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La virtud más feminista

Dado que siempre va a haber asesinatos, robos y agresiones, ¿qué mal hay en saber cómo nos podemos proteger de ellos, hombres y mujeres, y ponerlo en práctica?

La razón es innegociable. El día que la negociemos habremos cambiado el futuro de la humanidad. Como pista digamos que algo así se está intentando ya. La razón es previa a cualquier toma de postura ideológica o personal. A la luz de la razón. No apaguen y si apagan… sepan que nos vamos.

Todo esto viene al caso de las diversas afirmaciones irracionales o arracionales que he escuchado en los últimos días en torno al escaso y poco importante fenómeno de los “pinchazos” en las discotecas. Es un debate absurdo a los ojos de la razón puesto que no existe evidencia de la inoculación de nada –y racionalmente es difícil y hasta imposible que esto haya ocurrido– y no existen evidencias de que esa no probada inoculación haya provocado o amparado delito alguno. No hay evidencias. No hay datos. No hay nada sino 60 testimonios de haber recibido un pinchazo. Hay la certeza de que se trata de la viralización de un fenómeno igualmente absurdo investigado también en otros países europeos. Eso incluye al primero que lo sufrió, Gran Bretaña, con casi dos mil denuncias y que incluso instituyó una comisión parlamentaria. Los resultados se publicaron en abril: nada, ni sustancias ni delitos. Una ‘full’ de gamberros, peligrosos por lo que provocan de pánico y de profilaxis, y más a la sombra de los medios. Un problema menos que menor. El lago Ness de este verano.

No voy a eso sino a las declaraciones tipo de estos días que, me van a perdonar, también contradicen el menor indicio de racionalidad. Esto no es cosa de ninguna ideología, excepto que me diga que las ideologías y posicionamientos políticos son ya irracionales. En ese caso sí, se lo compro. Yo soy aún fría como el hielo en ese aspecto. Me rindo siempre a la evidencia y a la razón. Creo que la única supremacía del ser humano y, sobre todo, su única esperanza de supervivencia, es la razón.

“Tengo derecho a hacer lo que me dé la gana”, dicen las jóvenes afectadas por los pinchazos –la policía vasca ha incautado un montón de palillos–. “No pongamos el foco en las mujeres, en ‘No hagas’ o ‘Ve con cuidado’”, dicen otros. Una ministra sale y habla del sí y del no, sin que yo entienda a qué viene a cuento con esto el consentimiento sexual. Paso palabra.

Una persona rica tiene derecho a salir de su hotel en su Bentley con el reloj que le dé la gana sin que se lo quiten, claro. Un turista tiene derecho a ir a ver un monumento como la Torre Eiffel sin que le roben la cartera, claro. Un hombre tiene derecho a salir de una discoteca sin que otro joven se le enfrente y le meta en una tangana, por supuesto. Un militar tenía derecho hace décadas a coger su coche y que no le reventara llevándose su vida y el dolor de todos sus familiares. ¿Significa eso que el rico, el turista, el hombre o el militar deban prescindir de las más mínimas nociones de prudencia y de autoprotección? ¿Significa eso que dejar en la caja fuerte el reloj, controlar tus pertenencias, evitar confrontar con macarras o mirar los bajos del coche te convierta en víctima de una discriminación?

Más bien significa que la vida sigue siendo la vida y que conocerla no es materia menor. La libertad es irrenunciable pero, ya desde los clásicos, sabemos que la prudencia es una condición indispensable para el ejercicio de la libertad. La libertad, a su vez, es necesaria para elegir ser prudentes. Incardinan una en la otra. La prudencia, nos dicen, es obra de la razón y consiste en la capacidad humana para orientar su actuación.

¿Quién pretende privar a las mujeres de esta verdad de vida? ¿Por qué una mujer, una mujer joven, debería prescindir de la prudencia en aras al ejercicio de la libertad? Discuto desde aquí que el feminismo sea irracional y, por tanto, que sea contrario a la razón. Lo irracional es el machismo. Es tan poco irracional el feminismo que hace ya mucho tiempo que se estableció la necesidad de la autodefensa feminista, “la estrategia de empoderamiento personal y colectivo, no solo para enfrentarse a la violencia sexista sino también para redefinirla”. Vamos, que hay y ha habido centenares y miles de mujeres aprendiendo a autodefenderse para ser más libres. ¿Por qué eso sería excelente y educar en la prudencia sería inasumible? Esta es una de las grandes diferencias generacionales. No creo que ninguna mujer en los 80 o los 90 haya salido menos de fiesta, haya tomado menos copas, haya follado menos o haya sido menos libre por saber que meterse en un ascensor sola con un desconocido de noche no era buena idea.

Puede que me hagan un desdoro de la prudencia –que, repito, sería contrario a la razón– alegando, yo qué sé, que la prudencia es una de las virtudes cardinales, junto a la justicia, la fortaleza y la templanza, y que las mujeres ya no están por la teología, lo que anula su valor. La prudencia es la ‘auriga virtutum’, la virtud que conduce y guía a las demás virtudes. Lo cierto es que el catolicismo fue un depredador intelectual y cogió muchas ideas de otras fuentes. Fue Platón en su Politeia –como en el 375 a.C.– el que nos hablaba ya de la ‘temperantia’, la ‘fortitude’, la ‘prudentia’ y la ‘iustitia’. Beban de donde quieran, pero ser prudente es gran cosa y nos protege de los males de la vida. Ojo, porque la vida no es un parque de Disney ni lo va a ser nunca y creo que esto es algo que muchos educadores, padres y prescriptores de feminismo –varones muchos– olvidan recoger en sus argumentos.

¡Claro que las mujeres tienen derecho a hacer lo que les salga de los ovarios como los tíos! Lo que no está asegurado es que tener como única máxima tu voluntad te proteja de los riesgos de la vida. El feminismo no solo no renuncia a la razón, sino que no tiene sentido alejada de esta. Así que explicar a las jóvenes los posibles riesgos que asumen no es ningún pecado de leso machismo, sino una asunción de que la vida no es perfecta y de que ni hombres ni mujeres hemos encontrado la fórmula para evitar el mal y el delito en el mundo.

Dado que siempre va a haber asesinatos, robos y agresiones, ¿qué mal hay en saber cómo nos podemos proteger de ellos, hombres y mujeres, y ponerlo en práctica? Eso no empece para seguir luchando por minimizar los delitos, acabar con los espacios de impunidad y mejorar la respuesta social ante esa intolerable lacra. Solo que, les diré una cosa a todas las mujeres que me leen: es mejor luchar sin haber sido tú la víctima.

Cada persona –del sexo que sea– debe aplicar las normas de la prudencia en su propia vida. Decirlo es educar. Intentar defender que la lucha por la igualdad va a hacer desaparecer los peligros es de una estulticia y una falsedad manifiesta. Ser libre es, a la par, ser prudente en el uso de esa libertad.

Esa es la vida, amigas y amigos, y me parece improbable que la vayan a cambiar.

Elisa Beni
Publicado en ElDiario.es

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