Lecciones de la DANA: el negacionismo mata, la prevención salva vidas
La DANA y la riada subsiguiente que ha afectado de manera catastrófica a la Comunidad Valenciana y también varias zonas de Castilla-La Mancha y Andalucía ha segado la vida de centenares de personas y ha generado paisajes desoladores y unos daños materiales que se han salido de escala. Lo importante ahora es que este suceso suponga un punto de inflexión para cambiarlo todo. Que se convierta en el desencadenante de una revisión de nuestras prioridades en materia no solo ambiental, sino económica, jurídica, logística y de derechos humanos. Frente a tantos exabruptos que estamos escuchando estos días en algunos medios de comunicación, la voz de la ciencia y la sensatez.
Los hechos son: numerosos cauces y riberas de muchos ríos y arroyos de la zona afectada no cumplían con la normativa ambiental; había construcciones ilegales en zonas inundables; la unidad valenciana de emergencias había sido desarticulada por el nuevo Gobierno autonómico; varios proyectos de protección de inundaciones, en los ámbitos de la Confederación Hidrográfica del Júcar y del Turia, se quedaron sin ejecutar tras repetidas propuestas; a pesar de que la AEMET diera la alerta roja (el nivel máximo de alerta meteorológica) a las 7:31 del 29 de octubre, los/as trabajadores/as fueron a trabajar y no llegarían las alertas generalizadas a la población hasta doce horas después, cuando ya había muerto un número indefinible de personas y muchos valencianos y valencianas estaban sufriendo las consecuencias de una inundación.
Ursula Von der Leyen prometió ayuda a España, algo muy de agradecer, pero… la mejor ayuda sería apoyar con firmeza las políticas climáticas en una desunida UE dentro de la cual España es uno de los países más afectados por el cambio climático.
Hay que denunciar que los responsables políticos ahora se muestran preocupados por el impacto de la DANA, pero no tuvieron la valentía de afrontar las duras decisiones que traía consigo la declaración por la AEMET de la alerta roja a las 07.31 horas del martes 29 de octubre en la Comunidad Valenciana. Lo que demuestra que nuestros gobernantes carecen del arrojo y del conocimiento suficientes para hacer políticas de prevención que salven vidas. Aunque sí tienen la arrogancia de prometer millones en ayudas después de que ocurra la catástrofe. Por su parte, el sector privado continuó con las actividades económicas hasta bien entrada la tarde, exponiendo de forma negligente a miles de trabajadores/as como si seguir produciendo fuera imprescindible. La empresa desoyó las alarmas de los servicios meteorológicos en su afán de acumular ganancias y de situarse por encima de la DANA, como si lo más importante estuviese ocurriendo de puertas para dentro y la vida, eso que queda fuera del puesto de trabajo, careciese de valor.
No actuar con antelación ha demostrado que los daños materiales, pero sobre todo los daños personales, se vuelven económicamente más cuantiosos, emocionalmente más traumáticos, moralmente más cuestionables y políticamente más dañinos. Todos y todas, valencianos/as o no, hemos sacralizado la economía por encima del bienestar, la salud y la seguridad de las personas. El 29 de octubre hemos recibido un duro mensaje sobre las consecuencias de anteponer el producto interior bruto a los derechos humanos.
La Agencia Europea para el Medio Ambiente dice en su página web que Europa es el continente que se calienta con mayor rapidez. Las consecuencias más allá de las olas de calor y las noches tropicales son los cambios que sufre la tierra y el mar. La tierra se seca, los cultivos tradicionales desaparecen porque las condiciones meteorológicas cambian. La mar se calienta, los peces no sobreviven porque las condiciones para mantener la vida se han alterado. La DANA es el resultado de una combinación compleja de circunstancias: las tormentas conocidas como gotas frías de finales del verano, con varios procesos meteorológicos alterados por el cambio climático. Una combinación que ha dado lugar a un evento extremo con consecuencias especialmente dramáticas por haber incidido en una zona densamente poblada. El cambio climático lleva tiempo produciendo una temperatura superficial del mar Mediterráneo por encima de 30ºC durante varias semanas al año, absolutamente inusual y propia de mares tropicales. Una temperatura que aporta la energía y la humedad necesarias para magnificar cualquier gota fría y que no puede explicarse más que por la quema sostenida de combustibles fósiles y la consiguiente liberación de gases de efecto invernadero. Algo que hace décadas que sabemos que debemos reducir y que, por ejemplo, en 2015, en el Acuerdo de París, nos propusimos reducir. Sin éxito. El cambio climático lleva años debilitando la corriente en chorro, esa corriente longitudinal de vientos en altura que separa las zonas frías del norte y las templadas más al sur. Una corriente en chorro más débil se ondula, genera vaguadas y meandros, y permite que grandes bolsas de aire frío en altura se desplacen muy al sur. Cuando contactan con el aire cálido y húmedo que se genera en un Mediterráneo recalentado se dispara una tormenta descomunal.
