Valencia, ciudad de plazas
Cuando oí por primera vez este título, me enamoró. Poner en primer plano el concepto de plaza y convertirlo en un elemento articulador de nuestra ciudad, me pareció un acierto. Un acierto deseado, y un paso importante llamado a transformar no solo este o aquel trozo de la ciudad, sino el Espacio Público como red.
Luego llegaron los proyectos, las obras, las inauguraciones. Y ahora es el momento de la gestión. Aquel eslogan que me cautivó se está haciendo realidad. Algunas de las plazas ya
están ahí, y es el momento de utilizarlas. Bienvenidas. Os estábamos esperando hace siglos.
Es sabido que el espacio público (las calles, las plazas y los jardines) es el espacio de la convivencia, pero también del conflicto porque confluyen en un mismo lugar intereses contrapuestos, por eso es tan importante la gestión, porque se trata de escuchar, comprender compatibilizar. En definitiva prever.
Una ciudad cuando menos normas requiere más madura es, por eso no se trata de prohibir, de llenar la plaza con carteles de lo que se puede o no se puede hacer. Se trata de gestionar con habilidad, empatía y sentido común. Y adelantarse a los conflictos. Todo eso forma parte también del proyecto de plaza, y si no se toma en consideración, es un proyecto fallido.
Porque corremos el riesgo de confundir una plaza con un circo, con una superposición de actividades muy divertidas, sí, pero que trituran la posibilidad de vivir. Ya pasó en el barrio de Russafa, cuando la ampliación del espacio público supuso un aumento de terrazas y una dificultad añadida no solo para dormir, sino para descansar, leer, estar en casa sin sonido de fondo.
Ya pasa en la Plaza de Xúquer donde los que conviven mal son los balcones y las mesas en la calle. Queremos dormir, dicen las pancartas. Queremos divertirnos, dicen los brindis.
Ya pasa con las zonas acústicamente saturadas, llamadas ZAS, que se refiere a zonas en las que no se ha previsto el conflicto y se ha permitido sobrepasar cualquier límite. En resumen, que se nos ha ido de las manos, y necesitamos un nombre para disimular el fracaso de la gestión.
La ciudad de las plazas ha de ser también la ciudad de la convivencia en la que todos ganan porque todos renuncian a algo entendiendo la ambivalencia del concepto plaza. Es verdad, insisto, me gusta “La ciudad de plazas”, pero también me gusta la ciudad de las ventanas abiertas, de los balcones de par en par, del descanso garantizado. No me gusta la ciudad de los dobles cristales, del aislamiento, de las persianas bajadas. ¿Saben?, porque por las imprescindibles ventanas, no solo entra la luz y la brisa, el sol y el vientecillo, entra la moto petardera infinita, entra la conversación de la esquina, entra la orquesta que se pone a tocar para animar al personal. Todos allí, apretaditos, en el dormitorio. Y no hay manera de sacarlos.
Gestionar es apasionante porque supone ponerse en el lugar de todos y todas, los de dentro y los de fuera, los que venden y los que compran, los que duermen y los que cantan.
La capacidad de gestionar es el verdadero indicador para descubrir si la ciudad de plazas es solo un titular o, de verdad, una manera integral de convivir.
Rafa Rivera Herráez