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Pepa Flores. El derecho de ser nadie

Pepa Flores —Pepi, como la llamaban los suyos— solo quería ser dos cosas cuando fuera mayor: bailarina y Lola Flores. La niña malagueña convertida en prodigio durante el franquismo bajo el nombre de Marisol defendía de adulta que el prodigio nunca existió, que solo era “una niña absolutamente normal que hacía las cosas con naturalidad”. Una autenticidad que fue dirigida y normativizada para convertirla en símbolo del Régimen. A Flores le intentaron quitar sus raíces malagueñas, tiñeron su pelo moreno, castellanizaron su acento e hicieron de su desparpajo flamenco un símbolo español. Una expropiación cultural sufrida durante siglos por el pueblo andaluz que tuvo en ella su máxima representante.

El guión fue perfectamente producido y ejecutado no sin consecuencias para quien lo protagonizó y se vino abajo cuando Pepa quiso ser Pepa, desaparecer a Marisol y alejarse de las cámaras para hacer su vida en Málaga. En este texto queremos recordarla desde las decisiones que tomó como adulta que, aún hoy, son invisibilizadas por la “historia oficial”.

En sus propias palabras

Donostia/ San Sebastián. Versión impresa de El País. Fecha: 24 de septiembre de 1985

PERIODISTA: ¿No le gusta, al menos, que la admiren?
PEPA FLORES: Aquellas personas que comenzaron a ser artistas por vocación es lógico que se sientan satisfechas por la admiración que despierten, pero es diferente que su trayectoria se haya impuesto.

PERIODISTA: ¿Se ha sentido manipulada?
PEPA FLORES: ¿Manipulada? No sé si esa es la palabra. Pero si te refieres a que tuve que dejar de hacer muchas cosas, de niña, como el poder estar en mi barrio, que era lo que me gustaba, el tener que castellanizar mi acento y otras cosas, pues sí. Porque entonces yo era consciente de todo lo que se movía a mi alrededor; y de que se mantenían, no una familia, sino cuatro.

Los últimos momentos como Marisol se dieron en una Pepa Flores joven y llena de rebeldía poco disimulada. El choque era evidente e incómodo en una sociedad en transición que seguía midiendo la moral de las mujeres del Estado español desde su supuesta minoría de edad y una educación que anulaba su mirada y no hacía deseables sus posicionamientos. En 1973, una Pepa Flores que parecía haber salido de una comuna hippie estadounidense encendía un simbólico cigarrillo interrumpiendo una entrevista televisiva para Informe Semanal. Las preguntas a las que se enfrentaba giraban en todo momento a su ser mujer. Flores había dejado de ser una niña y sus decisiones eran cuestionadas.

PERIODISTA: Parece que quiere ofrecernos una imagen distinta de usted misma, sin tanta moñería, Marisol. La hemos visto en algunas revistas gráficas, poco parca de tela, generosa en belleza, ¿es esta toda su nueva imagen?

La actriz se levanta sin decir nada a coger un cigarrillo. Lo enciende en silencio. Marca su territorio con una presencia corporal fuerte. Contesta irónica que no hay una nueva imagen. Que ella es así desde que es mujer y que, por tanto, aparece con ropa de mujer:

PEPA FLORES: […] A los doce años no podía salir enseñando una pierna.

PERIODISTA: Describa un día feliz para usted.
PEPA FLORES: Un día en el que pueda dormir muchísimo, que pudiera salir al campo, que pudiera montar a caballo, estar con mis amigos, jugar a las cartas, ir a un cine, hacer una vida absolutamente normal.

PERIODISTA: ¿Qué le cuesta de la vida?
PEPA FLORES. La falta de sinceridad, la injusticia… Tengo miedo a la soledad, a la oscuridad y a un cierto tipo de gente.

PERIODISTA. ¿Qué piensa hacer con su vida?
PEPA FLORES contesta rotunda. ¡Ufff! Un momento. Mi vida es mía. Creo que le he contestado.

Acaba la entrevista.

No me llames Marisol

La portada que Pepa Flores protagonizó desnuda en 1976 para la revista Interviú se convirtió en todo un símbolo de la Transición y de la decisión de Flores de dejar de ser la niña Marisol. Su autor, César Lucas, fue acusado de atentando a la moral y de escándalo público en una “nueva España” que supuestamente estaba libre de censura.

Pasados los años, Pepa Flores logró —no sin impedimentos y situaciones injustas— liberarse de Marisol al romper el contrato que le vinculaba a ese nombre. Empezó a ser Pepa Flores también artísticamente y unió su carrera a proyectos sociales y de izquierdas. Protagonizó películas como Caso Cerrado o Proceso a Mariana Pineda. En Los días del pasado da vida a Juana, una maestra malagueña vinculada a los maquis de un pueblo montañoso del norte.

