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Vacuna, picaresca y negacionismo

Escribo pícaro, granuja, villano, pilla, doloso, tunante, desvergonzado, taimada, enredadora, coyote, zorro y granuja. Luego elijo otra perspectiva y escribo ilusa, inocente, ingenuo, cándido y candorosa. Aunque también puedo acompañarme de palabras como débil, frágil, alicaída, alfeñique o endeble. O quizás palabras como engañada, seducido, imprudente, irreflexivo, temeraria, irresponsable, ligero, aturdida, confiado y atolondrada. ¿Y por qué no? Necio, tonto, imbécil, sandio, simple, estúpida, berzotas, mentecato, porfiada, cretino, torpe…

La verdad es que cuando la vida se pone incómoda un escritor encuentra refugio en las palabras, son viejas amigas, ofrecen un amparo casi constitucional ante la intemperie y una factible vía de reconciliación con el mundo. Además, ahora es cómoda la búsqueda de sinónimos en las redes: uno se entretiene con el acervo de huellas que la condición humana y la sociedad han dejado en nuestro idioma.

Las personas que se saltan a la torera los protocolos de vacunación pueden actuar por diversos motivos, dinámicas que van desde la picaresca a la seducción de los aduladores y malos consejos, pasando por el atolondramiento y, desde luego, derivando hasta la necedad. ¿En qué mundo se creen que viven? ¿No sospechaban que iban a convertirse en noticia inmediata y en escándalo público?

Como estos escándalos lo confunden y lo mezclan todo, me voy a permitir confesar a mis lectores, y espero que me perdonen, que esta pillería de algunas autoridades me ha causado más tristeza que indignación. Seríamos injustos si confundiésemos a un pícaro que se adelanta a la hora de vacunarse con uno de esos políticos que han convertido durante años a sus partidos en organizaciones para el robo organizado y que han intentado transformar en negocio la degradación de la sanidad pública, el cuidado de nuestros mayores, la pandemia y la construcción de hospitales. No parece que vaya a haber muchas dimisiones entre los responsables de las verdaderas catástrofes sanitarias, por ejemplo, de Madrid o Cataluña. Hay pícaros o imprudentes que no son canallas.

Claro que es triste que algunas autoridades se olviden de su ejemplaridad y de sus obligaciones en un tema sobre la vacuna. Y claro que una transparencia informativa en los protocolos de vacunación ayudará a ordenar las cosas y evitar trapacerías, estafas, timos, ardides y embaucamientos. Pero pido permiso a mis lectores para confesarles otra pequeña alegría que me han dado estos pícaros, y no es mezclar las cosas, sino comprender que todo va junto.

En el mundo en el que vivimos creo que lo verdaderamente peligroso es la dinámica del negacionismo. Hay un hilo que conjunta a los que niegan la eficacia de la vacuna, los que niegan el uso de la mascarilla, convocan caceroladas contra el confinamiento, boicotean en el parlamento debates sobre el estado de alarma, ponen en duda la legalidad de unas elecciones democráticas, paralizan la renovación de los órganos institucionales, maltratan la educación pública y la cultura, opinan que el español, segundo idioma del mundo en hablantes nativos, está en peligro y defienden que la razón es una cosa del pasado que debe ser sustituida con falsas noticias, incitaciones al odio o nuevas ofertas de un evangelismo mediático y obsesivo. Descartes nos enseñó que pensamos porque existimos. La historia reciente negacionista nos está enseñando que hay mucha gente que existe sin pensar.

Bueno, la tristísima picaresca de la vacuna me ha provocado miedo, porque corremos el peligro de que vuelva a difundirse por el mundo la fama de una España poco seria y chanchullera. Nada más peligroso que un español para generar mala fama contra España. Pero también me ha despertado un poco de esperanza. La gente no ha perdido del todo la confianza en la ciencia y las encuestas negacionistas llevan las de perder. De lo que se trata, por supuesto, es de que tampoco se pierda la esperanza en la democracia, las normas y los comportamientos honestos, porque el negacionismo de la irracionalidad acaba fundiéndose con el negacionismo institucional de los valores democráticos.

Estoy enfadado con los tramposos…, pero en este caso no tanto. Desde luego, unos pocos alcaldes y un consejero debieran ser más responsables, pero no representan a la política. ¡Viva la vacuna y viva la fe en la ciencia! Sólo intentemos hacer las cosas bien. Y acabo con una aclaración personal: ni yo, ni amistad alguna, ni nadie de mi familia, ni amigo político, ni compañero que yo sepa de este periódico, se ha saltado la lista de vacunación. No hace falta que ningún calumniador de los que, por desgracia, están confundiendo la dignidad del periodismo con los estercoleros busque extraños argumentos para esta simple confesión dominical. De verdad que el pícaro tonto me da menos miedo que el frío cazador de botines.

Luis García Montero
Artículo publicado en Infolibre

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