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¿Puede la Energía Nuclear salvar el planeta?

¿Nos hemos preguntado si las renovables son tan eficaces como creemos? El ambientalista Michael Schellenberger defiende el uso de la energía nuclear como la alternativa más rápida y limpia en el proceso de descarbonización mundial.

Relacionar la energía nuclear con Chernóbil o Fukushima -o en una dimensión más popular, con la humeante central de sustancia verdosa en la que trabaja Homer Simpson- parece algo normal, inevitable incluso. Hasta hace unos años, el ecologista estadounidense, presidente y fundador de la ONG Environmental ProgressMichael Shellenberger, pensaba en términos similares. Luego pasó a defender firmemente la energía nuclear que, asegura, «es necesaria para salvar el planeta».

Durante una conferencia organizada por Foro Nuclear en Madrid, Shellenberger ha expuesto su polémica tesis: las nucleares son la alternativa más limpia y rápida para alcanzar la descarbonización. Para ello, el también articulista de Forbes y The New York Times, ha desgranado el hilo argumental en el que se basan los discursos anti-nucleares y ha sacado a colación el impacto negativo que tienen las ensalzadas energías renovables en el medio ambiente.

«La energía nuclear puede sacar a todos los humanos de la pobreza», afirma Shellenberger. Desde un punto de vista global, es indudable que el consumo energético y la calidad de vida están directamente relacionados. De ahí que un país con mucho consumo sea rico y uno pobre no consuma, ni de lejos, la misma cantidad. Es la rueda de la energía. Sin embargo, en un mundo en el que se exige a la vez una mayor producción energética y una disminución de la pobreza, las renovables no parecen la mejor opción, según este experto. Mucho menos la eliminación de las infraestructuras nucleares.De manera ilustrativa, el activista estadounidense toma como referencia Alemania, que pese a haber realizado grandes inversiones en renovables, el coste de la electricidad ha aumentado en un 50% en los últimos años y, en comparación con Francia, que conserva sus generadores nucleares, emite hasta 10 veces más CO2.

El ecologista sostiene que estos datos reflejan cómo, cada vez que se cierra una planta nuclear, se incrementa el uso de más combustibles fósiles para poder reemplazar la energía. Así, su consejo al Gobierno español, que pretende cerrar el total de sus reactores para el 2030, es contundente: «Si quiere hacer algo por el cambio climático, debe prolongar la vida de las centrales nucleares que ya existen». Según datos aportados por el ambientalista, el cierre de las plantas españolas aumentaría las emisiones en un equivalente a la puesta en marcha de 14 millones de vehículos en un país en el que, según la OMS, 15 millones de personas ya respiran aire contaminado. Cabe, pues, preguntarse cuáles son las bondades de las nucleares frente a las de las renovables.

A modo de comparación entre los dos tipos de producción, destaca tres aspectos claves: la seguridad, el grado de contaminación y los residuos. «Los muertos por accidentes por la energía nuclear son muy pocos en comparación con los 7 millones de personas que según la OMS mueren anualmente por contaminación atmosférica», asegura. En este sentido, la nuclear se convierte en una alternativa más segura que los combustibles fósiles o las renovables, que no sustituyen en su totalidad a los hidrocarburos. En cuanto a la contaminación se refiere, Shellenberger sostiene que los materiales utilizados para crear los paneles solares generan de 200 a 300 veces más desechos tóxicos por unidad de energía que las centrales de uranio. Sin olvidar que la extensión de tierra requerida para la construcción de parques eólicos o solares es mucho mayor que la que puede suponer la construcción de una infrasestructura destinada a la fisión de uranio.

Como último argumento, el ambientalista recurre al punto más polémico de la energía atómica: los residuos. «Son mi basura favorita», arguye. A su juicio, este tipo de residuos «están ya controlados» en las centrales. A los pocos años se pueden enfriar y depositar bajo tierra. Añade que «los residuos nucleares jamás producidos por los Estados Unidos, apilados, caben en un campo de fútbol de 15 metros de altura». Nada que ver con las enormes islas de plástico de los océanos y la contaminación del aire que, alega, «son residuos que van a parar al ambiente».

Con estos datos bajo el brazo, Shellenberger se pregunta: ¿De dónde viene la mala fama de las nucleares? Desde su punto de vista, el odio y el miedo a las armas y a los Gobiernos autoritarios desplazados a la energía nuclear suponen el primer factor de rechazo. A este le sigue el miedo a «la energía barata» surgido en los años 60 y 70 de la mano de los expertos que, ratifica, se dieron cuenta de que el uso de las nucleares pondría fin a la escasez de energía, agua y hambre, y por ende, se incrementaría descontroladamente la población. Por último, el amor irracional hacia las renovables como herramienta para armonizar con la naturaleza ha llevado a que el conjunto de la sociedad abrace un modelo energético que, sostiene, «no tiene por qué ser la mejor opción».

Jara Atienza
Artículo publicado en Ethic

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