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«Volver a la normalidad» no es la solución

La gente suele aceptar sin reticencias todo aquello que coincida con sus valores y puntos de vista, mientras rechaza sin valorar lo opuesto. No obstante, en ocasiones, circunstancias extraordinarias pueden hacerla evolucionar en un sentido más conciliador.

Valores colectivos de carácter altruista como la compasión, la interdependencia o la igualdad potencian esa evolución y, en el caso del medio ambiente, favorecen el bienestar de la comunidad.

Desde que se inició la pandemia, los medios de comunicación solo nos muestran actitudes insolidarias y negacionistas. Sin embargo, ante una crisis grave —cracks financieros, conflictos bélicos o desastres naturales—, también surgen comportamientos altruistas que pueden llegar a generalizarse. Lo hemos visto, por ejemplo, en las imágenes que nos llegaron hace unas semanas de Haití.

Asimismo, un comportamiento altruista puede presentar beneficios a nivel individual, pues restablece el control de nuestras vidas y reduce el estrés. Tiene, además, un carácter «contagioso» por su tipología modélica, ya que actúa a manera de espejo.

Si bien no podemos obviar la aparición y desarrollo de dinámicas sociales individuales y colectivas de carácter negativo, como el miedo a contagiarse —ocurrió cuando apareció el SIDA y durante la pandemia— o la intolerancia frente al «otro» o los «otros», vistos como grupos sociales enemigos por considerarlos externos a ellos. Es un fenómeno del comportamiento humano que se repite desde que tenemos noticia y que es fruto de conflictos no resueltos de forma generosa y respetuosa. Eso explicaría la aparición de corrientes de odio, como ocurrió en la antigua Yugoslavia, donde se potenciaron  actitudes que desembocaron en actuaciones de carácter genocida. Lo acabamos de ver en Afganistán, país en guerra permanente desde hace siglos, debido a una combinación explosiva de enfrentamientos entre distintas etnias, culturas y religiones que han desembocado en duelos colectivos no resueltos y relacionados con humillaciones nunca neutralizadas.

En esa tesitura, la desactivación de la violencia solo se puede conseguir mediante mensajes positivos relacionados con la solidaridad, el altruismo, el apoyo mutuo y la compasión.

Si atendemos al comportamiento humano manifestado a lo largo de la pandemia y ante el cambio climático, comprobamos que la corriente negacionista es una manifestación extrema de oposición al duelo y de individualismo egoísta. Con todo, también ha habido cambios sustanciales en los estilos de vida en algunos grupos humanos, como han sido la disminución de los viajes, nuevos hábitos alimentarios, actividades de ocio poco contaminantes o un mayor contacto con la naturaleza. A pesar de cuán difícil es que los comportamientos cotidianos cambien de un día para otro, resulta menos costoso si se presentan de forma repentina acontecimientos de una gravedad extrema, porque nos obligan a cambiar de manera radical nuestras existencias. De todos modos, no siempre mantenemos dichos cambios en el tiempo ni se producen entre la mayoría, porque lo habitual es intentar volver a estilos de vida anteriores. En ese sentido, nuestros dirigentes deberían facilitar la consolidación de los cambios si son beneficiosos para la sociedad en general.

Varios son los métodos para lograrlo, como conseguir el patrocinio de personas admiradas por la sociedad, quienes, si reforzasen y apoyasen nuevas normas sociales, enseguida captarían seguidores. También sería otro método óptimo publicitar a través de los medios de comunicación de masas los beneficios para la salud que implicarían algunos hábitos nuevos.

A nivel colectivo, se ha comprobado que es más conveniente enfatizar la resiliencia, preparar de forma efectiva a la gente en valores comunitarios y apoyarse mutuamente que «volver a la normalidad», actitud que implica un claro rechazo del duelo, que, a pesar de saber que nunca puede ser superado en su totalidad, sí transformado de manera creativa.

En cuanto a los mensajes de carácter «climático», la gente —aun perteneciendo a ideologías y ámbitos sociales y culturales distintos— responde de forma similar ante nociones tales como «responsabilidad», «administración», «estar mejor preparado», «protección y seguridad», etc. En efecto, «resuenan» positivamente en todo el espectro político y permiten que una estructura organizativa sea vista como una solución constructiva y fortalecedora que capta la atención de comunidades muy distintas entre ellas.

De hecho, hay valores plenamente aceptados por colectivos ideológicamente muy distintos entre ellos, como son la «necesidad» de adaptarse mejor, el pragmatismo que implica una buena preparación, el apoyo a la «continuidad» planificando los cambios necesarios, la restauración del equilibrio medioambiental para neutralizar la amenaza climática, el «deber intergeneracional» que nos obliga a dejar un planeta mejor para nuestros descendientes y el mantenimiento de una «buena vida» para protegernos frente a los riesgos que comporta el cambio climático.

Así pues, «volver a la normalidad» no es la solución, sino la preparación, la ayuda mutua y la potenciación de la resiliencia, porque pueden ser perdurables.

Pepa Úbeda

  1. Sefa Amell Says:

    Gràcies Pepa,
    Cal anar repetint que el tema del clima s’ha de treballar amb un públic cada vegada més ampli ja que ens afecta globalment i alhora individualment. Es fan aportacions des de molts àmbits de la cultura, segurament encara no prous, però cal que arribi arreu del mon i que ens hi sentim involucrades en profunditat.

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