parte, da la idea de que vivir de otra manera es posible y, por otra, que si quieres vivir de otra manera, te has de implicar”, concluye.

Fotografías: Bianca Cifre, archivo de Amparo Bascuñán, archivo personal de Alberto Sanchis, Sara Azorín y Eduardo Manzana.

Clara Sáez
Publicado en Flat Magazine

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