Lo hemos ido comprobando temporada tras temporada. La AEMET lo predijo días antes del 29 de octubre de 2024. El mundo académico lleva más de medio siglo anticipando estos escenarios, analizando las causas y proponiendo formas de hacerlos menos severos o incluso, evitarlos. Va a ser difícil encajar las predicciones de la ciencia, la responsabilidad de los gobiernos y la indefensión de la población. A pesar de la estupefacción que ahora nos empacha, de lo atónito de las situaciones que se han vivido, de las imágenes alucinatorias que se indigestan, será necesario repensar si creemos lo que queremos creer o si creemos lo que nos interesa creer.
Las consecuencias de no creer: dos centenares de personas muertas (cifras oficiales a 2 de noviembre, cifras que van a crecer y mucho a juzgar por los números de personas que aún siguen desaparecidas). Mas de 15.000 hogares sin electricidad cuatro días después de la tragedia.
¿Estamos preparados/as para vivir con este clima?
Los impactos de estos desastres naturales no solo deben contabilizar las pérdidas materiales, sino la angustia psicológica que provoca la vivencia de una situación catastrófica que se transforma en traumas personales e imaginarios colectivos siniestros. Desde la psicología se apunta a que los niños de la región deben desaprender el miedo a la lluvia y miles de adultos deben progresar por un terrible duelo. La eco ansiedad, esa asociación que surge entre el cambio climático, los fenómenos naturales desbocados y el nerviosismo, el estrés e incluso la depresión, aumenta cuando se vive de primera mano una emergencia climática como la DANA de octubre de 2024. El apoyo psicológico es fundamental para sobrellevar estas situaciones: escuchar a las personas afectadas, atender sus necesidades, sostener sus vidas, mantener la confianza, garantizar su seguridad y resguardar los vínculos afectivos. La prevención en temas de salud mental puede ahorrar muchos trastornos en el futuro.
Las alertas tempranas deben servir para proteger a las personas y reducir los daños materiales. Conocer las normas de actuación ante los desastres ayuda a responder de manera adecuada a las diferentes situaciones. La educación para el riesgo permite prepararse, conocer los planes de evacuación de los municipios, elaborar un plan propio que permita anticiparse a las acciones y la asistencia a las personas (y animales) que se encuentren en situaciones de vulnerabilidad. Veamos dos ejemplos. Tras el gran terremoto de Lisboa de 1755, las personas asustadas y sin saber qué hacer se agolparon en la plaza del Comercio, donde fueron arrastradas por el tsunami que vino a continuación. Casi tres siglos después, en octubre de 2024, las personas asustadas por las riadas corrieron a sacar sus coches de los garajes subterráneos con el fatal desenlace de no poder salir de allí nunca. Solo recrear la situación produce angustia. ¡Cuánto se podría haber salvado en ambos casos con prevención! ¡Que sensación tan diferente se hubiera vivido en caso de contar con instrucciones, con información, con estrategia!
La Oficina de Naciones Unidas para la reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) sugiere que, además del monitoreo de los datos que proporcione información que sirva para predecir las amenazas y diseñar las respuestas adecuadas, es necesaria su comunicación de manera oportuna, precisa y comprensible. Se estima que, si se anticipasen las ocurrencias meteorológicas 24 horas, podrían reducirse los impactos al menos un 30%. En 2018, la Unión Europea reguló que todos los países miembros debían establecer sistemas de alerta temprana. España no ha tomado mucha nota de ello y, desde luego, los protocolos han quedado sobrepasados por un clima mucho peor de lo que teníamos en mente.
