Rigoberta Menchú Tum
En este número dedicado a mujeres refugiadas, migrantes y desplazadas, hemos querido destacar a una de las mujeres guatemaltecas, maya quiché, más internacionales: Rigoberta Menchú Tum, conocida por su lucha contra la injusticia, la violencia, el crimen, la explotación y el horror sufridos por los pueblos indígenas de Guatemala, haciéndose eco así mismo, tras ser nombrada embajadora de buena voluntad por la UNESCO, de la discriminación que, todavía hoy, padecen los pueblos indígenas del mundo, en particular los pueblos indígenas de América Latina y especialmente las mujeres que siguen sufriendo abusos, violaciones y asesinatos sistemáticos.
En uno de los viajes que hizo la Plataforma de Mujeres Artistas, en 2009, con el fin de denunciar internacionalmente la violencia que sufren las mujeres en Guatemala (viaje en el que participamos algunas de las hoy miembras de con la A), coincidimos con un encuentro de mujeres en el que participaban algunas de las galardonadas con el Premio Nobel de la Paz, que también le fue concedido a Rigoberta en 1992, siendo la primera mujer indígena a la par que la mujer más joven en conseguirlo. En 1998, fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, habiendo recibido, además de éstos, numerosos premios y reconocimientos a lo largo de su vida que aún hoy sigue activa políticamente.
La historia de Rigoberta es una más de las que han sufrido y siguen sufriendo mujeres indígenas de todo el mundo, la diferencia es que ella, como otras valientes mujeres, decidieron hacer frente a la represión en plena guerra civil. Una guerra que su país, Guatemala, sufrió durante 34 años (desde 1962 hasta 1996) y de la que Rigoberta denunciaba: “… en el intento de sofocar la rebelión, las dictaduras cometieron las más grandes atrocidades. Se arrasaron aldeas, se asesinaron decenas de miles de campesinos, principalmente indígenas, centenas de sindicalistas y estudiantes, numerosos periodistas por dar a conocer la información, connotados intelectuales y políticos, religiosos y religiosas…”
Rigoberta nació en Uspantán, departamento Quiché, en 1959. Su padre, Vicente, era un campesino indígena activista, defensor de la tierra y los derechos de su pueblo, que murió quemado vivo con fósforo blanco (en enero de 1980) a manos de la Policía Nacional de Guatemala. Su madre, Juana, era partera (profesión transmitida por las mujeres indígenas, de generación en generación, dada la falta de acceso a los servicios médicos) y, junto a otros y otras familiares, fue torturada y asesinada por los escuadrones de la muerte (policía paramilitar).
La situación de pobreza extrema en la que vivía la familia de Rigoberta la llevó a trabajar, con sólo cinco años, en una plantación de café, en unas condiciones tan terribles que, junto a la represión ejercida por los terratenientes y el ejército (militares y paramilitares), fueron causa de la muerte de muchas y muchos trabajadores, sucumbiendo en estas circunstancias de esclavitud dos hermanos suyos así como buena parte de sus amistades… Más adelante, trabajó como “sirvienta” en el Colegio Belga…
Ante esta situación, Rigoberta, ya de joven, se rebeló involucrándose en las luchas de resistencia con las que los pueblos indígenas y campesinos se enfrentaron al Gobierno de Guatemala y sus secuaces. En 1978 formó parte del grupo que creó el Comité de Unidad Campesina y de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca, cuya dirección abandonó en 1992.
En lugar de enrolarse en la guerrilla, como hizo la mayor parte de la gente de su entorno, en plena guerra, Rigoberta emprendió una lucha pacífica denunciando la sistemática violación de los derechos humanos y la violencia extrema ejercida por el régimen guatemalteco contra los pueblos indígenas, haciendo especial hincapié en el sufrimiento que padecían las mujeres indígenas (violaciones, torturas, asesinatos…) en América Latina y que ella conocía de primera mano, lo que la obligó a exilarse en México, en 1983, iniciando una campaña mundial de denuncia cuyo eco llegó hasta la ONU donde su voz fue escuchada. Contando con la protección de Naciones Unidas, regresó a Guatemala, en 1988, para proseguir denunciando las injusticias y los atropellos que padecía su pueblo, que remontaba hasta los tiempos de la Conquista de los españoles, a cuya celebración Rigoberta siempre se opuso al entender que “… nada había que celebrar ya que supuso una tragedia para los pueblos indígenas americanos”.
Debido a su popularidad internacional, fue llamada para actuar como mediadora durante el proceso de paz entre la guerrilla y el gobierno guatemalteco, contribuyendo a poner fin a la guerra en 1996.
Rigoberta Menchú Tum sigue hoy desarrollando su carrera política, habiendo tenido que hacer frente a las injurias y difamaciones que supuestos “antropólogos y periodistas” conservadores hicieron sobre su persona… como casi siempre les ocurre a las mujeres que destacan por su oposición al patriarcado cualquiera que sea “el traje” que éste vista.
Semblanza realizada por la Redacción de la Revista «Con la A»