Sobre gatas y monjas obreras
La reivindicación que hace León XIV con su nombre me recuerda un asunto que tengo pendiente: la memoria y el legado de las monjas obreras. No es mi única deuda con la historia, tengo muchas otras, tantas que necesitaría tener siete vidas como las gatas para repararlas. Sin duda dedicaría íntegramente una de ellas a investigar, recoger y difundir la historia de las mujeres que nos han precedido, a menudo ignoradas o manipuladas en función de intereses ajenos a ellas mismas. Entre esas historias, dignas de sacar del armario, de liberar y sanar de la ablación de la memoria, está la de mi propia tradición, la vida religiosa, las monjas, como popularmente se nos sigue llamando, aunque no vivamos en monasterios ni sea del todo preciso y, especialmente, las monjas obreras.
Acaba de llegar a mis manos una magnífica tesis doctoral titulada Mujeres, católicas y consagradas- El aggiornamento de la vida religiosa femenina (1962-1978) de Verónica García Martín, que por fin las saca del anonimato y la invisibilidad. Mucho se ha escrito y hablado de los curas obreros, pero la historia de las monjas obreras sigue siendo una gran desconocida. Sus vidas no están escritas en libros, aunque ojalá pronto lo sean, pero permanecen vivas en las periferias donde trascurrió y trascurre todavía, en muchos casos, su existencia. En algunos casos las asociaciones vecinales mantienen su memoria poniéndoles nombre a algunas de sus calles, plazas o espacios públicos conseguidos a golpe de reivindicación y movilizaciones callejeras como en el barrio del Zaidín (Granada) o la biblioteca pública “Teresa Martín Ramos” en el barrio de Orcasitas (Madrid). Vidas entrecruzadas con las luchas sociales cuando en tantos lugares de España se repetían a diario historias como las que cuenta hoy la película El 47.
Glorias Mas fue una religiosa del Sagrado Corazón defensora de la educación pública y una gran luchadora desde la Asociación de Vecinos y Vecinas del Zaidín. Una mujer comprometida hasta el final de su vida con el derecho a la educación pública de calidad en los barrios obreros. Promotora también de la educación de adultas cuando ésta se estaba poniendo en marcha en Andalucía y en Extremadura. Del mismo modo, Teresa es una religiosa Javeriana, que fue obrera en la fábrica Standar Electrica en Madrid y, junto con sus compañeras, luchó por el derecho a la vivienda y los derechos de las mujeres de Orcasitas.
Muchas abandonaron la vida religiosa por amor a sus barrios y a quienes vivían en ellos, pero otras muchas, por la misma razón, permanecieron también por amor a las luchas y los sueños, de las gentes que habitaban y habitan las periferias. Fue esa razón, una razón amorosa (porque el amor es también político), la que las llevó a abandonar sus grandes casas y el trabajo dentro de la institución para pasar a trabajar manualmente como obreras en las fábricas, temporeras en el campo, en la recogida de los espárragos o el tabaco, en la limpieza, como empleadas de hogar, en los hoteles (lo que hoy llamamos kellys) o aponer en marcha cooperativas e implicarse con otras compañeras sindicalmente.
Historias de solidaridad inquebrantable y amistad política que las condujo a hacer un éxodo importante en sus vidas: de optar por los y las empobrecidas a vivir y trabajar entre ellos y participar en sus organizaciones. Alguna de ellas cuenta que, en los inicios de ese tránsito, la Guardia Civil en más de una ocasión iba a sus casas a comprobar su identificación, ya que les resultaba inconcebible que unas monjas participaran por ejemplo en una huelga en la fábrica, o en un paro agrario.
Con sus vidas visibilizaron y visibilizan que el evangelio es encarnación y que esa encarnación pasa por el tejido de la amistad cívica, la amistad social y el compromiso socio-político desde abajo y con los y las de abajo … y que es posible.
Sus casas fueron y son sacramento de la cultura del encuentro desde la diversidad, a la que tanto nos ha urgido el papa Francisco. En sus comidas y cenas compartidas se tejieron sueños de libertades democráticas, desobediencias, revueltas, complicidades, resistencias y utopías sin las cuales hoy no seríamos quienes somos.
Definitivamente, quiero ser una gata para tener siete vidas y dedicar, entera, una de ellas a investigar y escribir sobre las monjas obreras.
Pepa Torres
Publicado en Alandar