La tercera dosis: un lujo de ricos y un agravio para empobrecidos
España ha logrado junto a Portugal el liderazgo de la vacunación. No solo en cuanto a la velocidad de la vacunación sino también por una accesibilidad y cobertura vacunal muy superior a la media de los países desarrollados e incluso por encima de los excelentes resultados de los países y del conjunto de la Unión Europea con los que compartimos la contratación conjunta y la distribución de las vacunas. Mientras España y Portugal hace días que han traspasado la barrera del setenta por ciento de vacunados con pauta completa, la Unión Europea lo ha hecho, aunque todavía con respecto a la población adulta.
Esta es la principal explicación, junto a las medidas de salud pública, de la rápida salida de esta quinta ola de la pandemia. Todo esto dice mucho del acierto de la tan denostada compra conjunta de las vacunas por parte de la Comisión Europea, como también de la estrategia española de vacunación, de la organización y la accesibilidad del sistema sanitario público gestionado por las CCAA, así como de la confianza, la adherencia y el apoyo ciudadano a la vacunación frente a la covid19, todo ello imprescindible, junto a las medidas de salud pública, para doblegar la pandemia. Un indudable éxito colectivo a pesar de la campaña en contra de los grupos negacionistas y de las reticencias y reproches de la oposición política.
En definitiva, estamos muy cerca del control funcional de la pandemia, aunque en este último tramo haya disminuido la velocidad de inoculación, como por otra parte era previsible por el mes de agosto, y en particular entre los grupos de edad de veinte a cuarenta años, que por otro lado es la que tiene un menor riesgo de enfermedad grave y hospitalización, y entre aquellos con más dificultades de acceso social y cultural al discurso sobre la salud y a las vacunas.
El hecho de que haya CCAA como Asturias, con un noventa por ciento de la población mayor de doce años ya vacunada, demuestra que el control funcional de la pandemia es posible para el conjunto de los españoles, a más tardar en los próximos meses. Eso no quiere decir que no vayan a producirse brotes e incluso una sexta o séptima olas, pero no tendrán nada que ver ni en incidencia ni en gravedad y mucho menos en mortalidad con las olas pandémicas anteriores. Por eso, resulta lógica la superación de las restricciones y la próxima normalización de la vida social, que deben permitirnos recuperar también la actividad programada en los centros sanitarios con objeto de paliar los negativos efectos colaterales de la pandemia en la atención a las patologías más habituales y aprender las lecciones de esta pandemia poniendo en marcha el desarrollo de la ley de salud pública en paralelo con el HERA europeo.
En todo caso, la absoluta prioridad frente a la pandemia debe ser, de una vez por todas la vacunación masiva de los países empobrecidos, que hoy por hoy no supera globalmente el veinte por ciento, que en África no llega al diez por ciento y que en algunos países africanos no llega siquiera al uno por ciento de inmunización de la población.
Sobre todo cuando se ha demostrado la efectividad de las vacunas frente a la enfermedad grave en todas las variantes existentes, frente a la amenaza (casi el mito) del escape vacunal y asimismo el mantenimiento en el tiempo de un alto nivel de inmunidad humoral y celular.
Es por eso, que los organismos de salud pública, tanto el ECDC como la EMA europeos y en la misma línea de la FDA y de la OMS, han recomendado centrarse en las primeras y segundas dosis de la vacunación de los países empobrecidos, donde ésta se encuentra bajo mínimos, descartando por tanto una tercera dosis general en los países desarrollados, cuando su necesidad no se ha podido demostrar, en la revisión de los ensayos clínicos existentes hasta la fecha, incluidos los de Israel que esta pandemia se ha convertido en el laboratorio y el altavoz de las compañías que presionan por una tercera dosis generalizada.
Sin embargo, los intereses de las compañías multinacionales de la farmacia productoras de vacunas y el nacionalismo vacunal de muchos estados desarrollados siguen primando sobre las necesidades de salud de la humanidad en esta crisis, alejando el objetivo prioritario de lograr cuanto antes la inmunidad a nivel global y con ello el efectivo control de la pandemia. Algo que tampoco tiene excusa en la justa retribución de la investigación y de los legítimos beneficios de las compañías productoras de vacunas, cuando sus ingresos se han disparado a decenas de miles de millones de euros en el primer semestre de este año, con las ventas a los países más desarrollados a los que, no contentos con ello, les han incrementado la factura.
Por eso no tiene justificación el retraso escandaloso en el cumplimiento de los objetivos previstos en el programa COVAX de lograr el treinta por ciento de vacunados en los Países de renta media y empobrecidos a lo largo de este año 2021 ni el continuo aplazamiento de la respuesta de la OCDE a la solicitud de un buen número de países para la suspensión de la propiedad intelectual de las vacunas de la covid19.
En este sentido, es urgente, junto al cumplimiento del programa COVAX, incrementando sustancialmente la distribución de las dosis comprometidas, hoy acaparadas por los países más desarrollados, la efectiva construcción de instalaciones productoras de vacunas en África comprometidas por parte de la UE, así como la suspensión de la propiedad intelectual para favorecer la difusión del conocimiento y de la técnica para el incremento sustancial de la producción mundial de vacunas con el objetivo de la salud pública global.
Por eso, resultaría difícilmente comprensible la decisión precipitada de sumar a la lógica dosis de recuerdo en inmunodeprimidos, una tercera dosis a corto plazo a las personas mayores internadas en las residencias de ancianos, como anuncia el gobierno español, cuando la EMA y la ECDC no las recomiendan como urgentes y las atribuyen más a la precaución que a una necesidad urgente. El problema es que abrir esta espita no solo es contradictorio con la evidencia científica, sino que puede favorecer la generalización en cadena de terceras dosis en sucesivos colectivos en función de los excedentes en los países ricos, prolongando con ello la penuria de los países empobrecidos.
Por otro lado, en los países desarrollados como el nuestro, la vacunación debiera pasar a corto plazo desde una oferta de vacunación masiva a una administración selectiva a los colectivos más resistentes por razones sociales y culturales. Es decir, pasar del éxito de la vacunación cuantitativa al reto de una estrategia cualitativa de comunicación y búsqueda activa entre los colectivos más frágiles y olvidados.
Gaspar Llamazares
Publicado en Nueva Tribuna