Violencia de género y confinamiento: ¡peor imposible!
Una de las estrategias que algunas mujeres que sufren violencia en sus relaciones de pareja me contaron que utilizaban para minimizarla era irse a la cama con sus hijas/os antes de que llegase a casa el agresor. ¿Qué pueden hacer ahora, estando confinadas todo el día juntos, qué estrategias pueden utilizar? Es mucho más complicado en estos tiempos de confinamiento, en los que ni siquiera pueden salir de casa o contactar con personas que las pueden ayudar a sobrellevar esa situación.
Porque no todas las mujeres tienen la posibilidad ni los recursos para dejar a sus agresores. Muchas son las barreras que se lo impiden, algunas estructurales, como la falta de recursos económicos debido a la división sexual del trabajo que obliga a muchas mujeres a realizar los trabajos ni reconocidos ni remunerados (de cuidado a las personas dependientes de sus familias, menores y mayores, domésticos…)
Así mismo, otra importante barrera que impide o dificulta a las mujeres poder escapar de sus agresores son las raquíticas redes sociales y familiares de ayuda, en muchas ocasiones inexistentes por estar en otros países, o bien, rotas y deterioradas por el aislamiento al que las han sometido los agresores en los procesos de malos tratos.
Otra de las barreras a las que suelen aludir las mujeres para aguantar la situación de malos tratos es el miedo a perder su descendencia, ya que ellas no son autónomas económicamente, o por la creencia de que sus hijas/os necesitan un padre. Probablemente sí, pero un buen padre, y un maltratador nunca puede serlo. ¿Qué puede ser más doloroso para las/os hijas/os que ver a su padre insultar, humillar, pegar o matar a su madre?
Pero además, otra importantísima barrera estructural tiene que ver con las ayudas que les ofrece la administración pública. Porque a pesar de que la situación ha mejorado un poco desde la Ley Integral contra la violencia de género de 2004, los recursos para las mujeres dependientes económicamente que sufren violencia son insuficientes e inadecuados. Muchas mujeres siguen sin disponer de los medios necesarios para poder vivir de forma autónoma junto a su descendencia. Pero además, a algunas mujeres se las sigue institucionalizando en centros residenciales, no por protección, sino por carencia de recursos materiales.
Como es lógico, las mujeres no quieren estar institucionalizadas. Ello supone, a pesar de la buena voluntad y hacer de las profesionales, la obligación de cumplir normas y horarios estrictos y de convivir con otras compañeras tanto si les gusta como si no (de hecho muchas mujeres prefieren volver con los agresores que soportar esta situación). Y aún sin querer entrar en el tema económico, porque es de mal gusto y porque si fuese para conseguir buenos resultados, me parecería bien empleado. La plaza residencial persona/día supone un gran coste con el que se podría hacer una intervención comunitaria magnífica, en el lugar donde las mujeres decidan vivir porque tienen derecho a ello (así lo dicen las leyes de violencia, igualdad, los planes y hasta el pacto de estado).
La institucionalización de las mujeres es un recurso innecesario en la inmensa mayoría de los casos y más que arcaico. Como ya he dicho en más de una ocasión, se trata de un mecanismo de control de las mujeres sin recursos o en riesgo de exclusión social y de su descendencia, que pervive y evoluciona adaptándose al discurso del poder sobre la protección de las mujeres. ¿No recuerdan los centros del patronato de protección de la mujer franquista para educar a las mujeres en la moral católica o para castigar a las descarriadas, o peor aún, para ocultar los embarazos y de donde las mujeres salían después de haber «dado» a luz y a su descendencia? Hace ya tiempo, pero no tanto. Las mujeres no queremos adoctrinamientos, tutelas ni control. Las mujeres necesitan, necesitamos, que no nos agredan ni maten y si alguien tiene que salir de casa y estar controlado o encerrado que sea al agresor, que es quien comete el delito.
En el caso de las mujeres migrantes, a estas barreras estructurales se pueden sumar, además, el hecho de estar en una situación documental irregular, el miedo a ser deportadas o el hecho de no conocer el idioma o la legislación del país.
Pero además, tanto en el caso de las mujeres migrantes como de las autóctonas, otras barreras culturales o psicológicas como la normalización de la violencia, la dependencia emocional, el amor y el ideal de familia las atrapa en relaciones violentas. Así, a las barreras estructurales se unen las culturales que también impiden o dificultan a las mujeres que sufren violencia en sus relaciones de pareja escapar de ella.
La estructura social, la cultura patriarcal y los poderes públicos,son responsables de que algunas mujeres a las que no se les ha ayudado a abandonar a sus agresores ahora estén en casa casi las 24 horas al día confinadas con ellos, con importantísimas dificultades para poder minimizar el sufrimiento y el daño o quizá algo aun peor.
Aunque los patriarcados utilizan distintos tipos de violencia física, psíquica, sexual y económica para subordinar a las mujeres y apropiarse de su cuerpo, trabajo y descendencia -y queremos que todos estén incluidos en la legislación específica- la principal y más importante violencia que sufren las mujeres es la violencia de género, siguiendo la definición de la Ley de Protección Integral de 2004. Los datos al respecto son claros (no se trata de invisibilizar la violencia que sufren las mujeres por otros hombres de su familia, vecinos o conocidos, ni en el ámbito comunitario o en el entorno laboral). Pero, es en el hogar dulce hogar y con los hombres con los que tienen un proyecto de vida común, donde más violencias sufren las mujeres.
Siguiendo las memorias de los Centros Mujer 24 Horas y Centros Mujer (CM24H y CM) de la Comunidad Valenciana, el número de mujeres atendidas (nuevos casos anuales, de años anteriores y retomados) y llamadas realizadas (tanto al teléfono autonómico como al 016), indican tanto el gran problema que la violencia de género supone para muchas mujeres como su difícil solución. Porque la mayoría de las usuarias de los CM24H y CM son dependientes económicamente, tienen cargas familiares (lo que les dificulta compatibilizar el trabajo reproductivo con el productivo), son migrantes y/o con diversidad funcional. Es decir, al eje de desigualdad de género se suman otros importantes ejes de desigualdad que las convierte en vulnerables a la violencia. Por ello, aunque la violencia afecta a todas las mujeres, no a todas de la misma manera y con la misma brutalidad o, por lo menos, no para todas es tan difícil escapar de ella.
A algunas mujeres solo les afecta alguna de las barreras, a otras casi todas. Estas mujeres están en la encrucijada de violencia machista de la que no pueden escapar solas. Por ello, es necesario que la administración pública implemente todas las políticas y medidas que necesitan para no seguir atrapadas en relaciones de violencia machista en el lugar donde deberían estar seguras y tranquilas. Las cifras de mujeres que dicen sufrir violencia y denuncian, aun tratándose de la punta del iceberg, es horrible. Insoportable es, también, la cantidad de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. En el confinamiento el sufrimiento, el dolor y el peligro es mucho mayor. No las dejemos solas con los agresores nunca, ahora menos, les va, nos va, la vida en ello.
Gabriela Moriana Mateo
Directora Del Institut Universitari D´Estudis De Les Dones. Universitat. De València
Articulo publicado en Levante.emv