La singularidad tecnológica jubilará al verbo “trabajar”
La sociedad falsamente llamada post-industrial está organizada en torno al trabajo y al ocio, por ese orden. Incluso los valores éticos están muy influenciados por la moral del trabajo, hasta el punto de que cuando alguna persona puede permitirse el lujo (¿?) de vivir sin trabajar,
lo que comúnmente se conoce como “vivir de las rentas”, no concita el aprecio de sus congéneres, sobre todo si su fortuna tiene su origen en la economía especulativa. Trabajamos, pues, para generar recursos que nos permitan hacernos merecedores de la holganza y de la reputación social.
No son pocos los casos de personas que están soñando con alcanzar la edad de jubilación para disfrutar de un tiempo de ocio y cuando llegan descubren que no saben hacer otra cosa que trabajar. Estamos programados cultural y moralmente para laborar.
Los padres desean casi por encima de todo que sus hijos encuentren un buen trabajo, a ser posible estable y bien remunerado, similar al que ellos mismos han sufrido o disfrutado, un lugar al que ir todas las mañanas y una organización de la que sentirse parte. En ausencia de enfermedad, la salud se da por descontada y la felicidad ya vendrá sola si ocupas un hueco en el sistema laboral. De hecho, cuando un hijo logra un puesto de trabajo en una empresa o institución, la noticia es contada más veces por el progenitor que por el propio protagonista. Es motivo de orgullo que el vástago haya merecido la confianza de una organización e incluso, tal y como corren los tiempos, que le retribuyan con un salario.
Sin embargo, el trabajo, tal y como lo entendemos ahora, puede desaparecer en apenas unos decenios. La singularidad tecnológica jubilará al verbo trabajar. Se entiende por “singularidad” el momento en que la inteligencia artificial supere en capacidades al cerebro humano. Aunque el término fue acuñado por un escritor de ciencia ficción (también matemático e informático), Vernor Vinge, el concepto ha sido ya adoptado por los miembros de la comunidad científica de la inteligencia artificial. Tanto es así que Google y la NASA crearon en 2009 la Universidad de la Singularidad, ubicada en Silicon Valley (California) y dirigida por el científico Ray Kurweill.
Los progresos tecnológicos en el mundo de los ordenadores darán lugar a máquinas cada vez más potentes y baratas. Kurzweil pronostica que un ordenador pasará el test de Turing hacia 2029, demostrando tener una mente (inteligencia, consciencia de sí mismo, riqueza emocional…) indistinguible de un ser humano. Este salto será posible por la creación de una inteligencia artificial alrededor de una simulación por ordenador de un cerebro humano mediante un escáner guiado por nanobots. Una máquina dotada de inteligencia artificial podría realizar todas las tareas intelectuales humanas y sería emocional y autoconsciente.
Formado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), Kurzweil predice que en el año 2050 la tecnología llegará a ser tan avanzada que los progresos en medicina permitirán ampliar radicalmente la esperanza y calidad de vida de las personas. Los procesos de envejecimiento podrían al principio ralentizarse, más tarde detenerse y finalmente revertirse en cuanto esas nuevas tecnologías médicas estuvieran disponibles. El pensador neoyorkino sostiene que este escenario será posible gracias a los avances en la nanomedicina, que posibilitarán que máquinas microscópicas viajen a lo largo de nuestro cuerpo reparando todo tipo de daños a nivel celular.
Kurzweil está convencido de que las inteligencias artificiales mostrarán pensamiento moral y respeto a los humanos como sus ancestros. De acuerdo a sus predicciones, la línea entre humanos y máquinas se difuminará como parte de la evolución tecnológica. Los implantes cibernéticos mejorarán en gran medida al hombre, lo dotarán de nuevas habilidades físicas y cognitivas y le permitirán interactuar directamente con las máquinas.
Ya sea en el año 2029 o alrededor del 2040, fecha de consenso para los científicos reunidos en la Cumbre de la Singularidad celebrada en octubre de 2012 en San Francisco, el salto exponencial que producirá la inteligencia artificial dará un nuevo sentido al trabajo y será el principio de una nueva forma de organización social. El día en que las máquinas sean capaces de hacer todas las tareas humanas, incluso la de supervisarse, atribuida hoy al ser humano, éste podrá dedicarse exclusivamente al ocio y tendrá que estar preparado para ello.
De la misma manera que hace poco más de un siglo la invención de la radio revolucionaba las formas de comunicarse, una revolución acelerada por la popularización de la telefonía móvil en los últimos 30 años, la robotización producirá profundas transformación sociales, de hecho ya las está produciendo. Esos cambios se llevarán por delante, no sin afrontar una feroz resistencia, creencias y valores que actualmente encauzan nuestra forma de vivir, cuya principal agenda es la jornada laboral.
Para aquellos que ya tenemos hijos en edad laboral, la singularidad de vivir sin trabajar no es un escenario alcanzable, ni siquiera para nuestros descendientes, pero sí para la siguiente generación, la que formarán nuestros nietos y biznietos. La creencia más difícil de remover será aquella que nos ata al puesto de trabajo no sólo por el salario que recibimos, sino porque muchos no sabríamos a qué dedicar el tiempo (de ocio) sin sentirnos mal.
Tal vez deberíamos fijarnos más en los ‘trabajadores’ de la economía financiera, quienes tienen la habilidad de crear valor allí donde no lo hay o de recibir un sueldo, habitualmente muy elevado, por vender parcelas de valor en el cielo de las expectativas. No olvidemos que algunas máquinas inteligentes ya hacen su trabajo. Ellos sí que son listos, ya que viven del futuro sin conocerlo.
José Manuel Velasco.
Artículo publicado en el blog del autor.