Flores no tuvo que esconder esta vez su acento andaluz. En Bodas de Sangre cantó una nana con tintes flamencos, una tendencia que mantuvo en su disco más reivindicativo — Galería de Perpetuas—, con olor a lucha de pueblo e historias de mujeres pobres sumidas en situaciones machistas y en el que incluso dedica una canción a una mujer lesbiana. Algunas letras parecen contar algo de la historia de la propia artista: “Como quieres tú que olvide aquello que yo decía de que el hombre tie’razón y la mujer es la esclava pa’servirlo de por vida. De que cuando más me pegue, más lo tengo que querer […]. Por eso te digo, Juan, que pa’mí cumplo sentencia por aquello que canté, robándole a la mujer su dignidad y su vergüenza”.

Recorte de una publicación en la que se destaca su participación en una fiesta del Partido Comunista.
Recorte de una publicación en la que se destaca su participación en una fiesta del Partido Comunista.

La parte más desconocida de la trayectoria de Pepa Flores es su vinculación al comunismo y al anarquismo. Lejos de entenderlo como una elección personal, los medios seguían pintando a la artista como una extensión de las elecciones de los hombres que la rodeaban. En este caso, el bailarín Antonio Gades, conocido por sus posicionamientos políticos, que se convirtió en su marido. Flores donó las placas conseguidas en su trayectoria como Marisol para financiar acciones de partidos de izquierda. Encabezó manifestaciones contra la inclusión de España en la OTAN y se casó en Cuba en una boda oficiada por Fidel Castro y la bailarina y coreógrafa cubana Alicia Alonso.

“Cuando mi padre me vio en el periódico con el puño en alto, me dio una bronca descomunal: ‘Será por el hambre que has pasado…’. Yo le contesté que hambre no había pasado, pero a cambio de qué”.

En el libro Marisol frente a Pepa Flores, de Javier Barreiro, se recogen las siguientes declaraciones de la actriz:

“Soy comunista -marxista-leninista […]. Y lo seré hasta la muerte. Pero estoy harta del comunismo teórico […]. Una entiende el marxismo-leninismo de una manera visceral, un poco a lo bruto, si quieres, porque lo intuyo. Porque ¿quién en este país ha tenido la oportunidad de leer a Marx y a Lenin? […] No soy una política intelectual ni milito con carnet porque tengo la libertad de no tenerlo y hago mis críticas libremente. Lo que ocurre es que en este momento tan extraño que estamos atravesando, en el que no sabemos muy bien cuáles son las intenciones de los políticos, adónde pretenden llevarnos, ni por qué caminos, donde la confusión y la impotencia parecen ser sus fines, no encuentro las armas para volver a luchar y por eso pienso que la mejor lucha, lo único que puedo hacer, es educar a mis hijas conforme yo pienso”.

En 1989 afirmó que había vivido rodeada del mundo más reaccionario y fascista y que eso le ayudó a darse cuenta de que ella pertenecía a otro mundo.

Otro mundo en Málaga

Aunque desde los activismos se tiende a poner en primer plano y a valorar más la actividad política de una persona que la considerada privada, para Pepa Flores su mayor logro fue tener una vida ordinaria y anónima, pasear por las playas de Málaga, celebrar su familia y convertirse en heroína de las pequeñas cosas: “Mi vida la tengo llena de pequeñitas cosas que son las que me hacen vivir y vivir tranquila”.

Las pocas apariciones que Pepa Flores ha protagonizado en los últimos años se han debido a proyectos solidarios, como su colaboración en la campaña de la Asociación Española Contra el Cáncer o su apoyo a mujeres con esclerosis múltiple; además del acompañamiento a las iniciativas artísticas de sus dos hijas.

Su anonimato, no entendido por la mayoría, entraña un fuerte posicionamiento vital que cuestiona la actividad incesante que la llevó a tener problemas de salud desde niña y los actos centrados en el ascenso profesional sin descansos y sin escrúpulos.

Un activismo centrado en acciones cercanas e iniciativas abarcables que todavía no conseguimos poner en valor y que para Pepa ha sido su auténtica lucha:

“Perfecciona el cachito de mundo que te toca trabajar. Vuelca todo tu amor en ese metro cuadrado que ocupa tu existencia. No lo abandones”.

Artículo original publicado en Pikara Magazine. Licencia Creative Commons.

 

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