El paso de una catástrofe a un desastre puede aliviarse con prevención. La prevención se refiere tanto a la construcción de infraestructuras que minimicen los riesgos como a la formación de la ciudadanía para disminuir los efectos que puedan tener los desastres climáticos. Esto incluye elaboración de guías y ejercicios de simulación e incorporar en todos los niveles educativos contenidos transversales para la reducción de riesgos. No es, o no sólo es, cuestión de dinero. En Chile marcan con una cruz pintada en el suelo los puntos seguros ante terremotos o tsunamis. Basta con un poco de pintura. Y anticipación, ¡claro!
Los desastres naturales alteran los ritmos de vida. En función de la intensidad, capacitación de los servicios de emergencias y preparación de la ciudadanía se puede tardar días, semana o meses en recuperar la normalidad tras un desastre como el de la DANA. Por ello es importante desarrollar y aplicar una serie de indicaciones concretas y expertas que ayuden a rebajar el estrés, asumir el control y permitan mantenerse a salvo.
En California, por ejemplo, se insta a la ciudadanía a elaborar planes para enfrentarse a los posibles desastres. Desde un terremoto a un incendio o incluso una inundación. La idea que permea estas actuaciones es que ya no nos podemos preguntar si algo va a ocurrir, sino que la única pregunta válida es cuando ocurrirá y cómo se puede estar preparado/a para minimizar los daños.
La planificación anticipada dirigida a la ciudadanía anima a adoptar medidas dirigidas a garantizar la supervivencia. En el plan se debe incluir la posibilidad de tener que pasar en casa unos días. No es extraño que los suministros de agua, gas y luz se vean afectados y se tenga que pasar sin ellos. Es el tiempo que se requiere para que los servicios de emergencia puedan acceder a las zonas más afectadas, para que se reparen las infraestructuras dañadas, para subsanar las telecomunicaciones o para recomponer los daños materiales y humanos.
Existen muchas guías para prepararse ante las diferentes amenazas del cambio climático. En todas ellas se aconseja tener en casa un kit de emergencia que permita la supervivencia durante al menos 3 días. Debe incluir agua, comida en lata, dinero, medicinas, productos de higiene y artículos para el ciclo menstrual, una batería solar, una linterna y una radio, entre otras cosas. Además, si se vive con bebés, con personas ancianas, enfermas o con diversidad funcional, hay que añadir los productos específicos que se requieran en cada caso. Se recomienda hacer una mochila con ropa de cambio, una manta, utensilios para poder cocinar y comer y los documentos más importantes. Tampoco hay que olvidar poner algún elemento que permita la distracción, como juegos, lecturas o una libreta y lápices.
La inversión en investigación y desarrollo de los gobiernos y los centros académicos debe estar destinada a mejorar las condiciones de vida de las personas. Una vez cortada la principal hemorragia humana, social y económica generada por la peor DANA del siglo, llegará el momento de cambiarlo todo. Todo un modelo de civilización que acorrala no ya nuestro bienestar sino nuestra subsistencia. Sabemos cómo hacerlo. Sabemos qué hay que hacer. Quizás empecemos a descubrir los brotes verdes de poner en el centro la vida.
Es peligroso, temerario e imprudente que los gobiernos no tomen más y mejores medidas para garantizar la seguridad de las poblaciones. Es tiempo para desarrollar e incluir estas orientaciones, tiempo para que los sindicatos formen y se formen en relaciones laborales para los y las trabajadores/as en el contexto de la crisis climática. Que se eduque a la ciudadanía en la gestión de los riesgos. Que se organicen simulacros. Que se elaboren planes de emergencia en las escuelas para concienciar y entrenar a la infancia a afrontar catástrofes. La elaboración de normas, reglamentos y leyes construye un cuerpo sólido en el que es menos probable que prospere el negacionismo y una sociedad aliada de las estrategias interesadas de quienes abogan por seguir apoyando a la industria del combustible fósil, o a quienes se empeñan en despilfarrar energía y recursos con tal de que la economía crezca más allá de los límites del planeta.
Si saber lo que hacer tiene como objetivo salvar vidas, no puede esperarse ni un minuto a emprender acciones de preparación ciudadana. Si conocer lo que puede ocurrir ayuda a protegerse de los peligros, y predispone a una actitud positiva, es evidente que un plan de preparación ante los desastres es una buena idea. Si el negacionismo mata, la planificación anticipada afirma el valor de la vida.
Carolina Belenguer Hurtado y Fernando Valladares
Publicado en El Asombrario