Se venden niñas
¿Alguien se imagina un cartel en los escaparates o anuncios de prensa diciendo que “Se venden niñas”? Esto está ocurriendo en Afganistán, como hemos podido ver a través de las noticias.
A veces hay conflictos que se cuelan diariamente en nuestras pantallas y se convierten en nudos gordianos. Sin embargo, aparecen nuevos problemas, guerras, invasiones, etc, que se solapan e invisibilizan la realidad. Esto es lo que ha ocurrido en Afganistán.
No se puede decir que el problema se haya resuelto ni que el gobierno talibán funcione ni que haya mejorado la calidad de vida de sus habitantes. Todo lo contrario. La situación es desesperante, cruel, bárbara, de una pobreza extrema, de una esclavitud permanente. Pero nos hemos olvidado porque si no existe presión mediática no lo vemos. Y ojos que no ven, corazón que no siente.
Hace unos días llegó hasta nuestros hogares la perturbadora noticia de que se venden niñas en Afganistán. En primer lugar, el gobierno talibán ha eliminado la edad de casamiento de las chicas que estaba situada en 16 años. En segundo lugar, la situación es tan extrema que se vende lo único que una familia tiene y, en este caso, las niñas. En tercer lugar, se venden porque son inservibles para sus familias y es la única forma de obtener una rentabilidad, “un precio” por sus vidas.
Niñas de 6, 7, 8 y 9 años, a las que han destruido, no su infancia, sino su inocencia, su esperanza en el futuro, su amor por vivir, su posibilidad de ser jóvenes, de jugar y luego enamorarse, de ser, en definitiva, chicas normales.
Parwana es una niña vendida que ha pasado de jugar entre el polvo y la miseria a desaparecer un día porque la están vendiendo a un extraño como esposa. Ella tiene 9 años y su futuro marido 55. Sus padres dicen que no tienen otra opción y solo ruega que no la golpee, o al menos, que no la golpee demasiado.
¿Qué hace un hombre con una niña de esa edad cuando se casa con ella? ¿Existe alguna consideración hacia su cuerpo y hacia sus miedos? ¿La besará, la tocará, la penetrará, la violará?
Su hermana de 12 años ya fue vendida. Y aún le queda alguna más pequeña que podrá intercambiar por unos cuantos dólares. Porque el propio comprador dice que Parwana era “barata” ya que su familia tenía mucha necesidad, y ha podido negociar un buen precio.
Son niñas que ya vieron truncado su futuro con la llegada del gobierno talibán. No pueden ir a la escuela y solo estudiar el Corán. Una vez casadas, según datos del Fonde de Población de las Naciones Unidas, el 10% de niñas entre 15 y 19 años da a luz cada año. Son niñas que están siendo vendidas, tratadas como esclavas, sin ningún valor, por un precio barato.
Al mismo tiempo que se producen esas ventas (el caso de Parwana es uno más de los muchos que se están produciendo cada día), vemos los hospitales de Afganistán llenos de niños malnutridos, acompañados de unos bultos negros o azul oscuro que les consuelan con el tacto de unas manos ocultas tras telas ásperas y burdas. Son sus madres. Mujeres invisibilizadas, encarceladas tras unos burkas, escondidas ante la sociedad y la visión de cualquier hombre. Porque el pecado de la mujer es encender las pasiones más sucias y oscuras de los hombres, y, en vez de reprimir sus instintos salvajes, prefieren encerrar de por vida a las mujeres.
El tratamiento que se da a las mujeres y a las niñas afganas es salvaje y cruel, y no tiene comparación con ninguna especie animal. No hay animal que se comporte como los talibanes.
Hace varios años escribí un poema sobre esta situación. ¿Me permiten que lo comparta? Aunque a veces no sé si escribir solo sirve para limpiar mi conciencia, porque las palabras no las salvarán ni tampoco retratan con veracidad la crueldad que viven cada día.
Infancias forzadas
A los seis años,
Sansita juega con una muñeca.
A los siete, retiene entre sus manos
un espejo plata con el reflejo
del polvillo rojo sobre su frente.
Un punto inmóvil, entre ceja y ceja,
firma su matrimonio.
El precio sórdido de su niñez.
Crecer rápido para olvidar pronto.
Su tiempo es el tic-tac de un despertar
que espera con temor la compasiva
mirada del varón.
Los rezos y desvelos de su madre
rogarán porque el abuso no rompa
la cándida confianza de su cuerpo.
La ley es papel mojado.
El matrimonio no es voluntad de dos,
simplemente es el resultado de hombres,
de los machos ebrios,
de las tradiciones,
de no tener valor y poco precio.
No sonríe, la mirada clavada
en un punto ajeno al suelo y al cielo.
A nadie importa si tiene querencias,
envidia el uniforme del colegio.
Su casa ataviada para la fiesta
llora por su inocencia.
Ana Noguera