BLOG | Artículos de Opinión

Tiempo de aprendizajes

El cambio de época, que proclama el fin de la modernidad, de las ideologías, del crecimiento, del agua, del aire limpio, así como la emergencia de un mundo único e interconectado, ha encontrado en la enfermedad del CONVID-19 su drama y escenario. La representación se precipita cuando un hombre devora un murciélago a veinte mil millas de distancia y se activa un virus, que sitúa a la humanidad en coma inducido. Entra en escena no sólo con insospechados efectos sociales, políticos y económicos sino con el apremio de escribir un nuevo guion, con nuevos actores, valores y prácticas. El coma inducido suspende el tiempo de la cura; confina el espacio, minimiza las constantes vitales y suspende la realidad cotidiana. Se espera del coma inducido recuperar los cuerpos dañados y las vidas heridas, producir condiciones saludables de vida y proyectar un futuro con menos riesgos. Se confía que al terminar el confinamiento se dejen ir muchas cosas, se potencien otras formas de convivencia, y se creen alternativas viables ¿Qué aportación puede hacer el cristianismo en cuanto memoria, comunión y profecía?

Memoria peligrosa

Desde sus orígenes, el cristianismo ha desarrollado el potencial de la memoria.
Desconfió de quienes venden optimismo a fuerza de negar el poder de la realidad “Saldremos
de esta” es su mantra.; la humanidad superará esta pesadilla por la fuerza de las cosas, la
coerción y la diciplina social. Igualmente desconfía de quienes postulan la liberación de la
pandemia mediante la destrucción apocalíptica de todo lo conseguido y la trasgresión del
sistema. “Cuanto antes enfermemos todos mejor”, es su mantra. Ambas propuestas ignoran el
sufrimiento y el coste en vidas y muertes. Ni los optimistas ni los desesperanzados son
portadores de sanación, sino aquellos que hermana la densidad de la tragedia con la
responsabilidad personal, colectiva e institucional; la forzosidad de la naturaleza con la
responsabilidad política. Sus portadores son los ciudadanos que se empoderan de sus
riesgos, las víctimas que ayudan a las víctimas, los voluntarios que acompañan a personas
vulnerables, los políticos que anteponen el interés general, la sociedad civil solidaria y los
profesionales de la salud, que con rigor y coraje, actúan de vanguardia en la lucha contra la
enfermedad.

Asimismo, hay una memoria que advierte que limitar las libertades personales, los
derechos colectivos, las conquistas sociales y la soberanía de los pueblos, nunca dio el
resultado esperado, sino es para reforzarlas y potenciarlas. En nombre de la emergencia y del
Estado de alarma no debe enquistarse las medidas provisionales, como ha sucedido con la
crisis de los refugiados que andan encapsulados en las puertas de Europa; con las crisis
ecológicas, que se han reducido a crisis climática , con las crisis financieras cuyas medidas
han reforzado el capitalismo realmente existente.

Comunidad confinada

La crisis actual es el aprendizaje de una comunidad global, que se descubre frágil
y vulnerable ante algo real que afecta a todos; se sostiene sobre tres ejes: la
responsabilidad personal, que confía en el ciudadano libre, autónomo y racional, practica la
solidaridad con los débiles, y cultiva los hábitos del corazón; una comunión que aplaza los
abrazos pero no renuncia a la sonrisa, y le basta mira a los ojos para indicar que tu suerte me
importa. El corazón no se toca sólo con las manos, se crece también en distancias cortas y
largas. La responsabilidad colectiva, que amplía la mirada de uno con la mirada del otro y
donde no alcanza mi brazo lo hace el tuyo; no perdería nada el Estado de alarma si atendiera
el llamado de quienes en lugar de dirigirse al ciudadano abstracto y sin historia, lo convocara

con sus raíces, sus tradiciones, sus identidades, sus territorios. Y la responsabilidad
institucional que se despliega en leyes, obligaciones y recursos públicos; ganaríamos todos
si llegamos a considerar el Estado como el escudo protector de los más vulnerables.

El mayor aprendizaje de esta crisis será la conciencia colectiva de que sólo un
“nosotros” interdependiente a escala planetaria estará en condiciones de responder
ética y políticamente a los desafíos del mundo global. La inmunidad no es la
autoconservación individual sino la vinculación comunitaria en un mundo compartido. El
espacio del nosotros se nos ofrece hoy como un refugio y una trinchera. En él no somos
simples espectadores sino co-implicados. El virus no está frente a nosotros, sino en nosotros.
La lógica inmunitaria impide desistir de la culpa ni transferirla a terceros, como sucede cada
vez que los europeos culpan a los chinos, los españoles a los italianos, los ayuntamientos a
las autonomias, estos a los gobiernos nacionales para acabar inculpando a Europa.

Futuro cautelado

Esta epidemia valora simultáneamente el poder de la intimidad y el poder de la
conexión. Recordaba mi amigo José Luis Villacañas, en Levante que el poder de la
intimidad, inducida por la necesidad de quedarse en casa, podría fácilmente sugerirnos que
estamos cansados de no saber adónde vamos de verdad, de carecer de un fin, de acumular
Capital, acciones, méritos, poder, influencia, reconocimiento, tensiones. Al ponernos en
cuarentena y sobrevivir en soledad algunas semanas podremos descubrir que la felicidad
adulta y madura no es acumular, sino gastar la riqueza acumulada en el crecimiento personal
y en objetivos sociales.

Por su parte, el poder de la conexión enseña que no se construye el “nosotros” sobre
particularismos, populismos y transhumanismo. La emergencia del COVID-19 ha sacudido
los dos mayores símbolos de la globalización: la aglomeración y la movilidad. El virus se
incubó en una megápolis, se traslada preferentemente por concentraciones de personas y se
vence aislándose en casa. Los desplazamiento, incesantes, masivos y rápidos, como epicentro
de la globalización, ha sido igualmente cuestionados “como si se tratara de un puñetazo sobre
la mesa que derrumba un castillo de naipes”. Las aglomeraciones y las agitaciones muestran
que no solo son peligrosas sino también insostenibles. Y en su lugar valoramos la adecuada
distancia y la reclusión en casa. Y como toda revolución tecnológica se acompaña de un
cambio cultural nace el espacio digital que no conoce la aglomeración física ni requiere
movilidad. Hay proximidad sin lugar, como muestra el teletrabajo, las conferencias
mundiales sin estar en el aula, el cirujano que interviene con sus manos sin estar en el
quirófano, el Papa que imparte una bendición sin asomarse a la ventana, los fieles que asisten
a la eucaristía a través de una pantalla.

El compromiso común incorpora agentes formales e informales, religiosos y seculares,
creyentes y ateos, comunidades e instituciones. De modo que ha mostrado mayor calidad
cívica el Presidente de la Conferencia Episcopal Española al felicitar al Gobierno por tomar
medidas impopulares, que el Presidente de Gobierno al silenciar a la Iglesia y a las
confesiones religiosas en su largo memorial de agradecimientos.

Ximo García Roca

¿Quieres dejarnos algún comentario?

Tu email no será publicado, únicamente tu nombre y comentario.