8 de Marzo: Un antes y un después
Este 8 de marzo hará historia. No será igual lo que ocurra después de esta huelga general. Una huelga que no afecta solo a las mujeres, sino al conjunto de la sociedad, ya que exige la necesidad de reorganizar nuestro sistema, no solo desde el área económica y laboral (a nivel salarial), sino también cultural, entendiendo que hay que modificar los valores patriarcales con los que llevamos funcionando 20 siglos.
Y no será lo mismo, porque la aceptación social de la huelga es mayoritaria. Mujeres y hombres, independientemente de su ideología o creencia, opinan con contundencia que existe una diferencia clara entre ambos; que existe una violencia de género que ya no se justifica bajo ningún motivo, ni siquiera bajo el tópico de “la maté porque era mía”; que no se acepta que las mujeres cobren menos; que ya no se critica que las mujeres ocupen puestos de responsabilidad; que los hombres aceptan, y además gustosamente, compartir tareas de cuidado familiar, porque también quieren ser responsables de la educación y crianza de los hijos.
Pese a todas las resistencias culturales y económicas, se está rompiendo la estructura social, cambiándola, sin ninguna duda, para mejor. No es solo una manifestación más como las de años anteriores, que se habían convertido, más que en una reivindicación (pese a la insistencia del feminismo que advertía que había que seguir denunciando), en una fiesta de las mujeres. Así parecían verlo quienes miraban el 8 de marzo como el “día de las mujeres”.
Pero, ¡por fin!, se ha dado un salto impagable. El 8 de marzo no es una “fiesta”, es una reivindicación, es una protesta, es un grito de queja, es una denuncia social, es UN ACTO POLÍTICO. Claro que sí, mal que les pese a los dirigentes del PP cuando denuncian que algo es “político” como si fuera malo o negativo (cuánto me recuerda a las épocas donde se decía “no te metas en política que eso son todo líos”). Es político cambiar el sistema social, hacerlo mejor, procurar que la mujer y el hombre tengan los mismos derechos de verdad. Como político fue eliminar la esclavitud, conseguir el voto, penar la violencia de género, ostentar cargos de responsabilidad, crear leyes de discriminación positiva para aplicar la equidad, disponer de mujeres en todas las áreas de la sociedad y un largo etcétera de conquistas sociales.
Lo que hace diferente este 8 de marzo es que habrá una huelga por cuestión de género, por la mitad de la población. Una huelga que supera cualquier ámbito o sector social, cualquier denuncia sectorial. Una huelga que la comprenden, la comparten y la defienden las mujeres sea cual sea su situación social, económica e ideológica. Y también la entienden y comprenden los hombres en su inmensa mayoría.
Eso es feminismo. Ni más ni menos. Defender que la sociedad cambie a mejor, a ser iguales entre nosotros, sin aspavientos ni echarse las manos a la cabeza con denuncias tan obscenas como “feminazis” y similares que durante tanto tiempo se han lanzado como armas arrojadizas. Ni es odio hacia los hombres, ni es excluyente, ni sectario.
Solo han quedado recluidos en un rincón de la cultura más rancia y conservadora, más injusta y desigual, más insolidaria, el conservadurismo del PP que intenta, a través de Ministras, hablar de “huelga a la japonesa” (¡qué vergüenza!) y algún que otro obispo con sentencias que son claramente para confesarse y pedir perdón. Ministras, “queridísimas Ministras”, no ocuparíais esos puestos tan singulares si no hubiera sido por la constante denuncia de mujeres feministas ocupando calles, llevando pancartas, trabajando infatigables al desaliento y a los insultos. Porque la defensa de la mujer es para todas: aunque unas lo trabajen y otras lo disfruten. Señoras Ministras, la responsabilidad de las mujeres que ocupan cargos públicos y visibles es mucho mayor que los millones de mujeres (y también hombres) que no podrán secundar la huelga por diversas razones, entre ellas, el miedo a perder un puesto de trabajo. No hace falta que ustedes pretendieran agradar a Rajoy haciendo méritos con sus declaraciones, porque, como ya han visto, el Presidente no se entera de nada (ni siquiera de lo que dicen las Ministras). No hay mayor desautorización que la indiferencia del Presidente.
Sin duda, el movimiento MeToo ha tenido una gran difusión de la situación de la mujer. Sobre todo, cuando las mujeres del cine han decidido denunciar la situación. Esto demuestra que las mujeres que tienen poder, visibilidad, altavoz y capacidad de denuncia tienen la obligación de actuar. Por eso es tan importante entender que la voz de las mujeres públicas es decisiva para crear red, para dar sonoridad al problema y para representar a las que no pueden hacerlo: a las pobres, a las excluidas, a las trabajadoras en precario, a las violentadas, a las agredidas, a las que tienen miedo, a todas las que no podrán vestir libremente de morado.
La revolución de las mujeres es la única gran revolución pendiente. Es la revolución del siglo XXI, ¡y ya era hora!
Pero no por ser la revolución pendiente, sino por ser la que modifique las estructuras sociales y culturales, la que haga mejor nuestra sociedad, es la que hoy me despierta esperanza de pensar que las mujeres, de cualquier parte del mundo, con todas sus infinitas dificultades, son conscientes de su presente y su futuro. Es la revolución a la que me acojo con fuerza, intelectual y políticamente, para pensar que el futuro está por escribir de una forma mejor.
Nota: No me puedo despedir sin la satisfacción de que una mujer sea Rectora de la Universitat de València, por primera vez en más de 500 años de historia. Y así se suma a las cuatro actuales Rectoras (Universidad de Granada, Universidad Autónoma de Barcelona, Universidad del País Vasco y Universidad de Huelva) de las 50 universidades públicas españolas.
Ana Noguera